Oviedo, Javier CUERVO

«Todo el mundo al suelo» identifica el intento de golpe de Estado. Pronunció esa orden el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina al asaltar el Congreso de los Diputados. «Ni está ni se le espera» es la frase que desmontó el intento de golpe de Estado. La pronunció Sabino Fernández Campo aquella misma tarde del 23 de febrero de 1981. El que no estaba y al que no se esperaba en el palacio de la Zarzuela era a Alfonso Armada Comyn, que ha quedado como planificador de aquel intento de romper la democracia, un traidor para todos que niega cualquier participación y que se define como víctima. LA NUEVA ESPAÑA habló ayer con él por teléfono a su regreso de misa, «de pedir por Sabino Fernández Campo».

La larga crisis económica, un estado de las autonomías en construcción y la actividad sangrienta de ETA, que el año anterior había rondado los cien asesinatos de militares, policías, políticos, industriales, dan los antecedentes del intento de golpe de Estado del 23 de febrero. Se produjo cuando se votaba la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno por UCD (Unión de Centro Democrático) en sustitución del dimisionario Adolfo Suárez, carismático conductor de la transición hasta entonces.

Es difícil hacerse idea de la velocidad a la que se iban sucediendo acontecimientos graves. Aunque había antecedentes de intentonas golpistas y la joven democracia temía el ruido de sables, la irrupción de un grupo de guardias civiles en el Congreso de los Diputados a las seis y veintiún minutos de la tarde y la toma de cuatrocientos rehenes, representantes del pueblo, la interrupción de las emisiones radiofónicas y televisivas y la salida de los tanques a las calles de Valencia con la sublevación del capitán general Jaime Milans del Bosch sorprendieron al país.

Esa tarde y esa noche Sabino Fernández Campo, que desde 1977 era secretario general de la Casa del Rey, ganó un protagonismo para la historia. Fue el primero que habló por teléfono con Antonio Tejero, encerrado en el Congreso, para preguntarle qué estaba haciendo y a qué venía que dijera hablar en nombre del Rey. Tejero le respondió que no obedecía más órdenes que las de Milans del Bosch.

El golpe se basó tanto en las acciones notorias -toma del Congreso, sublevación de Valencia- como en la incertidumbre. Las capitanías generales se vigilaban unas a otras sin que estuviera claro qué había que hacer: la duda era si el Rey estaba detrás del intento de golpe de Estado. Con esa ambigüedad jugaban los golpistas, especialmente Alfonso Armada. Armada, militar, aristócrata, noveno marqués de Santa Cruz de Rivadulla, de nobleza asturiana en su rama más importante, era tenido por un hombre del Rey fuera de toda duda. Había dado clases militares al Rey Juan Carlos, sido secretario general de la Casa del Rey durante 17 años y acababa de ser nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. Adolfo Suárez y él se despreciaban mutuamente pero Suárez estaba fuera de juego, víctima de su propio partido y dejado a su suerte por Juan Carlos I.

Con el Gobierno secuestrado por Tejero, la Junta de jefes de Estado Mayor, máximo órgano del Ejército, redactó un comunicado para hacerse cargo del poder provisional. En el palacio de la Zarzuela se agradeció el ofrecimiento al tiempo que se señaló su improcedencia y se puso en marcha un Gobierno de secretarios de Estado y subsecretarios al frente del cual estaba Francisco Laina, director de Seguridad del Estado y presidente del gobierno español durante 18 horas.

Unas de las amenazas más poderosas era la División Acorazada Brunete, capaz de tomar Madrid con sus tanques, y cuya fidelidad estaba en duda. Su máximo responsable era el general Juste Grijalba, que había sido informado de dos falsedades vitales para entender cómo funcionaba la maquinaria más secreta del golpe: que el Rey apoyaba el golpe y que Alfonso Armada estaría en la Zarzuela recibiendo órdenes para formar un Gobierno de concertación que presidiría.

Eso es lo que supo detectar pronto y bien Sabino Fernández Campo en la conversación telefónica con el Juste. Lo contó así en las memorias dictadas a LA NUEVA ESPAÑA:

«No me percaté en el mismo momento de lo que suponía que Armada viniera a la Zarzuela la noche del 23-F. Lo descubrí después. En un primer momento, me parecía innecesario que fuera a la Zarzuela esa noche. Él tenía un puesto importante en el Ejército. Era segundo jefe del Estado Mayor (el primero era el general Gabeiras) y su puesto en un momento de dificultad como aquél era estar en su puesto en su despacho. Además, había una cuestión personal: si yo le había sustituido a él como secretario general de la Casa del Rey, era yo el que tenía que estar en Zarzuela, y que llegara en aquel momento otra persona sería motivo de confusión. Eso mismo le estaba pasando en aquel momento al general Juste, que mandaba la División Acorazada Brunete, pero se le presentó allí quien había sido jefe antes, el general Rojas, que ya estaba destinado en La Coruña. Ya nadie sabía en aquellos momentos quién estaba mandando en la Brunete. Entonces me llama Juste, despistado, a la Zarzuela. La famosa llamada.

(...) Al hablar con Juste, me dice: "Bueno, en definitiva, ¿qué está pasando? ¿Ya está ahí Alfonso?". "No, no está", respondí. "Pero estáis esperándole, ¿no?". "No, tampoco; no está ni se le espera", que fue la frase que se hizo famosa, pero que respondía sencillamente a una realidad: no le esperábamos porque le habíamos dicho que no viniera».

«Fue entonces cuando me di cuenta de todo. Al ver juntas la insistencia de Armada en venir y la pregunta de Juste sobre si ya estaba allí, me hizo suponer que la presencia de Armada era significativa para algo».

Nada más colgar el teléfono con Juste, Fernández Campo subió a ver al Rey para comentarle sus sospechas. Contaba con que Juan Carlos I estuviera llamando a las capitanías generales pero en ese mismo instante hablaba con Alfonso Armada, que se ofrecía para conseguir una solución. Fernández Campo le hizo señales al Rey para que le insistiera en que no.

Lo que sigue es el relato de las memorias dictadas a LA NUEVA ESPAÑA: «Entonces, fue cuando le dije al Rey: "La posición que estamos adoptando hasta ahora hay que mantenerla firmísimamente, porque tengo la impresión de que si se sabe que Armada está en Zarzuela parecerá que vuestra Majestad está metido en el lío y que está dirigiéndolo con Armada desde la Zarzuela".

Se tomó la determinación de que de ninguna manera apareciera por allí. No iba a aparecer de todas formas, porque no se iba a consentir. Pero lo que pasaba es que Alfonso Armada, que había estado tanto tiempo destinado en Zarzuela, entraba y salía, y muchas veces iba a hablar con el Rey. Sin embargo, hacía poco, pero ya antes del 23-F, se había dado una orden de que nadie entrara en Zarzuela, aunque fuera muy conocido, sin que lo supiera el jefe de la Casa, o el secretario general. Fueron muy importantes los pasos de aquella noche, porque era una cosa convenida: a partir de tal hora, estará Armada en Zarzuela. Eso hubiera arrastrado a la contra los sucesos de aquel día».

En aquella confusión se hizo muy importante que siempre quedara claro que Alfonso Armada no actuaba en nombre del Rey y eso fue lo que Fernández Campo le aclaró al general golpista que se iba ofreciendo para "sacrificarse" en nombre de aquella situación peligrosa para España y para los diputados secuestrados. «Si personalmente crees que lo puedes conseguir, vete», fue toda la autorización que tuvo.

Alfonso Armada se presentó en el Congreso para convencer a Tejero de que depusiera su actitud y asumir él mismo el papel de jefe de un Gobierno, a las órdenes del Rey, con políticos de todos los partidos, incluido el comunista. «Yo no he asaltado el Congreso para esto» le respondió airadamente Tejero. Tras una agria discusión, el teniente coronel despachó violentamente al general Armada sin dejar que se dirigiese a los diputados.

El golpe se dio por fracasado a la una y cuarto de la madrugada del 24 de febrero, cuando TVE emitió el mensaje del Rey garantizando la normalidad constitucional aunque las emociones siguieron en la llamada noche de los transistores.

Al día siguiente, mientras los guardias civiles que tomaron el Congreso huían por las ventanas, Tejero y Armada firmaron sobre un capó un acta de rendición de los guardias que suponía la liberación de los diputados. Horas después Armada fue cesado y dos días después detenido. Fue juzgado en el proceso 2/81 junto a 31 militares más y un único civil, Juan García Carrés.