Treinta y cinco años después de represaliados, dirigentes de la Unión Militar Democrática -UMD, en el argot: «úmedos»- han sido al fin condecorados. El papel real de los «úmedos» no consistió, como en Portugal, en forzar una revolución democrática con rosas en el cañón de los fusiles, sino en dar fe de su existencia, mostrando que el ejército del franquismo no era la mole de granito que se pensaba. Los «úmedos», por un lado, la amplia grey de discípulos del general Luis Pinilla, por otro, y el general Manuel Díez Alegría dando doctrina desde las alturas del Estado mayor han sido pivotes del cambio militar, sin el que no hubiera sido posible la transición política. Los «úmedos» defendían vías pacíficas, pero jugaban fuerte. Arriesgaron, perdieron, pagaron y sufrieron luego la vil inercia de apestados al principio de la democracia. Darles ahora las gracias, aunque sea tan tarde, es lo menos que cabe.