Cuando se tiene mano para el dibujo, ojo para observar, inteligencia para comprender y humor -humor, además, con ácido asturiano- para sacar punta a lo que se ha visto y comprendido, la caricatura es casi un precipitado natural de esa suma de talentos. Sabino Fernández Campo los tuvo. Y no se privó de aplicarlos. Hasta tal punto que hay quien piensa, incluso, que «podría haber vivido de ello». Así lo cree, por ejemplo, el periodista ovetense Marino Gómez-Santos, que conoció y trató durante medio siglo al conde de Latores y que llegó a decirle alguna vez justamente eso: que talento no le hubiera faltado para sumar a la espada del militar y a la pluma del ilustrado el plumín del caricaturista.

No ha sido ésta una faceta aireada en exceso, sin duda a causa de la extremada seriedad de los cargos y las responsabilidades con las que el general cargó durante su vida; pero la conocían bien sus allegados, y en alguna ocasión sí llegó al gran público. Hace unos años, el diario «El Mundo» dedicaba a los dibujos humorísticos de Fernández Campo un extenso reportaje en el que aparecían retratados los más variados personajes, y, más recientemente, era el propio conde de Latores el que ofrecía varias de sus caricaturas para ilustrar un libro sobre su ciudad natal, «En busca de mi Oviedo perdido. De la República a la posguerra», del mencionado Gómez-Santos. Fernández Campo caricaturizó, entre otros, a José María Aznar, Rostropovich, Mario Conde, Pepe Cosmen, José Antonio Cepeda, Julián Muñoz, Teodoro López Cuesta, Luis Roldán, el marqués de Mondéjar o a su propia esposa María Teresa Álvarez.

«Fue el propio Sabino el que, al tener noticia del libro y de algunos de los personajes que retrataba, me ofreció unas caricaturas; tres, en concreto: de la marquesa de Cienfuegos, de Hipólito García-Argüelles y del señor Guisasola, caballero de la Orden del Santo Sepulcro», recuerda Gómez-Santos, para quien estos trabajos «dejan bien claro que Sabino era un caricaturista fenomenal, gran dibujante y gran psicólogo». Y, en efecto, el general tenía precisión dibujística, buen pulso y finura para el detalle satírico, conforme a un tipo de caricatura muy limpia y esencial, sin duda bajo el influjo de los grandes especialistas de la prensa española en los años veinte y treinta. Mientras los detalles accesorios de indumentaria y otros complementos eran tratados con realismo detallista, Sabino Fernández Campo resolvía los rostros en apenas unas líneas, con gran don de síntesis.

Marino Gómez-Santos confirma que el conde de Latores fue, además, un dibujante incansable, que dejó constantemente registro satírico o caricaturesco de tantas y tantas personalidades con las que trató en su larga vida: desde los tipos de su Oviedo hasta los líderes políticos, mandatarios o personalidades del mundo intelectual. «Tenía muchísimas, aunque creo que bastantes se perdieron», estima el periodista ovetense. Una pena, puesto que cuando se ha tenido una biografía tan rica como la de Sabino Fernández Campo y un humor tan sutil, una revisión de sus caricaturas podría ser un excelente «aparato crítico»: una colección de interesantes notas a pie de página de la historia en las que quizá se entreviese mucho de lo mucho que supo ver y callar.