Si yo fuera regidor de algo, y estuviera en tiempo de crisis, dedicaría ante todo el presupuesto a mantener lo que hay, a conservarlo hasta que la economía remonte. Esto se hace poco, pues lo que gusta es inaugurar, dejar un rastro de cosas físicas -a modo de cola mayestática- y cortar cintas (o enterrar cosas). La peor secuela de la crisis es, sin duda, el paro, pero la que luego va en la lista de desdichas es el deterioro de los bienes públicos, por insuficiente mantenimiento, un mal que obligará en su día a gastar en reponer cinco veces más de lo que costaría cuidar, y que origina en la gente un sentimiento de decrepitud y retroceso que realimenta psicológicamente la crisis. Si yo no fuera regidor de nada, pero fuera la oposición, pediría al poder que mostrara su programa para mantener lo que hay, con las cuentas bien hechas, antes de gastar en ninguna cosa nueva.