Hoy se conoce como franquismo el largo período de nuestra historia reciente en el que España estuvo regida por el general Franco, que asumió en su persona la jefatura del Estado, la del Gobierno y la del Ejército. En toda la historia europea contemporánea, nadie, desde Napoleón, había concentrado tanto poder.

El franquismo nació de la Guerra Civil, que se inició el 18 de julio de 1936, cuando una parte importante del alto mando y la oficialidad del Ejército se levantó contra el Gobierno republicano surgido de las elecciones del 16 de febrero de ese año. Fue una larga guerra que duró casi tres años y tras la cual la victoria de los sublevados no vino acompañada de la paz para los vencidos y la reconciliación. El franquismo siempre consideró que los derrotados eran la anti-España y que de ellos sólo se podía esperar la venganza; nunca se debía levantar la guardia.

Franco, según las monedas con su efigie, era «caudillo por la gracia de Dios». Y el franquismo se presentó como el gran baluarte frente al anticlericalismo, encarnado en la masonería, contra el comunismo y el separatismo. Y contó con el apoyo del Ejército, de la Iglesia católica y de todas las fuerzas políticas de la derecha, desde Falange a los diversos grupos monárquicos o simplemente católicos, que perdieron su identidad para integrarse en Falange Española Tradicionalista y de las JONS, partido único que se fue diluyendo en el llamado Movimiento Nacional.

La democracia inorgánica de los partidos fue sustituida por la democracia orgánica, basada en el sufragio corporativo de tres grandes bloques encarnados por la familia, el municipio y el sindicato, que representaban, según pregonaba el régimen, los auténticos intereses de la nación, frente a los espurios de clase o individuales que alentaban los partidos.

La dura represión iniciada a medida que las diversas zonas eran ocupadas por los sublevados, continuó en la posguerra. La esperanza de que los aliados una vez vencida Alemania intervinieran en España, que alentó durante algún tiempo la resistencia guerrillera, se desvaneció después de que la ONU se limitara en 1946 a condenar al régimen franquista, pero excluyendo cualquier intervención. La posguerra fue además acompañada de miseria y hambre entre amplias capas de la población, debido al desgaste de la guerra, el aislamiento y a la sucesión de años de malas cosechas.

Asturias vivió con gran intensidad la Guerra Civil y con no menor protagonismo el franquismo. Éste, pese a su voluntad de inmutabilidad, tuvo que ir adaptándose a la cambiante situación política internacional, a las transformaciones de la coyuntura económica y a los cambios sociales. Durante un primer período, Franco, que no se embarcó en la Segunda Guerra Mundial, esperó de la victoria del Eje ciertas concesiones en el norte de África y se alineó descaradamente a favor de los nacional-socialistas alemanes y los fascistas italianos. La derrota de éstos dejó al régimen franquista en la mayor soledad en el ámbito europeo. Fue el período que se conoce como autarquía. Hubo que recurrir a los recursos propios, lo que el régimen franquista quiso vender como gran virtud. En tal tesitura, la minería del carbón asturiana y la siderurgia gozaron de una coyuntura excepcional, ante la falta de competidores externos. Pero ello generó y fue acumulando déficits muy difíciles de superar posteriormente. El atraso tecnológico fue uno de ellos, la falta de competitividad de nuestras empresas otro, no menos importante. Ya desde comienzos de los 50, el régimen había comprendido que las siderurgias históricas asturianas y otras no tenían capacidad para atender a una demanda creciente en un país que había quedado medio destrozado tras la Guerra. Ahí salió Asturias bien parada, pues Avilés fue elegido como el lugar para una grande y moderna siderurgia integral capaz de atender la demanda. Ensidesa dio a Asturias el primer lugar, durante años, en la producción siderúrgica.

Tras el giro de la política económica con el duro plan de estabilización, y la apertura a los mercados y al exterior, España vivió también la etapa expansiva que alentaba la economía mundial y conoció un largo período de gran desarrollo, vendido por el franquismo como obra exclusiva suya. Un nuevo grupo político conocido como «los tecnócratas», pertenecientes en buena parte al Opus Dei, se hicieron cargo de los principales ministerios económicos. Su principio fundamental era que la prosperidad y el bienestar conseguidos con el desarrollo acabarían con cualquier discrepancia ideológica. La sociedad de consumo era, en su opinión, el mejor remedio o antídoto a toda ideología.

Es verdad que el régimen franquista gozó durante años de una paz social que, en buena parte, era el resultado de la aceptación pasiva del mismo por gran parte de la población. A lo largo del tiempo se habían ido gestando una serie de leyes que culminaron con la ley Orgánica del Estado aprobada en 1966, con las que se pretendía trascender a Franco tras su muerte. Después de Franco, las instituciones, se decía.

Pero el desarrollo económico y la evolución social, a partir de los años sesenta, comenzaron a plantear las primeras rupturas en el traje ideológico del régimen. Nuevas generaciones que ya no habían sido protagonistas de la Guerra Civil comenzaban a tener otra visión de la situación. En Asturias, en 1962, se produjo un gran movimiento huelguístico, iniciado en la minería. Era ya un primer aviso de que la situación había cambiado, pero el régimen respondió con la misma medicina que había aplicado hasta entonces, la represión pura y dura, que esta vez se manifestó a través de la creación del Tribunal de Orden Público (1963).

La salida de la autarquía supuso para la economía asturiana un reto que no supo superar. La minería estaba herida de muerte y fue el Estado, a través de Hunosa, quien tuvo que hacer frente a la situación pasando a las cuentas del mismo los gastos y pérdidas de la explotación. Lo mismo ocurrió en la siderurgia privada, el otro gran sector industrial asturiano, que fue incapaz de superar el atraso de años y el intento de actualización y modernización a través de la Unión de Siderurgias Integrales (Uninsa). El experimento terminó fracasando y las siderurgias históricas tuvieron que integrarse en Ensidesa. Del franquismo Asturias salió con un sector industrial todavía potente pero en manos del INI (Instituto Nacional de Industria). Ello amortiguaría los inicios de la crisis de 1973, pero al final llegaría con toda su intensidad.

Uno de los efectos del crecimiento centrado en la minería y la siderurgia fue el desplazamiento de gran parte de la población desde los núcleos rurales hacia los grandes núcleos urbanos e industriales en los que se focalizaba todo el desarrollo de la época, es decir, al triángulo formado por Avilés, Gijón y Oviedo. Ello generó una demanda de suelo urbano y de viviendas que desbordó todas las previsiones. Fueron naciendo así nuevos barrios. En muchos de los casos, estos nuevos espacios carecían de un mínimo de servicios indispensables. Ello dio lugar al nacimiento de un fenómeno social nuevo, el movimiento asociativo de base ciudadana y popular, que cobró gran fuerza en los años finales del franquismo y que pronto cobró un carácter reivindicativo, llegando a movilizar a importantes sectores de población.

El franquismo llegó a su fase final tan envejecido como su máximo dirigente. Pese a que la elección del Príncipe Juan Carlos como sucesor pretendía la continuidad sin cambios del régimen franquista, aquél «después de Franco, las instituciones», una vez muerto Franco, tras larga enfermedad, bajo el «atado y bien atado» tantas veces pregonado, latía un agitado mar de aspiraciones políticas y sociales que iba a resultar imposible seguir reteniendo.