Varios períodos de la vida de Sabino Fernández Campo muestran la doble faz de la épica y de su reverso misterioso. La épica de la Guerra Civil -en la que inmediatamente se involucró-, pero su decepción, menos conocida, con una posguerra «de venganzas». La leal labor como servidor del Ejército, pero su mirada distante hacia Franco, y su deserción, muy reciente, de la Hermandad de Alféreces Provisionales. La épica de aniquilar una de las bases del golpe de Estado del 23-F, pero la sospecha sobre su labor de cobertura de don Juan Carlos I. Y el esplendor de la vejez, admirado y elogiado, pero con el desgarro interno de la muerte a su alrededor y las angustias y esperanzas de la fe en Dios.

1.Guerra civil y decepción de posguerra

Sabino Fernández Campo nace en Oviedo, el 17 de marzo de 1918, hijo de Sabino, comerciante, y María. Estudia en la Academia Ojanguren y uno de sus primeros recuerdos de adolescencia -relatado en sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, en septiembre de 2008- corresponde al impacto que le produjo la Revolución de Octubre de 1934, cuando en su casa en Buenavista, «aterrorizado detrás de los visillos» ve pasar a un compañero de colegio «empujando los cañones» revolucionarios. «Hay que ver: dos chicos de 16 o 17 años, que habían estado juntos, que habían hecho juntos sus travesuras, y que habían trabado también amistad y compañerismo... Fue el símbolo de un país en el que un motivo político y tan trágico dividía a las personas y dividía España». Inicia la carrera de Derecho, «que, con la Universidad destruida, cursaba en la Escuela Normal, en la calle de Fruela».

Pero con la abrupta experiencia del 34 a las espaldas, «en cuanto estalló la guerra, me incorporé al Regimiento del Milán». Su padre «estaba movilizado también, en el batallón de Ladreda, creado con gente un poco mayor, armada, en puestos de vigilancia, de seguridad», y su madre recibe en un momento de la contienda la noticia de que su hijo estaba herido. «Entonces, mi madre se fue andando hasta la posición; tuvo que ir parte del camino arrodillada, protegida por el borde de la carretera. Me puse como una fiera cuando llegó, porque parecía que la mamá iba a ver al niño».

Tras la ruptura del cerco de Oviedo, lucha en El Merillés, Tuña (Tineo), posición en la que, durante un mes, comparte su unidad con los rojos la leche de una granja entre fuegos, para hacer chocolate. «Le dábamos un chusco de pan a aquella familia y ellos nos daban la leche y nos hacían el chocolate; nos pusimos de acuerdo con uno que había estado con el enemigo». Tras las chocolatadas de El Merillés, avanza sobre Cangas de Narcea y Tineo villa. «Después, me incorporé a una bandera que se creó, la Segunda Bandera de Asturias, en la que había mucho allerano y muchos soldados de Moreda». Antes, había realizado los cursos de alférez provisional, en Ceuta, y después es destinado al frente de Aragón y a la batalla del Ebro. Fue uno de liberadores del monasterio de Collell, y finalmente entra con los vencedores en Barcelona.

Tras la guerra, es nombrado abogado defensor en consejos de guerra. «Era muy duro porque aquello era ya más venganza que lucha», afirmará. «Me consideraba del bando ganador, sí, aunque triunfador, no. No sé si hay diferencia, pero yo la encuentro». Fernández Campo dirá también que «evidentemente, yo estaba del lado de Franco y perteneciendo al Ejército de Franco. De manera que en aquel momento no había duda. Pero no exacerbadamente, y sin coincidir con todas las actuaciones. Me parecía que, finalizada la guerra, era momento de algo distinto. Me desilusionó un poco que no hubiera sido un momento de perdón, de unión, un momento de volver a que España fuera una».

2. Una mira distante hacia el franquismo

«Termino la guerra como teniente y se produjo una convocatoria del cuerpo de Intervención Militar para el que hacía falta el título de abogado. Me presenté e ingresé». Es destinado a Valladolid, y «después me destacaron a Oviedo-Gijón y a Trubia, donde pasé muchos años, doce o trece, en la Fábrica de Armas». Pasa después a Madrid, al Ministerio, en la Dirección General de Industria y Material. Se forma paralelamente en el Industrial College de Estados Unidos, con diploma en Economía de Guerra. De 1957 a 1961 pertenece a la Comisión de Enlace con la Misión Americana, junto a Alfonso Armada. Visita las academias estadounidenses más célebres.

Posteriormente, «el ministro Barroso se interesó por lo que yo podía saber "de esto de la industria", y le expliqué que había estado trece años en la Fábrica de Trubia. "¿Y qué opina usted de las fábricas de armas?", me preguntó. De aquella conversación nació la idea de crear la empresa Santa Bárbara, que iba a unificar todas las factorías españolas de armamento. "Le voy a nombrar un sustituto en Industria y Material, y usted se queda en la secretaría del Ministro". Y así empecé, desde Antonio Barroso hasta cinco ministros más: Martín Alonso, Menéndez Tolosa, Castañón de Mena, Coloma Gallego y Álvarez Arenas».

De 1960 a 1963 es interventor de la Casa Militar de Franco. «El tiempo en el Ministerio fue muy interesante para conocer los aspectos técnicos del Ejército y también su parte política. Fui testigo de la subordinación, de la admiración y casi adoración que los ministros sentían por Franco». Fernández Campo narró en la citada conversación con LA NUEVA ESPAÑA una anécdota al respecto. «Su seriedad desconcertaba. Cuando se ascendía a general había que presentarse a Franco. Me dijeron: "Deja que hable él primero", y me presenté en el Pardo. Y no hablaba, con lo que nos estuvimos mirando un rato. El tenía unos ojos vivísimos, eso sí; se decía que hablaba por los ojos. Nos mirábamos y yo no sabía qué decir, hasta que ya por fin, aunque me habían dicho que esperara a sus palabras, le dije: "Pues sí, he ascendido". Y él replico; "Pues enhorabuena". Se levantó, tomó un papel con las audiencias del día y con un lápiz rojo me tachó. Añadió: "Adiós, buenas". La viveza de su mirada daba confianza, pero, claro, daba la confianza de que había que desconfiar».

Pasados los años, Fernández Campo llegará a verse en la tesitura de elegir entre sus raíces guerracivilistas y moderadamente franquistas o la concordia de la transición. «Hace unos pocos años, me sucedió algo que sentí muchísimo. Yo estaba orgulloso de haber sido alférez provisional durante la guerra, y he pertenecido a la Hermandad de Antiguos Alféreces Provisionales. Eso no impidió que durante la transición tuviera mucha relación con Carrillo, no por coincidencia de ideas, sino porque se me había encargado hablar con él, traerle a esa unidad que entonces se pretendía y se logró. Hubo una cena homenaje cuando Carrillo cumplió noventa años, a la que yo asistí. Coincidió con que en aquel momento retiraron la estatua de Franco de Nuevos Ministerios».

Indica Sabino Fernández Campo que «al día siguiente mismo recibí una comunicación del presidente de la Hermandad de Alféreces Provisionales en la que me decía que la junta de gobierno había decidido que en el plazo de 24 horas justificara no haber asistido a la cena de Santiago Carrillo». Tomó una decisión fulminante: «Causé baja inmediatamente, y lo sentí muchísimo, pero es un síntoma de cómo ese sentimiento de concordia de la transición no funciona en todas las mentes. Y es desagradable».

3. El 23-F, Armada y el Rey resguardado

En 1975, Sabino Fernández Campo es nombrado subsecretario de la Presidencia del Gobierno, donde colabora con Alfonso Armada, Camilo Mira y Alfonso Osorio. En el primer Gobierno Suárez (1977), recomendado por Armada, irá a la Secretaría del Ministerio de Información y Turismo, con la delicada tarea, entre otras, de controlar la imagen exterior de España en los medios de comunicación. Ese mismo año, fue designado por el Rey Juan Carlos I secretario general de la Casa del Rey, tras ser cesado -por petición de Suárez- su predecesor, Armada.

Los vínculos entre Fernández Campo y Armada son intensos. «Coincidimos ya en la secretaría de varios ministros. Fuimos íntimos amigos, compañeros estrechamente ligados, admirándonos mutuamente y ayudándonos. Había también relación estrecha entre nuestras familias».

Pero llega la noche del 23 de febrero de 1981. «Fue muy penoso lo de Armada. No sé en qué sentido -tal vez en el religioso- tuvo una inspiración de que íbamos al desastre, de que había que salvar a España y a nuestra religión. En fin, se pasó de sentimiento patriótico quizá, y se equivocó».

El 23-F pivota sobre la progresiva toma de conciencia de Sabino Fernández Campo sobre el peligro de la vista de Armada a la Zarzuela. Él mismo lo explicó a LA NUEVA ESPAÑA. «No me percaté en el mismo momento de lo que suponía que Armada viniera a la Zarzuela la noche del 23-F. Lo descubrí después. En un primer momento, a mí me parecía innecesario que fuera a la Zarzuela esa noche. El tenía un puesto importante en el Ejército. Era segundo jefe del Estado Mayor y su puesto en un momento de dificultad como aquél era estar en su despacho. Además, había una cuestión personal: si yo le había sustituido a él como secretario general de la Casa del Rey, era yo el que tenía que estar en Zarzuela, y que llegara en aquel momento otra persona sería motivo de confusión».

Acaece la llamada desde la Brunete. «Entonces me llama Juste, despistado. Momentos antes, Alfonso Armada había insistido en presentarse en Zarzuela y explicar cómo estaba la situación. Decía que no teníamos ni idea, pero yo me había opuesto y le había dicho que no hacía falta que viniera. Al hablar con Juste, me dice: "Bueno, en definitiva, ¿qué está pasando? ¿Ya está ahí Alfonso?". "No, no está", respondí. "Pero estáis esperándole, ¿no?". "No, tampoco; no está ni se le espera", que fue la frase que se hizo famosa, pero que respondía sencillamente a una realidad: no le esperábamos porque le habíamos dicho que no viniera».

Fue en ese preciso momento cuando el general asturiano ata los cabos. «Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Al ver juntas la insistencia de Armada en venir y la pregunta de Juste sobre si ya estaba allí, me hizo suponer que la presencia de Armada era significativa para algo. Entonces, fue cuando le dije al Rey: "La posición que estamos adoptando hasta ahora hay que mantenerla firmísimamente, porque tengo la impresión de que si se sabe que Armada está en Zarzuela parecerá que vuestra Majestad está metido en el lío y que está dirigiéndolo con Armada desde la Zarzuela". Fueron muy importantes los pasos de aquella noche, porque era una cosa convenida: a partir de tal hora, estará Armada en Zarzuela. Eso hubiera arrastrado a la contra los sucesos de aquel día».

En el reverso misterioso de esta historia, no obstante, se hallan las preguntas acerca de las labores de Fernández Campo para evitar que se involucrara al Rey. De hecho, las hubo, concretamente cuando el secretario del Casa del Rey le pide esa noche a Armada, antes de que éste acuda al Congreso, que no invoque para nada el nombre de don Juan Carlos. Posteriormente, durante el juicio del 23-F, los abogados intentarán demostrar que sus representados actuaron por obediencia al Rey. Juan Carlos será citado como testigo, pero quien acudirá es Fernández Campo, que con una habilidad extraordinaria desviará todo ataque de los abogados.

Y Armada jamás implicará al Rey, pero en círculos íntimos dirá: «Juan Carlos es como mi hijo, y a un hijo se le perdona todo». Tras la condena, Fernández Campo trató de «hacer por él todo lo que pude. Quizá no se sepa, pero insistí mucho para que le indultaran después de haber cumplido parte de la condena. Insistí y se me hizo caso, porque el ministro de entonces, Narcís Serra, se portó muy bien, al igual que su secretario, Luis Reverter».

4. Honores, angustia y Dios al fondo

Sabino Fernández Campo es conde de Latores, Caballero del Real Cuerpo de la Nobleza de Asturias, miembro de honor de la Real Academia de Medicina de Asturias y León, de la Real Academia de Doctores de España, censor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Los honores y la admiración llegan tras su jubilación en la Casa del Rey, en 1993. Pero en su interior laten preocupaciones profundas, de sufrimiento y esperanza.

«A mis padres los adoraba, porque, además, era hijo único. Mi madre era una mujer extraordinaria, sensible, artista, tocaba el piano de maravilla. Mi padre era la honradez personificada en el cumplimiento de sus deberes. Los admiraba. Su recuerdo influye en toda la vida. Se mueren? Es tristísimo, pero es lógico. Mi padre murió con 93 años; mi madre, con 87. Hay que esperarlo, hay que suponer que tiene que ocurrir. Se siente, pero se lleva».

Era el dolor asumido, pero también sobreviene el incomprensible, según relató en septiembre de 2008. « Ahora, los hijos?, que los ha visto uno nacer, que están en lo mejor de la vida. El primer hijo, que se me murió en el hospital; el segundo, en un accidente de automóvil. Yo estaba en Madrid; suena el teléfono muy temprano por la mañana y me dicen "se ha matado Sabino, en coche, al lado de Cudillero". Y luego estas dos hijas mías que se me han muerto hace un año, casi en un mes, de cáncer. Tengo otra hija enferma, con un tratamiento terrible. Eso es dolorosísimo y yo no sé, a veces?, no sé cómo se puede resistir. Lo he pasado muy mal. Caí en una depresión, me cuesta trabajo, no he salido del todo de ella y es durísimo. Me encomiendo a la fe; les encomiendo a ellos y a ellas, y a mí. Hay algo que está por encima de todo esto, y que esperamos conocer».

¿Qué fe? «Tengo ideas religiosas muy profundas, y muy temerosas. Veo que se acerca un momento? Mi familia me ha educado dentro de la religión. Mi padre era extraordinario en ello, y mi madre, no digamos. Ésa es la base que no se olvida. Eran creyentes y practicantes, realizaban obras de caridad, pertenecían a asociaciones católicas, visitaban enfermos. Quiero ser persona religiosa, pero tengo mis miedos. Hay un libro que me ha impresionado, el de Alexis Carrel "La incógnita del hombre". Había leído mucho ese libro, pero no sabía que uno de mis hijos, ya fallecido, lo había leído también, y tanto que lo había subrayado y había escrito comentarios a las partes más interesantes en el margen de las páginas. Después de que se muriera, al ver ese libro así subrayado y comentado, me quedé tan impresionado?».

«Escucho a este Papa, que empezó diciendo que el infierno existe, y que es eterno? Para mí, la eternidad es tan espantosa, hasta para lo bueno? Sí tengo miedo, el miedo a haber sido tan inadmisible que no se me perdone. Que, efectivamente, el infierno sea así, y que Dios sea un ser tan justiciero, tan justiciero, que no predomine un poco la clemencia, el perdón. Y yo, que lo veo cerca, porque las cosas hay que verlas con realismo, tengo miedo, pero tengo confianza y desde luego soy creyente».