A Jesús Sanz Montes, nuevo arzobispo de Oviedo, le ardía ayer el teléfono móvil, pero se desentendió de él y atendió a la entrevista de LA NUEVA ESPAÑA, mantenida en su todavía despacho del Palacio Episcopal de Huesca.

-Hágame una autobiografía exprés.

-Soy de Madrid, una ciudad abierta. Lo llevo en mi sangre y con esa apertura he trabajado en varios lugares de España o cuando estudié en Italia, Austria y Alemania. Apertura es universalidad, que es lo que significa católico. Soy también franciscano, y ello marca profundamente una manera de ser, de escuchar y una sana tolerancia. Sé que algunos dicen que llega a Asturias un autoritario, un sargento. Hombre, puestos a dar galones, podían haberse esmerado un poco más. No me veo así, aunque sí me considero firme. Una cosa es ser firme y otra ser duro. Por temperamento, por educación en mi familia y por el carisma de San Francisco de Asís, me gustan las cosas bien planteadas, firmes, pero no duras. Y por mi formación teológica, me preocupa la reflexión para no andar a golpe de sentimientos. Finalmente soy lo que he aprendido en Huesca y Jaca, con gentes muy sencillas y entrañables. Cuando he visitado pueblos de tres habitantes he ido a conocer sus esperanzas y sus dificultades, como cuando he tenido que estar con intelectuales, con políticos o con periodistas, diciendo la palabra como mejor sabes, pero que sea la oportuna, sin que se exceda ni que sea defectuosa.

-Usted fue bancario antes que fraile.

-Sí lo fui, y llevaba temas de valores bursátiles. Cuando me despedí de mis compañeros les dije que había descubierto otros valores.

-¿Por qué franciscano?

-Espero que el Padre Eterno me lo explique alguna vez. Hay un momento crítico al proseguir con mi vocación sacerdotal y en un momento de profunda oscuridad me invitan a una leprosería por espacio de casi diez días. Estoy en contacto con el dolor real, el físico y el moral, de personas in extremis, con su soledad, con el desprecio hacia aquellas personas, como si fuera una maldición bíblica la enfermedad de la lepra. Fue para mí una revolución interior y me alcanzó profundamente el testimonio de los franciscanos y franciscanas que daban la vida por Dios sirviendo a aquellos hermanos. Fue el comienzo de decirme que Dios me pedía otra cosa sin renunciar al sacerdocio. Pocos años después me hice franciscano.

-Dicen de usted: «Es un hombre de Rouco».

-Dicho como tal, quizá sea ambiguo y quizá tenga alguna intencionalidad. Yo creo que Rouco no tiene hombres, tiene hermanos, y me encuentro entre ellos, que reconocemos que el cardenal arzobispo de Madrid es referente de una gran solidez intelectual y de una muy larga experiencia pastoral, y que también goza de la alta confianza de los últimos pontífices. Cuando le escucho y le leo me es fácil reconocerme en sus análisis y juicios, y en algunos puntos discrepo. Si ser hombre de Rouco es tener sintonía, estoy de acuerdo. Pero soy hombre de Rouco y de tantos otros hermanos del Episcopado. Andar con los colores, o con las posturas progres y carcas, azules y rojos, avanzados o retrógrados, es una vieja polémica que ya está presente en la época de San Pablo, cuando unos decían que eran de Apolo y otros que de Pablo. Y el apóstol les decía que de lo que hay que ser es de Cristo, que es de quien yo me considero hombre.

-También se afirma: «Es conservador».

-Depende de lo que conserve. En Huesca y Jaca me encontré con cosas muy bien hechas por los anteriores obispos, y les dimos solidez y continuidad. Con otras había llegado el momento de modificarlas porque ha cambiado la sociedad. Y otras que no había hubo que introducirlas. Y no vas con predisposición ideológica de ser ariete de no sé quién o de ser el correveidile de no sé cuál.

-¿Llegó a desaconsejar el voto al PSOE?

-Jamás. No me lo permitiría porque sé que hay cristianos socialistas con la convicción de que hay que votar al PSOE. Simplemente les digo: «Miradlo bien». Lo que hacemos los obispos es recordar ciertos valores que son los que pueden estar en entredicho. Pero no podría decir nunca «no voten ustedes al PSOE y voten al PP». Ni una cosa ni la otra, por muchas razones.

Pasa a la página siguiente

Trayectoria vital

Jesús Sanz Montes nació en Madrid el 18 de enero de 1955. Tras completar el Bachillerato cursó Economía y Derecho Mercantil, simultaneándolo con un trabajo en la banca privada. En 1975 ingresó en el Seminario Conciliar de Toledo, donde realizó estudios institucionales teológicos hasta 1981, año en el que ingresó en la Orden Franciscana, haciendo la profesión temporal en septiembre de 1982, en la localidad abulense de Arenas de San Pedro, y la profesión solemne, en Toledo, el 14 de septiembre de 1985. En septiembre de ese mismo año recibe la ordenación diaconal. La sacerdotal, el 20 de septiembre de 1986 en Alcorcón (Madrid). Es obispo de Huesca y de Jaca desde el 23 de octubre de 2003.

Cargos y titulaciones

Es licenciado en Teología y especialista en Espiritualidad y Teología de la Vida Religiosa. Además, también es doctor en Sagrada Teología. Docente desde 1997 en la Facultad de Teología de San Dámaso de Madrid, es autor de un importante número de publicaciones sobre Teología Espiritual, Espiritualidad Medieval y Teología de la Vida Consagrada. Además, es comisario pontificio de Lumen Dei desde este mismo año y ostenta, desde hace cuatro, el cargo de presidente de la comisión para la vida consagrada de la Conferencia Episcopal Española.