Beleño (Ponga),

Alba SÁNCHEZ R.

El guirria reapareció ayer en San Juan de Beleño y fue, como cada 1 de enero, el rey de Ponga. Besó a las mujeres y lanzó ceniza y dio palos con su larga vara de avellano a los varones. Reencarnado en un joven soltero del concejo, el guirria campó a sus anchas y, junto a su «ejército» de aguinalderos a caballo y de niños a lomos de borricos, dio la bienvenida al año nuevo, como lo ha hecho en Ponga desde el alba de los tiempos.

El guirria forma parte de la ancestral tradición del aguinaldo. Acompaña a los jóvenes solteros del pueblo que salen a pedir, casa por casa, y a desear feliz año a los vecinos. Lo cierto es que ni los más viejos del lugar saben datar el inicio de la tradición, y se limitan a señalar que sus «güelos» ya habían oído contar a los suyos historias legendarias del guirria pongueto.

Todo comienza durante la noche del 31 de diciembre, cuando se reúnen los solteros para elegir, democráticamente y en el más absoluto secreto, el nombre del agraciado que, escondido bajo un capirote naranja y azul y largas barbas, besará a todas las mozas que se crucen a su paso y echará ceniza a los hombres que le interrumpan en su misión. Hay un único requisito para ser guirria: tener más de 15 años.

Ayer, a las doce en punto del mediodía, salía el guirria del barrio de Baraes. Lo hacía a toda velocidad. Para que todo vaya según la manda tradición, sus jinetes lo escoltan por la calle principal de San Juan hasta la salida del pueblo, donde el que marca el paso lo sube a lomos de su caballo para llevarlo hasta el barrio de Cainava, situado a dos kilómetros. Es la primera parada del ejército de aguinalderos. Detrás van los aprendices: una docena de niños, subidos en burros ataviados con espumillón navideño y flores. Muchos eran los que comentaban que para el año que viene los niños ganarán a los mayores, pues cada vez hay más chavales con raíces familiares en Ponga, que vienen de todos los rincones de Asturias para participar en este evento.

Los niños dan sus primeros pasos en cuanto pueden sostenerse en un burro, por sí mismos o con ayuda. Es el caso de Antonio López García, de 6 años de edad. Vive en Oviedo, pero su padre no quiere que se pierda la tradición y con tan sólo un año de edad ya lo llevaba camino de Cainava montado en un borrico. Ahora lo acompaña su hermano Álvaro, de 5 años, y su hermanito Arturo, con 1 año, espera su turno que muy probablemente será para el próximo año.

Los pocos vecinos de Cainava que viven todo el año en el pueblo esperan desde primeras horas de la mañana. Preparan viandas y bebidas con las que agasajan a los aguinalderos, que les cantan antiguas coplillas de año nuevo y les desean «salud y dinero para gastar». La primera parada es la casa de Ramona Rivero y Manuel Collado, que con 78 y 77 años, respectivamente, relatan cómo años atrás eran hasta 36 mozos solteros los que cantaban el aguinaldo. Entonces Cainava estaba al completo de vecinos y el guirria no respetaba nada: se metía en todas las casas y, si era necesario, rompía una ventana o quebraba una puerta para besar a todas las mozas del pueblo; buscaba en los desvanes o dónde hiciera falta para dar con ellas. Rivero confesaba que siempre había «informadores» para que el guirria fuera «a tiro fijo».

José Pérez se casará el próximo 14 de agosto y fue el encargado de «romper fila» de los aguinalderos. Lleva desde los cinco siendo aguinaldero, y ayer se mostraba orgulloso por «romper la fila», puesto que tanto ansiaba desde que era casi un bebé. El pasacalles se prolonga hasta bien entrada la tarde. Después hay que descansar un poco, pues a las 11 de la noche los solteros, ya sin el guirria, tienen que estar dispuestos para la cena con las solteras del lugar, a las que invitarán con el dinero recaudado durante la petición del aguinaldo. En la cena los mozos dan cuenta de las andanzas del guirria, que ha vuelto a ocultarse, hasta el próximo 1 de enero.