Santiago,

Javier SÁNCHEZ DE DIOS

Luciano Varela Castro, el magistrado del Supremo que podría pasar a la historia judicial como el hombre que acabó con la vida profesional de Baltasar Garzón, es un pontevedrés con fama de riguroso en su oficio. Una severidad que se fundamenta no tanto en la dureza como en su interés por que el derecho proporcione a cada cual lo que le corresponda.

Quienes lo conocen dicen que si alguien nació para ser juez, es precisamente este hombre menudo, barbado, que ha forjado a lo largo de sus más de sesenta años a cientos de estudiantes de Derecho, a docenas de aspirantes a la magistratura y que llevó a vestir esa toga a cuarenta personas, incluidos dos de sus propios hijos.

Fundador de Jueces para la Democracia, llevó por esa vía su idea de cambio a lo que entonces y ahora, se entiende como «poder judicial»; ponente de la ley del Jurado Popular, no se sabe si comparte la frase que atribuyen a un escéptico profesor de Facultad -«hacer justicia es fácil; lo difícil es hacer lo justo»-, pero el currículum de este juez apunta a que intenta ambas cosas. Y el «caso Garzón» lo demuestra.

Los pasos de ambos, Varela y Garzón, se cruzaron en Pontevedra ya cuando las primeras grandes redadas contra el narcotráfico, cuando se gestó el juicio de la «Nécora», que llevó al banquillo al equivalente gallego de la Cosa Nostra y a casi todos sus capos. Instruyó Garzón, al que algunos acusaron ya entonces de ser poco riguroso, lo que habría provocado defectos de instrucción y sentencias menores.

Más tarde los dos colaboraron en el marco de la lucha contra la mafia, aunque Luciano Varela fue siempre más discreto en los casos que le tocaban. Los caminos de los ahora jueces enfrentados coincidieron más veces. Por ejemplo, Luciano Varela presentó a Baltasar Garzón en algunas conferencias, una de ellas en el Club Faro de Vigo, y debió hacerlo a satisfacción plena del presentado porque éste, en clave de humor, llegó a decir que firmaría por que lo hiciese siempre, en todas sus conferencias.