Gijón, J. MORÁN

El catedrático emérito de Literatura José María Martínez Cachero (Oviedo, 1924) examina en esta segunda entrega de sus «Memorias» la etapa que va desde el final de la Guerra Civil hasta su establecimiento en la Universidad de Oviedo, pasando también por su etapa en el SEU.

l Clara vocación. «Se acaba la guerra en Asturias y volvemos a Oviedo. Lo encontramos muy destruido, pero menos que en octubre de 1934. Mucha gente había muerto, muchos habían marchado por el Escamplero a León o Galicia. Era una ciudad con muchos menos habitantes. Mi padre vuelve al Gobierno Civil y se encuentra con que el gobernador era el comandante Caballero, gran amigo suyo. Se presenta mi padre y le dice Caballero que tiene que realizar una formalidad: pedir un impreso que han de rellenar todos los funcionarios que vienen de zona roja. «Pero usted, mañana mismo, cuando entregue ese papel, se queda ya a trabajar en su despacho bajo mi responsabilidad». Mi padre trabajó en el Gobierno Civil hasta que se jubiló, en 1945. Sigo con mi Bachillerato, pero no en el colegio de los Maristas, que había sido destruido. Hice cuarto y quinto curso en el Instituto, en la calle del General Elorza. En sexto fui al colegio Hispania, que tenía muy buen profesorado, y en séptimo solicité dispensa de escolaridad para recuperar el año perdido por la guerra. Me la concedieron y preparé el examen de Estado, que era una reválida muy difícil. Me presenté en junio de 1941 y salí bien. Después no fue ningún problema elegir carrera: sabía desde cuarto o quinto de Bachillerato, en razón de buenos profesores que había tenido, que iba a estudiar Filosofía y Letras en la sección de Literatura. Me gustaba leer y había escrito algunas cosas publicadas en "La Voz de Asturias"».

l Delegado de curso del SEU. «Filosofía y Letras era una carrera de cuatro años, que estudié de 1941 a 1945, y fue una etapa más politizada que nunca. Un día me dijeron que pasara por la jefatura del SEU (Sindicato Español Universitario), que estaba en la calle de la Rúa. El jefe del SEU, que era Rafael Fernández, y que más tarde fue fiscal, me dijo: "Mira Cachero, nos hace falta un delegado de facultad y tú nos ofreces confianza; quedas nombrado". Me dieron unos papeles y unas libretas y me dijeron lo que tenía que hacer. Yo era una persona convencida; me pescaron de esa manera, pero fui a aceptarlo sin ningún reparo porque yo participaba de la ideología del SEU, y seguí participando de esa ideología hasta dos años después de terminar la carrera. Yo tenía un temperamento independiente y cuando algo no me gustaba no tenía inconveniente en decirlo. Todos los años, al comenzar el curso, había una reunión de la jefatura del SEU con los delegados. Ya fuera jefe Rafael Fernández, o López Cancio, o quien fuera, nos decían lo mismo: "Este curso que empieza va a ser decisivo". Aquel año acabó la disertación e intervine: "De ahora en adelante no contéis conmigo; esto que acabáis de decir ya lo llevo oyendo dos o tres cursos y no veo resultados"».

l Malos ojos para la Falange. «Lo que los jefes del SEU decían año tras año era que iba a haber un vuelco tremendo en la Universidad, y que ésta iba a convertirse en un centro cultural dominado por la Falange y no por las gentes de derechas, los catedráticos, que veían con malos ojos a la Falange y ponían todo tipo de obstáculos para impedir ese avance del SEU. El sindicato quería tener un jefe con derecho a intervenir en la junta de gobierno de la Universidad, con voz y voto, para hacer propuestas y mostrar su adhesión o discrepancia. Ese era uno de los objetivos que querían lograr, y que en parte consiguieron, pero no duró mucho porque el SEU fue camino del derrumbadero y después surgieron los sindicatos clandestinos. El SEU era importante porque a veces surgían profesores muy adictos. Por ejemplo, era muy adicto el después famoso político Torcuato Fernández-Miranda, catedrático muy joven que sustituye a Gendín como rector cuando en el Ministerio Ruiz Jiménez reemplaza a Ibáñez Martín y hace un cambio de rectores casi total. Torcuato, que nos daba mucha confianza y nos consultaba cosas, era una persona que estaba muy de acuerdo con aquel SEU del momento, cuando el sindicato había iniciado una penetración en la estructura de la Universidad, muy diferente a la del tiempo del rector Gendín, que era muy de derechas, muy de Gil Robles, y había que tener cautela».

l Torcuato defiende al alumno. «En un día de Santa Catalina, patrona de la Universidad, hubo un acto en el Paraninfo y fui testigo de un incidente muy poco agradable. En esos actos intervenía siempre un representante del SEU, y un profesor o catedrático, y luego venía Gendín, con su discurso, al que llamaba el "broche de oro". No era buen orador, de modo que el broche tenía poco oro. Interviene el alumno y empieza a meterse con el profesorado en general, pero llega un momento en el cual el profesorado en general se convierte en un profesor en particular. No dio el nombre, pero todos supimos a quién se refería: a un profesor de Derecho, José Fernández Santaeulalia, con quien estaban los alumnos muy descontentos porque no enseñaba Derecho Civil y pronunciaba unos discursos que eran mera retórica. Gendín, que iba poniéndose colorado, interrumpió y le dijo al alumno: "No siga usted con esas arremetidas contra el profesorado, porque me veré obligado a quitarle el uso de la palabra". El alumno siguió leyendo las mismas cuartillas y disgustando a Gendín, y éste le dijo: "Se acabó". Después intervino Torcuato e hizo un discurso en el que defendió al alumno y dijo que, en efecto, en la Universidad había muchos defectos que habría que corregir en su momento y allí se produjo un choque fuerte».

l Una paga de 500 pesetas. «Acabo la carrera en 1945. Durante ésta se quedaba mucha literatura fuera porque era un programa muy extenso e íbamos viéndolo con lentitud. A pesar de los cuatro cursos, la moderna y contemporánea, desde Bécquer a la literatura de aquel tiempo, no se veían. Era precisamente la parte que a mí más me interesaba, de modo que la estudié por mi cuenta, con mis lecturas. En octubre de 1945 me nombran profesor interino gratuito de clases prácticas. Pero como la Universidad andaba muy mal de profesorado me dan un curso con toda la responsabilidad. No nos pagaban por aquello, pero un día, el decano, don Juan Uría, se para a hablar con nosotros y en ese momento pasa el administrador, Rutilio Martínez Otero. Le dice Uría: "Estos chicos son profesores gratuitos, pero ¿no habría forma de que usted rebuscara acá o allá y encontrara algún dinero?; haga usted el favor". Caramba, buscó y encontró: 6.000 pesetas, es decir, a 500 al mes».

l Cátedra en el Jovellanos. «Me gustaba la docencia y seguí explicando Literatura curso tras curso, pero pensando que era una situación provisional que en cualquier momento podía acabarse. Había oposiciones y estaban viniendo catedráticos que luego paraban o no aquí. Entre ellos, Emilio Alarcos fue de los que se quedaron. Preparé oposiciones sin haber visto nunca ninguna y salí catedrático de Instituto en 1960 con el número uno, y pude elegir el Instituto Jovellanos de Gijón. Seguí preparándome para hacer las oposiciones de Universidad, y la realicé en 1965 para una sola plaza de catedrático, la de Oviedo, que obtuve».

l En el Café Gijón. «Viajaba a Madrid con frecuencia, primero por las oposiciones; luego, al estar yo en tribunales y, más tarde, invitado a dar conferencias. Hubo temporadas en las que cada trimestre estaba varios día en Madrid. Tenía allí compañeros de la Universidad de Oviedo, que habían acabado en Madrid, por ejemplo, Carlos Bousoño. Yendo y viniendo, y con la ayuda de Bousoño, José García Nieto y Manuel Pilares, fui metiéndome en el ambiente literario. Iba al Café Gijón, que tenía un gran prestigio y mucha concurrencia. Además de escritores iban las gentes del teatro, periodistas, etcétera».

Mañana, tercera y última entrega de «Memorias».