Avilés, Ignacio PULIDO

El 31 de marzo de 1953 la sirena de la fábrica de Cristalería Española ubicada en Arija (Burgos) sonó ininterrumpidamente durante una hora. Ésa era la señal con la que se ponía fin a 46 años de producción de vidrio en el municipio burgalés sito en la comarca de Merindades, un enclave condenado como consecuencia de la construcción del embalse del Ebro. Esa obra faraónica del régimen franquista motivó la desaparición de varios pueblos y propició el traslado de toda una generación que llegó a Avilés con el sueño de una vida mejor. Hoy, casi sesenta años después, algunos de los últimos supervivientes de esa época hacen balance de una existencia marcada por su particular diáspora y se reconocen a sí mismos como «unos afortunados».

Antonio Ruiz, Federico de la Peña, Lino Manjón y Luis Cuesta son cuatro octogenarios jubilados de Cristalería Española. Desde su retiro avilesino miran con nostalgia al pasado y rememoran alguno de los pasajes que han jalonado sus vidas. «La fábrica fue instalada en 1906 en unos terrenos de Arija llamados La Virga, situados en medio de la nada», comenta Luis Cuesta, que añade: «La gente de los pueblos de los alrededores trabajaba en Cristalería Española y en el campo».

Y es que los padres de Luis Cuesta, Lino Manjón y Federico de la Peña ya habían desempeñado sus labores en la fábrica vidriera. «Las condiciones de trabajo que tuvieron fueron muy malas. Las jornadas de trabajo eran de doce horas», precisa Federico de la Peña, el cual, al igual que sus tres compañeros, trabajó en las instalaciones arijanas durante varios años antes de recalar en Avilés. «Todo el proceso era manual. Las hojas de vidrio se cargaban a mano y al principio se producía con un sistema de crisoles. Luego con la implantación del horno de cuba mejoró la situación», matiza De la Peña.

Antonio Ruiz llegó a Arija en 1947 animado por su cuñado. «Los novatos empezaban a trabajar en la escuadrilla. Todos los días llegaba un tren con 20 toneladas de carbón y lo descargaban a mano dos personas», afirma Ruiz. «Los sacos de sosa de un centenar de kilogramos eran subidos a mano por los obreros a través de rampas de madera y el vidrio se pulía manualmente», recuerda Manjón. De todos modos, De la Peña advierte de que «el puesto más duro era el de los cargadores del horno». «Al abrirlos salían unas lenguas de fuego que daban miedo. Se abrasaban», enfatiza.

El proyecto para construir un pantano en la comarca ya había sido planteado en 1912. En 1917 se iniciaron las labores de construcción que se verían interrumpidas durante una década, hasta 1940. «Su construcción concluyó en 1947. El pantano arrasó con todo aquello. Se perdieron los mejores terrenos y la gente tuvo que buscarse la vida», comenta De la Peña. «Recuerdo cómo el dique fue construido por prisioneros de guerra vascos», argumenta Luis Cuesta. Lino Manjón, al igual que muchos otros jóvenes de los alrededores, también trabajó en su construcción. «Participé en la construcción del puente de Noguerol, un viaducto que comunicaba Arija con La Población y que cayó semanas después de que Franco lo inaugurase en 1952», advierte Manjón y añade que «el régimen eliminó sus ruinas y nunca más se reconstruyó».

El nivel de las aguas había comenzado a subir en 1948. Bajo ellas desaparecieron 400 casas, fueron reubicados 900 vecinos, se vieron afectados 28 pueblos y desaparecieron otros cuatro. Fue entonces cuando Cristalería Española decidió trasladar sus instalaciones a Avilés aduciendo que la capa freática alcanzaba la parte inferior de la chimenea. No obstante, todo apunta a que realmente fue debido a un interés por mejorar el transporte de las lunas así como a un cambio tecnológico. También a las atractivas ayudas oficiales y a una indemnización de la Confederación Hidrográfica del Ebro. «Nos dieron dos opciones: una iniciación de 1.000 pesetas por año trabajado en la fábrica o el traslado a las nuevas instalaciones de Avilés. El 60 por ciento de la plantilla decidimos venir a Asturias», precisa Cuesta.

«Llegamos a Avilés con todos los derechos. En Jardín de Cantos teníamos vivienda y huerto si lo queríamos. Nuestros muebles fueron traídos desde Arija en un camión llamado "El Capitoné"», recuerdan. Y añaden: «A nuestra llegada nos llamaron los "coreanos". Eran los años de la Guerra de Corea y de la construcción de Ensidesa y así nos bautizaron a todos los de afuera. De todos modos, fuimos bien recibidos por la mayoría». «Paralelamente también fue acuñado el término "arijanos" a pesar de que procedíamos de muchos pueblos», subraya De la Peña.

Los comienzos fueron duros pero con el paso del tiempo su calidad de vida mejoró. «Había mejores medios para producir aunque cabe decir que poco a poco fuimos perdiendo derechos como el carbón, la escuela o el pan», advierte De la Peña que, aún así, afirma abiertamente que «lamenta no haber venido antes». «Nos consideramos afortunados. Aquí pudimos dar una carrera a nuestros hijos y Avilés es una villa grande y agradable», resalta Manjón.

Hoy en día Asturias es su hogar pero Arija no se olvida. En la mayoría de los casos, tanto sus hijos como sus nietos han seguido prestando servicios a Cristalería Española. El pueblo es visto como algo lejano. Algunos regresan cada verano a encontrarse con sus raíces; otros como Lino Manjón no visitan la comarca burgalesa desde hace 40 años. «La raíces tiran. La patria pequeña nunca se olvida», concluyen.