Pola de Somiedo,

V. DÍAZ PEÑAS

Son las ocho de la mañana. Carlos Francisco y Juan Díaz se preparan para una larga jornada de trabajo y repasan su equipo antes de partir: prismáticos, cámaras de foto, telescopio, trípodes, esterillas, chubasquero, agua, algo de alimento y ganas, muchas ganas. Ambos son miembros de la Patrulla Oso del Principado en el parque natural de Somiedo. Su primer destino: el monte. Francisco y Díaz se encargan de avistar osos, censarlos, recoger sus restos, estimar sus daños y, en suma, velar por esta especie que todavía está en peligro de extinción. Es el día a día de los vigilantes de una de las especies más emblemáticas de Asturias.

LA NUEVA ESPAÑA pasó una jornada de trabajo con los dos miembros de la Patrulla Oso destinados en Somiedo. Esta patrulla, cuya labor se cierne únicamente a todo lo relacionado con los úrsidos, cuenta con otros dos miembros, uno destinado en Degaña y otro en Cangas de Narcea. El guarda mayor Miguel Fernández se encarga de coordinarlos. Él es el primero en recordar que la protección del oso no sólo es cosa suya. «No estamos solos, colabora con nosotros la Fundación Oso Pardo, el Fapas, cazadores, el resto de guardas del Principado, el Seprona y los vecinos. La conservación del oso es cosa de todos», puntualiza

Carlos Francisco y Juan Díaz están listos y van a por su primera misión. Hay que hacer un «aguardo» (esperas para avistar osos) para lograr dar con «Villarina». Hace unos días se la vio por la zona en la que fue soltada y hay que controlar y confirmar su buen estado de salud. Una vez llegan al puesto, montan los trípodes y empiezan a rastrear todo el monte con los prismáticos. «Lo peor son las esperas. Hay veces que estas días y días sin ver nada. Solemos ver un animal cada diez aguardos, a veces más», comenta Carlos con los ojos puestos en la montaña. Su compañero responde: «Eso sí, cuando avistamos algún oso es toda una satisfacción y ves que las horas de búsqueda han merecido la pena». La espera continúa sin rastro de «Villarina».

Una de las labores de la patrulla es avistar osos para elaborar un censo estimativo de la población. También se encargan de recoger restos para análisis y estudios. Carlos y Juan controlan los valles del Trubia, Belmonte, Somiedo, el valle del Tuña y parte de Salas. Conocen los lugares por los que se mueve el oso y por ello ya tienen localizados los mejores miradores. Algunos ofrecen unas vistas tan amplias que es como buscar una aguja en un pajar. Buscan zonas de alimento y colocan sus aparejos en la montaña de enfrente, a varios cientos de metros, para no molestar al animal. Como explica Juan, es primordial que el oso no note su presencia. Su olfato detecta a los humanos con facilidad. Son muy huidizos.

La patrulla se centra en divisar osas con crías. Son más fáciles de ver, de diferenciar, y su recuento sirve para estimar el avance o retroceso de la población. En 1989 se contabilizaron cuatro hembras con crías. El año pasado se llegaron a dieciocho. Eso sí, sólo se contabilizan los animales confirmados. La información se contrasta con el resto de organizaciones que trabajan por el oso y si no hay seguridad, los datos no se incluyen en la lista. A parte de los avistamientos, la patrulla se vale de los excrementos y huellas de los úrsidos para estimar su presencia en el territorio. También cuentan con la ayuda de vecinos y cazadores.

La espera por «Villarina» continúa. Después de más de media hora de búsqueda, Juan ve una mancha sobre las rocas y se le ilumina la cara. «Mira, ahí esta», dice muy contento pero sin levantar la voz. Apuntan con los prismáticos y comprueban que es la osezna que se ha convertido en un emblema de la conservación después de ser reintroducida en su hábitat. Los guardas registran la hora, repasan sus movimientos y toman fotografías. «Está estupenda, ha engordado mucho. Es una satisfacción verla crecer», comenta Carlos. La osezna rebusca insectos entre las piedras. Está en una zona poco accesible y se siente segura. Eso sí, se mueve tan poco como el resto de ejemplares. «Los osos son muy sosos, sólo comen y duermen», apunta Carlos entre risas.

Unos minutos antes de las diez de la mañana la osezna se pierde en el bosque. Como explican los guardas, la mejor hora para ver osos es el amanecer y el atardecer porque no les gusta el calor. Eso hace que los miembros de la patrulla no tengan un horario de funcionario al uso. A veces pasan las noches en el puesto para aprovechar al máximo las horas. A partir de la primavera, comienza la mejor época de avistamientos. Pero también salen al monte en invierno. Incluso realizan paseos para encontrar señas que indiquen la presencia de osos.

El «aguardo» por Villarina concluye pero queda trabajo por delante. La patrulla tendrán que evaluar los daños en un colmenar. Allí les esperan más datos que servirán para controlar a una población que aunque aumenta, sigue en peligro de extinción. Ellos seguirán con su trabajo: cuidar de los osos aunando esfuerzos.