l La decisión de Javier Fernández. ¿Se puede erigir alguien en candidato desde la discreción? Ésa parecía la primera intención de Javier Fernández, secretario general de la Federación Socialista Asturiana (FSA): despejar las dudas electorales del PSOE asturiano con buenas maneras. Sólo el tiempo dejaría claro que para esto no sirve la delicadeza. Las pataditas por debajo de la mesa se confunden con tropiezos y algunos ven apócrifos los pósit de la nevera socialista. «Javier será candidato», decían. Pero ni por ésas. Aquel mensaje que, el pasado otoño, en la FSA trataban de vestir como un hecho consumado resultaba, en la Presidencia del Principado, una verdad cifrada con un algoritmo impenetrable.

l De viva voz. «La decisión se transmitió al Presidente antes del verano de 2009», repetía el entorno amplio de Fernández, que tiene uno más ceñido en el que sólo caben Jesús Gutiérrez, María Luisa Carcedo y Adriana Lastra. Más tarde, Fernández reconocería en público haber comunicado él mismo la noticia, de viva voz, a Areces. Cosas de la impermeabilidad y de las formas, a la vista de la ambigüedad que transmitía, el Presidente no se daba por enterado. ¿Impermeabilidad? Lo hermético del conciliábulo que conocía la decisión (José Blanco, Álvarez Areces, Álvaro Cuesta y el mismo Fernández) hizo que el mensaje no calara y lo pergeñado para no incomodar a Areces convirtiéndolo en pato cojo (como llaman los americanos al Presidente en su último mandato) incomodó a Fernández y favoreció que el arecismo se llamase andana. ¿Formas? El modelo elegido para comunicar la decisión. «No fueron formas, qué autoridad hay en que alguien diga: "Quítate tú para ponerme yo"», apunta un dirigente socialista. Aún hoy hay esta disonancia entre Santa Teresa y Suárez de la Riva. En la FSA se asegura que Areces fue informado mientras en Presidencia recalcan que no hay constancia de plan alguno para relevar a Areces. ¿Será sólo por no confirmar que al pato ya le falta una pata?

l Areces, ambiguo. El escaso poder difusivo del mensaje javierista potenció el comportamiento ambiguo de Areces. El Presidente, ubicuo, parecía en campaña electoral a principios del invierno. Actos y más actos. Entrevistas. «Tengo fuerza», «quiero seguir», «gobernaré hasta el último minuto», «si se habla de mi candidatura será que alguno tiene dudas»? ¿Palabras o deseos? Próximos al Presidente mantienen reuniones con algunas agrupaciones locales en las que se miden apoyos. El arecismo lo niega categóricamente. Se extiende el rumor de que Javier no está decidido, que no podrá con el Gobierno, que la FSA es más cómoda, que la calle apenas lo conoce y que se rajará ante Cascos. «Areces nunca ha perdido en las urnas», señalan sus acólitos, que niegan una posible salida anticipada del Presidente para entronizar a Fernández esta misma legislatura y darlo a conocer. Si es cierto que Fernández había transmitido a Areces su intención de ser candidato, el entorno del Presidente lo disimulaba a la perfección. «Hay que tener en cuenta que Areces cuenta con un nutrido grupo de fieles dispuestos a dar la batalla, se juegan el cocido», aporta un destacado militante socialista. La dirección del PSOE hizo lecturas. «Mejor atajar aquello». En la FSA pareció dejar de importar el coste político de evidenciar que el Presidente estaba provisional y decidieron cortarle una pata al pato. «En Estados Unidos todos los presidentes están provisionales el segundo mandato y no pasa nada».

l La recta. Siguiendo las bases de la geometría de Euclides, Gutiérrez calculó la distancia más corta entre dos puntos y trazó el atajo. No podían consentirse más rumores que dañaran la imagen de Fernández poniendo en duda su valentía política. Había que lanzar un mensaje más claro. Muchos afiliados -entre ellos el villismo, que ya había pedido a Javier que diera el paso hace cuatro años- lo reclamaban. Quedó patente en un acto político en Mieres. Era febrero. Allí interrogaron a Fernández sobre su disposición a ser candidato. Fue kafkiano, hablaron del conductor de un autobús y de la rueda de repuesto, pero todo el mundo entendió que Javier estaba dispuesto a relevar a Tini. Sin embargo, una hora más tarde, el mismo Fernández, el adalid de la pacificación interna, nada amigo de enfrentamientos, desmentía que el sentido de sus palabras fuera ése. Y, claro, con ese remango no se desaloja a Areces de la ambigüedad ni de ninguna parte. Había que trazar la recta precisa.

l El zapatazo de Mieres. «Siempre nos quedará Mieres». Es como suena la frase de «Casablanca» cuando pasan la película en la FSA. La otra es: «Tócala de nuevo Chus». La broma destaca la importancia de Mieres en la estrategia socialista. Allí se pidió a Fernández que fuera candidato a la secretaría del partido y allí nació también la primera iniciativa para que fuera candidato al Principado. Y Chus la tocó, vaya si la tocó. Jesús Gutiérrez, «número dos» del PSOE asturiano, decidió que había llegado el momento de sacudir dudas y pagó a Areces con la misma moneda de ambigüedad. Nunca una frase tan rebuscada resultó tan clara. «Javier ha tomado una decisión, una decisión conocida en Madrid que ha sido adoptada en el pasado. Yo por mi parte tengo claro quién será el referente del socialismo en los próximos años». El zapatazo estaba dado. La «brusquedad» de Gutiérrez sorprendió al arecismo. «No hacía falta ponerse así».

l Un vertido llamado Fernández. La teoría de la mancha de aceite como metáfora de cómo promocionar a un candidato se convirtió aquí en un vertido. Ni hilillos de plastilina ni nada, el zapatazo fue celebrado por decenas de socialistas que de inmediato dieron por hecho que Javier sería su candidato y salieron públicamente a respaldarlo. Ferraz confirmó: «La decisión era de sobra conocida». La FSA multiplica sus actos, aunque en Santa Teresa lo niegan: «Es que ahora se nos presta más atención mediática». Javier se mete en el personaje y en un teatrillo electoral montado en Coaña se atreve con Cascos. «Que venga», suelta en su intervención. El candidato y Trevín interpretan la misma melodía. La campaña está lanzada. Pero ¿qué pasa si a alguien se le abraza demasiado fuerte? Fernández pasaba de repente de la duda a la aclamación y algunos apoyos -el de Eduardo Donaire, por ejemplo- y algunos cálculos hechos para fortalecer su liderazgo -como el que reducía al SOMA y al arecismo a una representación residual- no sientan bien en algunos ámbitos. Pero, bueno, el zapatazo estaba dado.

l Siero ¿un accidente? La geometría euclidiana quedó superada con Einstein. El espacio-tiempo es curvo y la línea más corta entre dos puntos es una geodésica. Curvas también son las rotondas y no se pueden trazar rectas tal y como lo intentó el alcalde de Siero, el socialista Corrales, tras su larga noche de alcohol en Comadres. Corrales se salió de la carretera con el coche oficial y triplicó la tasa de alcoholemia. Tras él, a la cuneta, se fue buena parte del socialismo sierense, la Alcaldía -que cayó en manos del PP- y el crédito de los dirigentes socialistas como estrategas políticos. Tras la dimisión de Corrales, la designación de su sucesor acabó en un choque interno que conllevó la expulsión de los ediles del PSOE próximos al SOMA. La llegada del popular Noval a la Alcaldía, facilitada por el desencuentro socialista, dejó boquiabiertos a aquellos que decían: «El SOMA no es nadie». Aunque el sindicato de Villa y la FSA circunscribieron los problemas a Siero, llamó la atención que el choque reprodujera, a lo bruto, el reparto de papeles que vivía el escenario regional, destacando luego que arecistas y villistas coincidieron en su decisión de no acudir a la asamblea local que trató la crisis y en la crítica interna. Gutiérrez había calculado una recta y alguien se la prolongó. Tras el zapatazo de Mieres llegó el estruendo de Siero.

l Las lecciones de la rotonda. «Gran Bretaña ha perdido un imperio y no ha encontrado aún su papel en el mundo». Un político estadounidense se refería así en 1962 a la desubicación inglesa tras perder las colonias. Un caricaturista transformó la frase en un escenario teatral sobre el que Macmillan, primer ministro británico, le suplicaba a un Kennedy disfrazado de caballo que le permitiera ser sus patas traseras. Ni Areces ni Villa, por temperamento, podrían ser las patas traseras de nadie. Sin embargo, los socialistas han comprendido -y así lo ha remarcado la visita de Blanco para ungir como candidato a Fernández- que lo mejor por el bien de todos es la tranquilidad, que de poco sirve el poder interno si se gana rompiendo urnas, entregando alcaldías al PP. «No podemos pelearnos por quién parte la tarta porque cuando acabe la pelea igual alguien se la ha comido», comenta un dirigente. Es la lección de la rotonda.

l La tranquilidad del caparazón. Los líderes socialistas han decidido blindar el proceso preelectoral echándose un caparazón por encima. Igual que cuando Blanco marcó, el pasado verano, la responsabilidad regional en los sobrecostes de El Musel y alguien creyó ver en sus palabras el inicio del declive de Areces; la nueva visita del vicesecretario general del PSOE fue mano de santo: un espaldarazo para Fernández y un mensaje de tranquilidad. «No queremos que pase como en Canarias», aseguran desde Madrid. Ahora, bajo el caparazón, toca buscar una salida para Areces acorde a sus poderes. Por si acaso, el Presidente sigue tratando de mantener sus opciones. Puede que al final falle algo, que haya cambios en Madrid y que por un casual pueda repetir. Además, también está su gente, que en muchos casos precisa una salida. El SOMA, por su parte, deja entrever que estará donde siempre, con Fernández, pero «desde la responsabilidad crítica». También por si casualmente alguien vuelve a equivocarse al pesarlos, Villa aclara: «Dicen que tenemos pocos soldados, y que yo sepa esto no es un ejército? Somos un sindicato, el más representativo en sus sectores y con responsabilidad en empresas que suman más de catorce mil trabajadores». Recuerda al chiste del paciente que, tumbado ya en el sillón quirúrgico, coge al dentista por las gónadas y le dice: «A que no nos haremos daño, doctor».

Así, juntos sin hacerse daño, como espartanos que avanzaban en bloque protegidos bajo sus escudos, bajo su caparazón, el PSOE deja traslucir una difusa imagen de unidad. El zapatazo es tranquilo.