Oviedo, Ignacio PULIDO

«Estar eternamente mirando al Sella». Ése fue el último deseo del farmacéutico y pescador ovetense Juan José Collado poco antes de fallecer el 28 de abril de 1992 y de recibir sepultura en Peruyes (Cangas de Onís), a escasos metros del legendario río salmonero. Hoy, casi veinte años después de su defunción, su figura sigue estando presente en el corazón de centenares de asturianos y su hijo Miguel Ángel está trabajando en un libro sobre este hombre que se entregó en vida a la defensa del patrimonio natural del Principado y se volcó intensamente con la protección de los ríos. Juan José Collado escribió centenares de artículos, buena parte de ellos en LA NUEVA ESPAÑA, bajo el seudónimo Juan del Río.

Juan José Collado nació en la ovetense calle del Rosal en 1913 y desde edad muy temprana manifestó un gran interés por la pesca. «De pequeño comenzó a pescar en el Piloña», comenta su hijo, el farmacéutico Miguel Ángel Collado. «Mi padre llevaba en la sangre la afición por la naturaleza. Obtuvo su primera licencia en 1923, a los 10 años. Por aquel entonces tan sólo los profesionales tenían licencia, pero él no quería pescar como un furtivo».

Así fue poco a poco creciendo como pescador Juan José Collado. Alternó sus estudios de Farmacia con sus visitas al río hasta que, en verano de 1936, la Guerra Civil estalló. «Mi padre se encontraba en Tielve y tuvo que trasladarse rápidamente a Oviedo, donde fue movilizado», comenta su hijo. A lo largo de los tres años que duró la contienda, Collado tan sólo pescó en una ocasión, con motivo de un viaje a Ibias, donde le fue encomendada la misión de montar una farmacia en el sótano de las escuelas.

La paz trajo consigo el regreso de Juan a los ríos, unos ríos arrasados: durante la guerra la vigilancia había sido nula y se podían ejercitar todo tipo artes inadecuadas. Además, los ríos se habían convertido en despensas en las que aliviar la penuria que rodeaba todo. Los explosivos y los cartuchos de dinamita, que habían quedado por todas partes, eran empleados para pescar y causaron gran daño en los cursos fluviales y a su ecosistema.

Lejos ya de las trincheras, Juan abrió en 1940 su oficina de farmacia en la calle Covadonga. Apenas un año mas tarde, contrajo matrimonio con María Luisa Prieto, natural de Margolles. «No sólo se enamoró de mi madre sino que también del Sella. Su voluntad siempre fue ser enterrado en el pueblo de su esposa, en un alto sobre el río», precisa Miguel Ángel Collado. En plena posguerra, su rebotica se convertiría en punto de encuentro de apasionados de la montaña, la pesca y la caza. «Estaba abierta a todos. En ella tenían lugar interesantes tertulias en las que estaba prohibido hablar de política o diferencias sociales. Incluso tenían un taller de trabajo donde preparaban cañas y otros útiles», subraya su hijo.

El hondo pesar que le había producido ver los ríos y los montes devastados tras la guerra, impulsó a Collado y a su grupo de amigos a crear la Real Sociedad Asturiana de Pesca, la Sociedad Astur de Caza y el Grupo de Montañeros Vetusta. De este modo, iniciaron un duro trabajo en defensa de la Naturaleza asturiana. «Su lucha no sólo se limitó a los ríos, sino que también se involucró en la recuperación de especies como los ciervos y los venados», enfatiza Miguel Ángel.

Paralelamente, Collado inició su faceta como articulista. Desde mediados de los años cuarenta del siglo pasado hasta la década de los ochenta, escribió centenares de artículos en «Asturias Semanal», «Caza y pesca» y sobre todo en LA NUEVA ESPAÑA firmando unas veces como «Juan del Río» y otras como «Juan del Monte». «Siempre fue muy crítico con el estado de los ríos. En los años sesenta ya era partidario de que el dinero de los cotos fuese invertido en purificar las aguas. Asimismo, luchó contra el empleo de redes en los ríos y contra la construcción de presas», señala Collado hijo.

Los tiempos han cambiado. Hablar de Collado o de otros personajes como el ingeniero de montes Eugenio Guallart supone remontarse a una época en la que ríos como el Narcea, el Cares o el Sella daban como fruto alrededor de 2.000 salmones anuales. «Si viera el estado actual de los ríos, mi padre lloraría. Sufrió mucho viendo cómo las aguas se deterioraban sin que nadie hiciese nada. Todo se estropeó en el momento en el que la Administración dejó de tener en cuenta al administrado», lamenta Miguel Ángel.

«Juan del Río» obtuvo su última licencia de pesca en 1988. A partir de entonces, su salud apenas le permitía acercarse al río hasta que, en 1992, colgó definitivamente su caña. «Las jornadas de pesca con él eran maravillosas. Le gustaba estar en el río aunque no pescase nada. Mi padre siempre decía que no hay que vivir en la Naturaleza sino con ella», rememora Miguel Ángel Collado.