Oviedo, Marcos PALICIO

Su turismo es cada vez menos rural. La queja esconde una solicitud de redefinición de un concepto que casi nació en Asturias y sobrevive fuerte, pero algo desgastado por el uso. La imagen de Asturias como paraíso rural está muy vista, tanto que ha atraído a demasiados, matizan algunos empresarios con largas experiencias en el intento de explotar los valores turísticos del campo asturiano. A la visión que ellos tienen del turismo rural le duele cierta sobredimensión y algún exceso de la oferta, que aflige más ahora que la crisis acorta la demanda. Muy poco, según los datos de la web Toprural, que detecta un retroceso de poco más de un uno por ciento en agosto. Aunque en julio fue más patente, según la misma estadística, Asturias sigue siendo la referencia en turismo rural.

Los números hablan solos. Asturias es la cuarta región española con más alojamientos rurales -1.363 en junio, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), sólo por detrás de Andalucía, Castilla y León y Cataluña-, la tercera en plazas y la primera tanto en relación a la población -once casas rurales por cada 10.000 habitantes- como a la extensión -11,2 por cada cien kilómetros cuadrados-, según el mismo portal Toprural.com. Asturias tiene casi el diez por ciento de los establecimientos abiertos en España y los dos municipios con más casas rurales del país, Llanes y Cangas de Onís. Supera a la suma de las otras tres regiones de la cornisa cantábrica y de eso se resiente en algunos momentos el grado de ocupación: en el último dato disponible, correspondiente a junio, el INE calculaba un once por ciento, aunque Toprural eleva hasta el ochenta, el más alto de España, la previsión para el mes de agosto.

Los empresarios aliñan esta ensalada de números con la experiencia directa en un mercado que, a su juicio, se ha abierto demasiado y tiene cada vez menos profesionales dedicados en exclusiva a esta actividad. No son los guardianes de la pureza del campo frente al «intruso» de la ciudad, pero casi. Miguel Trevín, que vende turismo rural desde los años noventa, cuando «había veinte o treinta casas en toda Asturias», detecta «un tanto por ciento grande de casas de aldea regentadas por empresarios que se dedican a otra actividad». No son profesionales directos. Para él y para esos otros «que invirtieron y se metieron en créditos», la entrada de no profesionales les fastidia el negocio.

Asturias tiene hoy el doble de alojamientos rurales que en 2004, calcula el INE, pero ya desde el cambio legislativo de 1999, afirma Trevín, «se perdió la guerra de hacer del turismo rural asturiano un turismo más especializado». La mirada hacia la Administración se hace en este punto inevitable, conviene el presidente de la Asociación de Turismo Rural Oscos-Eo, «por no haber impedido abrir casas o empresas a cualquiera» y por haber aceptado el planteamiento de «convertirse en una fábrica de turismo rural, como en su día reconoció Tomás Flores, ex director general de Turismo», afirma Trevín.

La pista, libre, sin hacer «un análisis de carga», y los fondos europeos condujeron al sector a la sobreexplotación que ahora ven los empresarios veteranos y que les afecta más a ellos. También por los precios, porque el inversor externo puede bajarlos más que el empresario de siempre sin quebranto de una economía que depende de otra actividad. A los empresarios de siempre les queda, opinan los consultados, sobrevivir por la especialización, ofrecer lo que no dan los demás: «El senderismo, el turismo con niños, el agroturismo...».

A Severino García, diecinueve años regentando La Quintana de la Foncalada en Argüero (Villaviciosa), la crisis también le ha llevado por ese camino, en su caso el del «agroturismo y los sistemas ecológicos». «Todo el mundo conoce y habla del exceso de oferta», concede, «ahora también los números. Hay más oferta que demanda». La asignación masiva de fondos europeos al turismo rural ha conseguido, a su juicio, trocar el turismo rural por intrusismo rural y que haya fallado así «la filosofía inicial de la apuesta por esta actividad, que consistía en fijar población y revitalizar el campo».

Para Severino García, «es evidente que hay algo que falla cuando una comunidad uniprovincial tiene tantos alojamientos rurales como la suma de las tres que la rodean». Y la crisis lo ha sacado a la superficie, remata: «Los que vivimos del turismo rural somos cuatro, el resto son inversiones urbanas de gente que fue dirigiendo hacia esta actividad el dinero de las inversiones inmobiliarias, y esto desfasó. Ahora ya nos es imposible competir en el precio», afirma. García pronostica, eso sí, que la recesión y sus efectos colaterales van a detener la explosión en el corto plazo. Según su criterio, «las inversiones van a bajar porque hay crisis y porque se han agotado prácticamente todos los fondos europeos. El mercado va a frenar las nuevas aventuras, pero el problema está en asumir las que ya existen para conseguir que haya una credibilidad en términos globales».

«Si tuviera la solución, a lo mejor sería millonario», le acompaña Adriano Berdasco. No es la primera vez que el presidente de la Federación Asturiana de Turismo Rural afirma que el suyo «sería un sector muy potente incluso a pesar de la crisis si hubiese un 20 o 25 por ciento menos de alojamientos». También desde sus quince años de experiencia en Somiedo, la raíz del problema se ve en la incorporación de inversores «procedentes de otras actividades». La culpa, dice, «la tenemos muchas veces nosotros mismos, que hacemos las cosas porque vemos que al vecino le va bien, pero al mismo tiempo la Administración podría haber sido más rigurosa. Ya hace dos años que les decimos que hace falta un parón en el número de establecimientos». De momento, Berdasco agradece las fórmulas para ir frenando esta sobreexplotación, pero las pide «más contundentes» y llama la atención sobre el descenso de los precios. «De más de cien euros hasta cincuenta», concreta, «con tarifas que en ocasiones nada tienen que ver con las que se publicitan en las páginas web».