Ribadesella, M. P.

Todo comenzó en el barrio del Portiellu, aproximadamente en esta pared que hoy hace la esquina entre las calles Guillermo González y Oscura. «Se supone» sin certeza que este retroceso hasta el primer origen de Ribadesella ha llegado hasta «la época romana», cuando aquí mandaba la tribu cántabra de los orgenomescos y la villa era «El puerto». Juan José Pérez, director de la revista «Plaza Nueva» y componente de la asociación Amigos de Ribadesella, químico riosellano y estudioso vocacional de la historia de su villa, guía por la calle Oscura, donde el nombre es definición, y por un viaje en el tiempo que ha empezado en un pequeño poblado de pescadores. Nada que ver con esta villa turística que «apenas conserva edificios medievales» pero todavía reconoce el edificio, «aquel del número 17», hoy en la calle Infante, en el que pernoctó el emperador Carlos I antes de serlo, en su primer viaje a España y después de desembarcar en Tazones.

El Ayuntamiento, edificación renacentista del siglo XVI, «la más antigua y la mejor» de la villa, ilustra cuánto empezaba a dar de sí entonces el comercio marítimo, porque a eso «y a la milicia» se dedicaba la familia propietaria, los González Prieto, «que emparentaron con los Cutre de Caravia». Por la calle López Muñiz, Juan José Pérez retrocede hacia la cantería, que dio mucho de comer en esa época en Ribadesella -«hay noticias de canteros riosellanos en la construcción de El Escorial»-, y a la pesca de la ballena, «muy importante en esta zona del Cantábrico» más o menos hasta el siglo XVII. Más allá llega la iglesia -iniciada en 1924-, pero la ruta tiene que hacer antes otras paradas en el XVIII. Es el momento decisivo de la construcción del gran puerto riosellano y del terreno que se ganó al mar para conseguir lo que hoy es el ensanche comercial de la Gran Vía de Agustín Argüelles y la calle Comercio, por donde sigue la ruta de Juan José Pérez, y hasta el paseo marítimo Princesa Letizia.

Al llegar a la mar, el director de «Plaza nueva» se para en 1784, ese momento en el que Ribadesella ganó su gran muelle después de setenta años de obras, y con él, un nuevo espacio urbano. Jovellanos, eso sí, frenó entonces el proyecto de comunicación con la Meseta a través de Ponga y constriñó indirectamente el desarrollo de Ribadesella. El puerto dio vida y despidió a indianos que luego volvieron a edificar palacetes junto a la playa de Santa Marina. Para eso hizo falta un puente, primero de madera en 1865 y luego de hierro en 1898 y al final el actual, de 1941, tras ser destruido en la Guerra Civil. Y en el tránsito entre el siglo XIX y el XX llegaron los primeros hoteles y el embrión de lo que hoy sigue siendo el estuario del Sella.

Ribadesella, resumiendo mucho, fue en algún momento «pobre y limitada de medios», por lo menos hasta el retorno de los indianos que levantaron la parte moderna y noble al otro lado de la ría, pero «siempre una pequeña ciudad», concluye Pérez Valle, «con su teatro y su casino, uno de los primeros de Asturias».