Obispo-administrador diocesano de Oviedo

Las Palmas de Gran Canaria,

Antonio G. GONZÁLEZ

Raúl Berzosa (Aranda de Duero, 1957), obispo auxiliar de Oviedo y administrador de la diócesis hasta el inminente nombramiento del nuevo arzobispo, se pronuncia en esta entrevista sobre su intervención ayer en las jornadas celebradas en Las Palmas de Gran Canaria bajo el título «Darwin, nuevas formas de entender la evolución». Berzosa muestra su equidistancia entre la teoría de Darwin y el creacionismo, que defienden hoy los integristas cristianos. El suyo es un evolucionismo moderado y abierto, asegura, ya presente en el Génesis y en San Agustín.

-Haciendo un poco de historia de la relación entre fe y teoría de la evolución, Darwin supuso un elemento que entraba en conflicto con la religión. ¿Por qué en tal grado? ¿Qué establecía el dogma oficial religioso respecto al origen de las especies para que se viera a Darwin como alguien que lo desmentía?

-El choque, por excelencia, entre la ciencia y la fe cristiana surgió con Charles Darwin. Dos tesis se enfrentan: el evolucionismo y el fixismo (creacionismo). El fixismo afirma la estabilidad de las especies. Cada especie es inamovible. No hay nuevas especies. El conjunto de las especies vive desde la creación del mundo. La naturaleza podría contemplarse como un orden maravilloso establecido por una sabiduría superior, Dios. Darwin contempla la naturaleza como un sistema dinámico en el que la competitividad juega un papel decisivo: los más fuertes, los más adaptados se imponen, y así sobreviven. Si el medio cambia, algunas especies, a las que su estado anterior perjudicaba, pueden tener ventajas y adaptarse rápidamente, para llegar a imponerse a las demás. La tesis es atractiva, pero es difícil de demostrar, Darwin ignoraba lo que se sabe hoy gracias a la genética.

-Bien, lo que hace Darwin es volver a Dios, digamos, no imprescindible, e incluso innecesario, para la creación. En el siglo XIX era un ataque a la religión.

-Darwin desarrolla, incansablemente, la tesis de la selección natural, que progresa sin ninguna finalidad, al azar, sin ningún objetivo determinado. La teoría de Darwin ocultaba, claramente, la representación cristiana del universo. Aunque él era creyente, parece subrayar «un deísmo» (Dios pone en marcha el mundo, y éste sigue sus propias leyes). Si las especies descienden unas de otras, según mecanismos excesivamente complejos, es legítimo pensar que el ser humano no es más que un animal evolucionado. De ahí la escandalosa idea de que el hombre podría venir del mono. Pero si esto es así, ¿dónde queda el lugar que el ser humano se atribuye a sí mismo en el seno de la naturaleza? ¿Qué sucede con el destino espiritual de los seres humanos? ¿No somos más que una aberración o un accidente de la naturaleza?

-¿Por qué tarda tanto la jerarquía católica en acatar hitos esenciales de los avances científicos desde Galileo?

-La Iglesia nunca está cerrada a la ciencia, pero la mira con prudencia. La fe necesita de la ciencia. Y la ciencia de la fe. No pueden ser extrañas ni enemigas, sino compañeras de viaje. No hay ningún temor. Se complementan. Es cierto que ha habido intolerancias y errores históricos. La Iglesia los ha reconocido. Y, en el tema concreto que nos ocupa, nuestra postura no es la del creacionismo fixista (creacionismo puro), ni la del transformismo darwiniano, ni la de un evolucionismo cerrado. Sí, en cambio, la del evolucionismo «moderado y abierto», o creación evolutiva, o creación continuada (tal como se puede leer ya en el Génesis o en el pensamiento de San Agustín y en algunos clásicos árabes).

-Hay un tempo distinto con los avances científicos en la mayoría de los católicos y en la jerarquía eclesiástica. Los primeros suelen aceptar los avances.

-No estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación. Lo que usted llama jerarquía somos también ciudadanos que viven la vida de cada día y participan de los avances científicos. Pero sí tenemos una encomienda: velar para que los avances de la ciencia no vayan en contra del hombre, como se ha venido demostrando. No todo lo técnicamente posible debe hacerse. Tiene que pasar por el filtro de la ética. Es misión y servicio de lo que usted denomina jerarquía velar para que la verdad, la belleza y la bondad caminen unidas.

-¿En qué términos establece hoy la Iglesia católica la cuestión de fe y la evolución natural?

-La pregunta que haré desde el inicio es ésta: ¿Podemos seguir afirmando hoy, en pleno siglo XXI, que el mundo es «creación de Dios»? Aun cuando respondamos afirmativamente, no podemos ser ingenuos, sino suficientemente conscientes de que el concepto cristiano de creación está cuestionado desde varios frentes. Pero cuestionado no quiere decir superado ni arrinconado. Al contrario, la ciencia en general -y algunas de las nuevas filosofías en curso- abren puertas y ventanas al misterio, como antesala al descubrimiento de la doctrina cristiana. En esta tarea nos anima el Papa Benedicto XVI, cuando en 2008 llegó a decir: «Evolucionar» significa literalmente «desenrollar un rollo de pergamino», o sea, leer un libro. La imagen de la naturaleza como un libro tiene sus raíces en el cristianismo y ha sido apreciada por muchos científicos.

-¿Qué opinión le merece el creacionismo y lo que llaman «diseño inteligente» del mundo?

-Recientemente Juan Ramón Lacadena, biólogo y profesor del departamento de genética de la Universidad Complutense, ha escrito ampliamente sobre este tema. Él denuncia que existe una cierta continuidad entre el creacionismo y el llamado diseño inteligente. No me detengo en detalles. Es evidente que el creacionismo literal y radical no es admisible. Pero sí un creacionismo moderado y abierto a la evolución en el sentido de admitir un Dios Creador que hace su obra en «dinamicidad». El llamado diseño inteligente abre puertas e interrogantes al misterio, pero evidentemente no llega al Dios Creador. Dios no es el final de una cadena o de un razonamiento. ¿Cómo actúa Dios en el mundo? ¿Dónde tiene cabida la hipótesis de un Dios Creador en un mundo en evolución? Dios estaba allí, desde siempre, actuando a la manera de lo infinito en lo finito, y de lo absoluto en lo relativo. Dios Creador y Sustentador, sin perder su trascendencia, actuaba desde dentro de lo creado como origen, centro y meta del proceso evolutivo. Dios no intervenía sólo en momentos puntuales, sino como primordial soporte creador y consumador.

-¿No le parece que el empeño de los creacionistas en convertir a la Biblia en un texto de biología denota poca fe en la fe, pues tener fe es creer en algo que no se puede demostrar?

-No le falta razón. Lo decisivo está en la imagen que tengamos de un Dios Creador. Con palabras de Hans Kung, teólogo nada sospechoso de conservadurismo, podemos afirmar que «creer en el Creador del mundo significa aceptar, con esclarecida confianza, que el hombre y el mundo no quedan sin explicar en su causa última, que el hombre y el mundo no han sido arrojados absurdamente de la nada a la nada, sino que en su totalidad están llenos de sentido y de valor, y que no son caos sino cosmos porque tienen en Dios su causa última y su autor, una primera y última seguridad.

-¿Qué añade a la fe una lectura literal de la creación del mundo de la Biblia? ¿No es esto lo mismo que hace el integrismo islámico con el Corán?

-Todos los integrismos se dan la mano. Por eso, el catolicismo, como ya puso de relieve Henri de Lubac en el Concilio Vaticano II, al leer la Biblia debe analizar cuatro sentidos: el literal (lo que dice textualmente); el simbólico (a qué realidades religiosas profundas se refiere); el ético (qué nos dice para nuestra vida cotidiana), y el escatológico (hacia qué futuro caminamos y cómo alienta nuestra esperanza).