Madrid, J. MORÁN

Viajes y reportajes diferentes y la creación literaria ocuparon buena parte de la vida de Ángeles Villarta Tuñón, periodista asturiana que cierra sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con esta tercera entrega, en la que también habla de la época de Franco y de los recuerdos de Lastres.

l La duquesa tímida. «Además de publicar en el diario "Madrid", colaboré con el "Abc" y, sobre todo, con el "Ya": entrevistas, reportajes, viajes... En este periódico tuve de directores a Aquilino Morcillo y a Manuel Jiménez Quilez. El "Ya" cerró por asuntos económicos y por influencias políticas. Acabaron con él y lo sentí mucho, al igual que me había pasado antes con la desaparición del "Madrid". Lo que escribía más espontáneamente eran los artículos, pero las entrevistas me atraían mucho. Recuerdo especialmente la que le hice a la duquesa de Alba, cuando era casi una niña. Vivía en el palacio de Liria y allí mostraba el amor y la reverencia por su padre. Tenía un espacio dedicado a todos los recuerdos de su padre. Fue muy amable y me pareció una mujer tímida; yo creo que en el fondo lo es todavía».

l La mina y el manicomio. «Siempre fui muy aficionada a viajar. Estuve en el Polo Norte, en un viaje al que me invitaron. Y recuerdo el viaje al Brasil, a raíz de una feria en São Paulo sobre productos españoles: industria, moda, arte? En los viajes cumplía fielmente el programa, pero después siempre me quedaba unos días yo sola. Así que recorrí Brasil de arriba abajo y me metí en todas partes, en busca de cosas raras. Allí conocí los ritos esotéricos de la magia. En Israel viví en casa de un sefardí para escribir después un reportaje. Y bajé a una mina en Mieres. Me empeñé y estuve con los picadores durante una jornada, cuando tenían todavía para llevar el carbón unos carros con burros. Y estuve internada en un psiquiátrico, y sobre ello escribí reportajes y el libro "Mi vida en el manicomio". Fue porque Emilio Carrere, el poeta, con el que tenía mucha amistad, me contó un día que durante la guerra se había salvado metiéndose en un manicomio. Se me ocurrió entonces pasar por esa experiencia para escribir acerca de ella. Fuimos al manicomio donde él se había ocultado, en Madrid, que era privado, pero el director dijo que no me aceptaba».

l Afinidades en un mundo extraño. «Fui a Lastres y le dije a mi padre: "Quiero entrar en un manicomio", y lo conseguí a través del director de La Cadellada, Pedro Quirós. Entré en La Cadellada, que para mí realmente era mejor que el manicomio de Madrid. En Oviedo había todo tipo de personas. Aquello era un mundo. Yo tenía unos 30 años y estuve una semana ingresada, como una enferma más, aunque los enfermeros sabían que mi caso era distinto al del resto de los enfermos. Estuve en la sección de mujeres. Allí había desde la demente que se creía que era una virgen hasta la mujer que cuidaba muñecos como si fueran hijos de verdad. También había enfermas rebotadas y violentas, que estaban aisladas, y había una ingresada que tenía muchas ideas sociales y decía: "Yo no me explico cómo hay el sábado inglés y no podemos tener nosotros el lunes español". El "sábado inglés" era el descanso semanal a partir del mediodía del sábado, y se había adoptado, como su nombre indica, en Inglaterra. Entre los locos había mujeres que estaban en su mundo y otras que llegaban a la locura a fuerza de razonamientos. Mi experiencia fue que en el mundo más raro y más extraño uno puede encontrar personas afines».

l Frivolidades serias. «Hice todo esto porque yo quería realizar cosas distintas en periodismo. Pero la verdad es que hice de todo. Recuerdo que después de la Guerra Civil, en el periódico "Madrid", por la cosa de que yo sabía idiomas, me metieron en un cuchitril para que cogiese de la radio las noticias del extranjero. Entonces las agencias internacionales no funcionaban en Madrid y yo escuchaba las noticas, las escribía y las mandaba a la redacción. Escribí también cosas frívolas, pero importantes, sobre moda o decoración. Tenía amistad con algunos diseñadores de moda, por ejemplo con Marbel, catalán, que le hizo a Fabiola todos los trajes menos el de la boda, que se lo hizo Balenciaga. Marbel era un poco intelectual y cuando organizaba los desfiles invitaba a periodistas, pero no sólo de moda, sino de otro calibre. Y asistir a los desfiles de Balenciaga o Pedro Rodríguez era obligado. Yo iba a desfiles de moda, en París o Londres, y también iba a ferias de decoración, como Feria Internacional del Mueble de Colonia. Las ferias en Alemania eran tremendas y los alemanes te metían en ellas y hasta que no las veías enteras no te dejaban salir».

l Cuentos y leyendas. «Y me dediqué a los cuentos infantiles en el semanario "Domingo", en una sección que se llamaba "Para contárselo a la nena". La afición a los cuentos y la literatura me venía desde niña: leía los Cuentos de Calleja y mi abuela, Eufrasia, sabía cantidad de relatos y los contaba muy bien. Por añadidura, la parte de Belmonte, donde nací, tiene muchas leyendas. Hubo un concurso de cuentos infantiles y el primer premio lo ganó Sánchez Silva y el segundo me lo dieron a mí. Publiqué también poemas: "In septima legion", "La taberna de Laura", "Católica", "Fervor de Madrid" o "Costa verde". Recibí en 1953 el premio "Fémina" por la novela "Una mujer fea". Esta novela surge de mis recuerdos, sobre cosas que había presenciado en varios lugares. El concepto de fealdad es tremendo y escribí sobre un ser apartado de las demás personas».

l Proyección asturiana. «En Televisión Española colaboré con el programa "El alma se serena", por el que pasábamos escritores, y en Radio Nacional de España me ofreció su director una colaboración y le dije que quería hacer un programa sobre Hispanoamérica. Quizá fue por ser asturiana y porque la mayor ciudad de Asturias fuera de España fue La Habana, por ejemplo. Decía Pepín Fernández, el fundador de Galerías Preciados, que "los asturianos somos grandes fuera de Asturias". Y la verdad es que en Asturias tendemos a llevar una vida plácida, de buen vivir, pero el asturiano se proyecta mejor cuando sale de su región. Tuve mucho trato con Pepín porque él tenía intereses literarios».

l Derecha no desmelenada. «No soy feminista. Me parece muy bien que la mujer tenga sus derechos, pero arrebatada no soy. Creo que la mujer puede estar en todos los sitios, como se está demostrando ahora. La capacidad la tiene en todo, por eso no soy una feminista rabiosa. No es que tengas que exigir, es que tienes que estar. Cuando yo empecé, había muy pocas mujeres en el periodismo. Estaba Josefina Caravias y muy pocas más. En las redacciones no había mujeres. Yo he trabajado siempre con hombres y no me he sentido ni menos ni más; y ellos conmigo creo que se sintieron igual. Eso sí, su sentido protector me venía muy bien. Soy una mujer de derechas, pero sin desmelenarme. Y católica. Mi casa era una casa tradicional; luego estuve en colegios católicos en Suiza. Pero en todas partes traté a personas de todos los colores y me encontré con gente de izquierdas que valen más que los de derechas. Tengo el convencimiento de que hay personas de izquierdas que son estupendas y me he tratado con ellas. Para mí los colores no dicen nada; las que dicen son las personas mismas».

l Cada ciudadano vota. «En Suiza tuve una experiencia sobre la importancia de cada ciudadano. Ante los grandes asuntos celebran un referéndum y todo el mundo vota. Cuando yo estuve allí, de 1930 a 1936, los suizos tenían en sus casas fórmulas e instrumentos para hacer bebidas alcohólicas. Pero el alcoholismo era un problema e incluso desembocaba en enfermedades mentales. Los suizos hicieron entonces un referéndum y eliminaron los excesos privados con el alcohol».

l Las discusiones de Lastres. «Respeto mucho la época Franco, que lo habrá hecho bien o mal, pero él encontró un país destruido por unos y por otros, y ante eso lo puso en marcha. Con todos sus defectos, Franco hizo una obra importante y la historia lo dirá. A Franco lo conocí personalmente y estuve, como periodista, en muchas audiencias suyas de los miércoles. Era una ceremonia interminable, dando la mano a los asistentes. No sé cómo lo aguantaba. Estaba siempre muy serio y muy tieso, pero un día le vi sonreír y fue porque estaba saludando al dueño del un bar de carretera donde paraba cuando iba camino de Meirás. Pero no soy política y estoy ajena a los vaivenes. Sólo soy una española que quiere lo mejor para España. Y conservo grandes recuerdos de Lastres, por ejemplo, de los que se llamaban las "tolinadas" y que eran discusiones a grito pelado entre las mujeres. Todo el mundo estaba dispuesto a verlo y oírlo. En una de aquellas discusiones, una mujer le dijo a la otra: "Ahora te voy a llamar lo que nadie te ha llamado en tu vida: ¡Mujer honrada!"».