Oviedo, Ana P. PAREDES

Jorge Alonso García no lo cogió en brazos. Ni siquiera lo tocó, pero sabe a ciencia cierta que es prácticamente imposible volver a tener a 20 centímetros de distancia a un oso de dos años tal y como le sucedió ayer, a plena luz del día.

A la una de la tarde, aproximadamente, y mientras conducía su automóvil acompañado de su madre, María Luisa, en dirección a Bermiego, observó con asombro, tras haber pasado Proaza y antes de llegar al túnel nuevo de Peñas Juntas, cómo un pequeño animal, que en principio no lograba identificar, salía por la izquierda, cerca de un quitamiedos, a la carretera tras haber cruzado el río Trubia.

Este quirosano no daba crédito a lo que veía: aquel pequeño animal, del tamaño de un pastor alemán, mojado y asustado, que se movía por el asfalto completamente desorientado y buscando regresar al lugar de donde había salido, era un esbardu de unos dos años. Su mirada, a medio camino entre la ternura y el desamparo, desarboló completamente a Jorge Alonso quien, sin pensarlo, detuvo su coche donde pudo y en lugar seguro, y se bajó apresuradamente para evitar que el animal fuera atropellado por los automóviles que circulaban por esta carretera.

Como el osezno intentaba volver al río y en aquel tramo el alto desnivel se lo impedía, Jorge Alonso fue junto a él jaleándolo por la carretera durante unos 150 metros para que se moviera en la dirección correcta y, sobre todo, para evitar su atropello. En aquellos instantes, y salvo dos ciclistas que lo observaron todo, no circuló ningún coche.

«Le acompañé corriendo junto a él y, en el momento que el desnivel de la carretera era favorable, le atosigué para que se digiriera hacia allí y pudiera volver hacia el lugar de donde había venido. No me tenía miedo, es más, si quisiera podría haberlo cogido, pero ni lo toqué pensando que la madre podría estar cerca o ante la reacción del animal, no hay que olvidar que es salvaje. Lo que hice fue ir pegado a él para que no fuera atropellado y ayudarle lo que pude para que regresase a su entorno», añade.

La emoción envuelve las palabras de este hombre, residente en Oviedo, al recordar lo que vivió, un hecho casi idéntico al de la osa «Villarina». «Me puse muy nervioso y ahora me arrepiento de ello, pero es que esto es algo que no te pasa todos los días. Poder hacer fotografías a un oso en libertad, apenas a 20 centímetros de distancia, es una oportunidad única en la vida que dudo mucho se me vuelva a repetir». Y a renglón seguido añade que el osezno «era tal como los ves en la tele. Con esa mirada de ternura, de desamparo, giraba la cabeza y me miraba como diciendo ¿y ahora, por dónde voy?, ¿qué hago? Todo mojadín. ¡Daban ganas de cogerlo en brazos y llevalu pa casa!», exclama Jorge Alonso quien inmediatamente se puso en contacto, primero con el 112 y luego con el FAPAS (Fondo para la Protección de los Animales Salvajes), para notificarle el hallazgo.

«Me preguntaron si había escuchado ruidos cerca, posiblemente de la madre, pero no oí nada. Al comentarles donde había sido, me señalaron que, por la situación, y como tienen controladas las osas con crías, casi lo tenían identificado».

Al grito de «¡por ahí, métete por ahí», y tras esos 150 metros de asfalto interminable, el osezno se giró un instante para mirar a su salvador, quien sabe si a modo de agradecimiento, y desapareció entre la maleza, camino del río. Jorge Alonso no lo olvidará nunca y puede que, durante mucho tiempo, siga emocionándose al recordarlo.