Nuestra querida Asturias, que ha sido ya analizada y estudiada por distintos expertos y estamentos sociales llegando todos a la conclusión que, dado su pasado industrial histórico, sus gentes conforman unos comportamientos socioeconómicos peculiares, muy peculiares añadiría yo, en donde no priman precisamente el esfuerzo, la afición por el trabajo, donde se siente aversión por el riesgo y la iniciativa propia, donde lo que prima es conseguir un puesto de trabajo a ser posible en la Administración o en la empresa pública. Conseguir lo más rápido posible una buena remuneración y buscar la forma de una pronta jubilación bien remunerada.

Con este panorama no es extraño que no abunde precisamente la aparición de nuevos empresarios o profesionales. Es verdad que en Asturias existen buenos ejemplos de ellos. Pero es evidente que no en la cantidad y número que necesita nuestra maltrecha economía, si no para liderar cuando menos para igualar al resto de las autonomías españolas. En definitiva, crear la misma cantidad de riqueza que crean los demás.

Por eso cuando sale un caso como el que seguidamente voy a exponer, entiendo yo, no debe quedar oculto, sino más bien sacarlo a la luz, airearlo para el conocimiento de nuestra sociedad y así valga de ejemplo para nuestra juventud.

Ése es mi único objetivo al traer aquí el comportamiento y actitud ante la vida y de la sociedad donde vive de la persona de don Florentino Quevedo Vega.

Quiero también aclarar que la relación que tengo con el señor Quevedo es puramente profesional por el ejercicio de su profesión de asesor jurídico de algunas de nuestras empresas. No escribo por tanto de oídas, sino por el conocimiento directo que tengo del modo de trabajar de esta persona.

Tampoco es mi deseo reflejar en este breve artículo el currículum del señor Quevedo, demasiado extenso para tratar aquí, aparte de que habrá otras personas más autorizadas que yo que lo realizarían mejor si el momento se presenta.

Únicamente quiero destacar los perfiles de su larga y fructífera e incansable actividad profesional como abogado y asesor empresarial.

Nace don Florentino en 1919 y, por tanto, tiene ahora recién cumplidos 90 años, por cierto excelentemente llevados.

Lleva trabajando ininterrumpidamente, primero como maestro nacional en Cangas del Narcea desde 1940, y desde 1948 como procurador de los tribunales de justicia. En 1961 se licencia como abogado y abre bufete en la misma localidad, pasando a serlo también en los colegios de Oviedo, León, Valladolid y Madrid en distintos años posteriores.

Ha tenido tiempo para doctorarse en Derecho en 1963 y también para escribir y publicar todo un tratado sobre « El derecho español de minas» en 1964, materia en la que es un auténtico experto. A sus 90 años maneja las TIC de forma aceptable y desde luego suficiente para utilizarlas en su diario trabajo.

Por todo ello, porque este año 2010 cumplirá los setenta años de intenso trabajo y aún sigue en la brecha trabajando diariamente 10-12 horas, incluso sábados y hasta los domingos cuando los plazos aprietan.

Desde luego no creo que abunden casos como éste en España. En Asturias yo no conozco a nadie con una hoja de servicios a la sociedad como la que me ocupa.

El trabajo desarrollado por esta persona es inmenso y de ello se ha favorecido multitud de empresas asturianas, leonesas y de otras provincias.

Por todo lo expuesto, yo me atrevo a sugerir a nuestros políticos, autoridades, como también al resto de estamentos de la sociedad asturiana de representación social, el inicio de un expediente de la concesión de la medalla al Trabajo en su categoría de oro.

Igualmente invito a iniciar esta petición al Colegio de Abogados de Asturias, aún está a tiempo si actúa con rapidez, si no fuera así posiblemente llegará tarde.

Pero en cualquier caso, querido Quevedo, por si mi iniciativa no fructificara, que será lo más probable, quiero, en nombre de mi hermano José María como en el mío propio y el de todas las personas con que te relacionas de nuestras empresas como consecuencia de tu actividad asesora, que sepas que reconocemos y agradecemos tus muchas virtudes y capacidades: tu inmensa humildad, tu sabiduría, tu enorme capacidad de trabajo, tus consejos, tu constante compromiso, pero, sobre todas las cosas, el don de tu amistad sin límites.