Madrid, J. MORÁN

La pintora Maruja Moutas Merás (Oviedo, 1916) relata en esta segunda entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA sus experiencias en torno a la Guerra Civil, sus inicios como pintora en Madrid y su noviazgo con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, al que conoció en el célebre Café Gijón.

l Lobos de mar en los cuadernos. «Tamayo fue mi profesor de pintura desde que yo tenía 14 años. Iba a casa y me llevaba láminas; no tenía esculturas de modelos, sino láminas para que yo las copiara a carboncillo. Empecé con esas clases de pintura porque después de la temporada que pasamos mis hermanos y yo con mi madre en El Escorial, cuando estuvo enferma, volvimos a Oviedo. Mi madre nos puso una profesora; estaba muy de moda traer francesas y alemanas, pero mi madre quiso una española y fue a la Escuela de Magisterio y nos trajo a Gloria García y García, que era una chica que valía un montón y nos preparó muy bien y nos presentó al Ingreso de Bachillerato, en el Instituto de Oviedo. Aprobé muy bien y mis hermanos lo mismo. Estudié primero y segundo de Bachillerato en el colegio de las Ursulinas, con los exámenes en el Instituto. Por el verano mi madre se empeñó en que tenía que estudiar tercero y no estudié nada. Me quedé muda delante del tribunal y me suspendieron; no quise volver a examinarme y no volví ya a estudiar. Cuando dejé el colegio me pusieron de profesor a Tamayo, y a Fresno de piano. Era 1930 más o menos y yo tenía todos los cuadernos llenos de caras pintadas, sobre todo de marineros, de lobos de mar».

l Los inviernos en Madrid. «Antes de la guerra yo pasé los inviernos de dos años en Madrid, en casa de mi tío Santiago Puertas. Al saber que me iba a Madrid, Tamayo me dijo que me matriculara en Artes y Oficios, pero qué va. Santiago Puertas, marido de la hermana de mi madre, era ingeniero industrial y empezó de auxiliar de fogonero en la empresa ferroviaria MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante). Llegó a subdirector de la MZA y fue el que trajo a España los trenes automotores, contra los que los socialistas hicieron mucha propaganda, porque decían que quitaban puestos de trabajo. Lograron que mi tío se fuera de la empresa y entonces vino a buscarle un señor que se llamaba Junot, de la Maquinista Terrestre y Marítima, una fábrica de Barcelona. Quería hacer director a mi tío y él acepto rápidamente. Se fue a Sitges a veranear, para aprovechar y buscar piso en Barcelona. Él ya debía de estar marcado, porque lo fueron a buscar a Sitges, lo llevaron a Vilanova i la Geltrú y lo mataron en la vía. Yo había vivido con esta familia de mi tío en Madrid. Estaba todo revuelto y había incendios de conventos. En abril de 1936 mataron a un guardia civil y hubo un entierro muy impresionante en el que mataron a Andrés Sanz de Heredia, primo de José Antonio. No me explico cómo hay nadie que añore la República porque ibas a la Gran Vía y tenías que venir corriendo para casa, porque había empezado la gente a pegar tiros».

l Muertos de la CEDA. «Después de la guerra mi padre tuvo problemas con el franquismo. Él se había levantado con Aranda en Oviedo y luego estuvimos en el cerco hasta que entraron las columnas gallegas. Después salimos para Ribadeo, pero en Navia encontramos a Conchita Santa Cruz, hermana del Marqués de Santa Cruz, que nos dijo que no marchásemos de allí y que quedáramos en el hotel Suiza. Allí coincidimos con los aviadores nacionales: estaba Iglesias, que era el que había hecho el vuelo del «Jesús del Gran Poder», y Penche, Pimentel, Cuadra... La familia vino a vivir a Madrid cuando terminó la guerra. Mi padre ya estaba pensando en venir antes de la guerra, pero a mi madre no le apetecía nada. Como vivía la madre de mi padre, que murió a los 83 años, mi madre se amparaba en que su suegra, y tía a la vez, estaba en Oviedo y no íbamos a dejarla sola. Pero mi abuela murió cuando se enteró de que habían matado a su hijo mayor, Álvaro, hermano de mi padre. Álvaro era notario de Infiesto y lo mataron en Gijón, donde había estado preso en la Iglesiona. Mataron al tío Álvaro y a Gonzalo Merás Navia Osorio, primo hermano de mis padres, que también era de la CEDA y diputado por Asturias. Era abogado y había sido director de un periódico en Valladolid bastante tiempo. Vivía en Agones, en una casa muy bonita al lado de Pravia. Gonzalo había ocultado a sus dos hijos y fueron a buscarle a él y lo mataron a palos. Los hijos se ocultaron en un maizal. Ellos dos estaban estudiando Medicina y Filosofía y Letras y empezó la guerra. Al acabar ésta en Asturias se hicieron alféreces provisionales y el mayor se fue a la Legión. Cuando murió, el hermano, que estaba en Sanidad, pidió el puesto del hermano y murió también en la guerra».

l Artes y Oficios a los 31. «Al morir su madre, mi padre dijo que no había nada que lo atara a Oviedo y nos vinimos a Madrid. Fue a finales de 1939. Tamayo me había dicho que yo estudiase Artes y Oficios, pero nada. En Madrid yo andaba de guateque en guateque o iba a pasear por Serrano. Pasó el tiempo y un día me dijo mi prima Carmina: "Oye, ¿tú no decías que querías ser pintora? ¿Por qué no te matriculas en Artes y Oficios?". Ya teníamos 31 años. Yo había seguido dibujando y pintando y entonces me pareció una idea genial. Me matriculé por libre en la Escuela de San Fernando y ahí empezó mi historia de pintora. Luego dio la casualidad de que ese año una amiga mía se había hecho novia de un pintor y me dijo que fuera al estudio con ella. Era Manolo Ortega y me dijo: "Puedes venir a pintar; tengo alumnos y no me molestas". Y ahí empecé con una vida completamente distinta y mucho más divertida. No tenías que ponerte preciosa para ir al guateque, ni cosas de esas. Y al acabar las clases poníamos cada uno un real, o lo que fuera, y comprábamos vino y patatas y ahí se organizaba una tertulia divertida».

l En el Gijón estaba todo. «Cuando empecé a ir al Café Gijón ya no fui a más sitios porque en el Gijón estaba todo. Me llevó una amiga y allí estaba Buero Vallejo; le conocí y fui novia suya cuatro años. Era un hombre con un aspecto muy triste, pero era una persona normal, y muy simpático. Era ya el dramaturgo más importante de aquella época. Lo que pasa es que de Buero se dijeron mentiras horribles: que había matado a su padre, pero era una mentira como una casa. El padre de Buero fue militar, profesor de la Escuela Militar de Guadalajara. De joven, Antonio Buero estuvo preparándose para arquitecto, en la Escuela de San Fernando. Militó en el Partido Comunista, pero era uno de tantos. Empezó la guerra y al padre y al hermano, que también era militar, los cogieron y los metieron en la cárcel, los rojos. Él fue a hablar con no sé quién, a ver si los sacaban, y alguien le dijo que los dejara en la cárcel, que estaban más seguros. Pero como hacían sacas, sacaron al padre y lo mataron. En vista de aquello, fue y logró sacar al hermano. Me contó que durante la guerra él había estado a las órdenes de un ruso, que era médico, y contaba que era una persona estupenda. Después de la guerra volvió a Madrid a reconstruir el Partido Comunista y le cogieron. Pasó varios años en varias prisiones y de la del Dueso (Cantabria) contaba que pasaron un hambre espantosa. Salió de la cárcel y escribió "En la ardiente oscuridad" e "Historia de una escalera". Por esta última le dieron el premio "Lope de Vega", del Ayuntamiento de Madrid. Buero y yo reñíamos mucho y cortamos muchas veces. Él debía de pensar que lo del teatro no tenía porvenir, y con aquello no podía mantener una familia. Lo dejamos por eso, o por lo que fuera. Cuando empecé a salir con Buero dejé de ir a las tertulias del Gijón porque él no quería ir; decía que eran el mayor mentidero de Madrid. Lo que hacíamos era pasear o sentarnos en un parque o ir al cine. Cuando terminé con él fue cuando volví a ir al Café Gijón».

Mañana, tercera entrega de Maruja Moutas.