Oviedo, L. Á. VEGA

La Quinta Pedregal, el «chupadero» en el que desapareció en 1937 el policía municipal Melitón Corral Luengo -cuyo caso será visto el miércoles por el grupo de desapariciones forzosas de la ONU en Ginebra-, es el agujero negro de la memoria histórica en Avilés. Los investigadores cifran en unas 300 las personas desaparecidas tras entrar entre sus muros. Testimonios de supervivientes hablan de torturas atroces y viles asesinatos, con los que se consumaba la detallada venganza sobre los vencidos. Los investigadores aseguran que su simple mención provoca aún terror entre los derrotados (y las familias de éstos) que sobrevivieron a aquella época salvaje. Aún se desconoce con exactitud lo ocurrido realmente en aquella casa que perteneció al político José Manuel Pedregal y que hoy acoge la pinacoteca y la colección de porcelana de Sèvres de José Luis García Arias, presidente del Grupo Melca. Pero un grupo de jóvenes investigadores se niega a pasar esta oscura página de la historia avilesina y asturiana.

Quizá uno de los casos emblemáticos sea el de Fernando Arias Arias, consejero municipal en el Ayuntamiento de Avilés, y, por tanto, un miembro destacado de la Administración republicana en Avilés, sobre el que cayó la más brutal de las venganzas. Su nieta, la ex senadora socialista Nelly Fernández Arias, tenía 5 años cuando mataron a su abuelo. La mujer ha relatado en varias ocasiones cómo su familia supo, a través de testigos, que a su abuelo le sacaron los ojos durante las torturas, para luego matarlo a palos. Quizá su cadáver se encuentre enterrado en alguna de las fosas de la comarca avilesina, como las situadas en La Lloba o en el pinar de Salinas, aunque se ha sugerido la posibilidad de que haya inhumaciones en la propia finca.

Fernando Arias puso a salvo a su familia el 9 de septiembre, un mes antes de la llegada de los nacionales a la ciudad. Salieron hacia Burdeos, y de allí a Barcelona. Arias se quedó en Avilés. Le esperaba un final esperado, del que era muy consciente. Su familia quedó marcada de por vida, como ha relatado en alguna ocasión Nelly Fernández, su abuela tardó varios años en salir de casa.

Antes de la caída, Avilés había sido escenario de la represión republicana. El historiador Pablo Martínez Corral (autor de «Castrillón de la Segunda República y la Guerra Civil»), bisnieto del policía municipal Melitón Corral, cifra en unos 70 los asesinados por los milicianos republicanos en las tres grandes sacas del Monte Palomo. Quizá esta brutalidad, que Martínez atribuye a la destrucción de la legalidad republicana desencadenada por el golpe de Estado del 18 de julio, sea lo que explique la saña con la que los vencedores persiguieron a los vencidos en aquellos meses finales de 1937. La gran diferencia con los asesinatos cometidos por los republicanos es que la represión nacional fue sistemática y buscaba sobre todo «desatar el terror y expandir el miedo».

La Quinta Pedregal centralizó la represión extrajudicial. Su único sentido era eliminar a los republicanos. Hay quien salió vivo de allí, pero tras recibir una soberana paliza, que le quedó grabada de por vida. Los supervivientes relatan también la violación sistemática de mujeres, incluso de aquellas que acudían a la casa con comida y ropa para conocer el destino de sus seres queridos.

La Quinta Pedregal era un cuartel adscrito a Orden Público. Allí operaban falangistas y guardias civiles, integrados en las llamadas patrullas de Investigación y Vigilancia. Pese a este nombre, la represión ejercida por estas patrullas carecía de respaldo legal alguno.

Los nombres de los torturadores se conocen. La patrulla que detuvo a Corral estaba mandada por un guardia llamado Carbonero, que murió en diciembre de 1937, posiblemente asesinado por sus propios correligionarios. Otros represores vivieron para ver el nuevo milenio, según familiares de las víctimas.

La mayor parte de las desapariciones en la Quinta Pedregal se produjeron en noviembre y diciembre de 1937. La dinámica de detenciones, torturas y asesinatos se prolongó a lo largo de 1938, pero la represión se hizo notar aún hasta 1949.

Pablo Martínez Corral ha documentado incluso la forma en que se desarrollaban los interrogatorios, que se iniciaban con preguntas a veces al tuntún, sin mucho sentido. Quienes confesaban eran asesinados allí mismo, de la forma más cruel.

Con la llegada de la democracia, la finca se convirtió en lugar de peregrinación, y el 1 de mayo se depositaban flores. El Foro Republicano y de la Memoria Histórica de Avilés ha solicitado que la Quinta albergue un museo de la represión franquista, sin éxito.