Decano de los periodistas asturianos, ex director de LA NUEVA ESPAÑA

Gijón, J. MORÁN

Juan Ramón Pérez-Las Clotas, de 86 años, periodista gijonés, decano de la profesión en Asturias y ex director de LA NUEVA ESPAÑA, explica en esta entrevista, concedida con motivo de la publicación del coleccionable «Asturias bajo el franquismo», que desde mañana regalará cada domingo, con el periódico, LA NUEVA ESPAÑA, su visón del franquismo en Asturias, particularmente en Oviedo. «No quiero dar mis juicios personales, sino la visión de un espectador periodista que procura ser objetivo». Las Clotas estudió Derecho en Oviedo, y antes había sido alumno de la Escuela de Periodismo de Madrid. Dio sus primeros pasos periodísticos en el diario «Voluntad», de Gijón, en 1942. Posteriormente será redactor jefe de «Región», «El Comercio» y LA NUEVA ESPAÑA. Sale después de Asturias hacia periódicos de Prensa del Movimiento, en Málaga y Valladolid. Vuelve a Oviedo como director de LA NUEVA ESPAÑA y posteriormente será corresponsal de «Pyresa» y «Arriba» en Lisboa, y desempeñará diversos cargos en Madrid, en el citado grupo estatal de prensa.

-¿Cómo es el Oviedo de la inmediata posguerra?

-En mi época todavía llegué a conocer el Oviedo heroico de la posguerra, el del Oviedo de los defensores. El grupo político dominante era la Falange, digamos la Falange esencial, que tenía un jefe concreto, al que yo vi todavía de uniforme, y que era Rafael Arias de Velasco, hermano de Francisco, Paco Arias de Velasco. Rafael era una excelente persona, y un personaje puramente simbólico que tenía un subjefe provincial. Esa fue la primera entidad política, digamos, de una cierta significación dentro del franquismo. En ese momento no había otra actividad política más que ésta y la de los defensores de Oviedo, una corporación que se había creado al margen de lo que luego fueron otras familias políticas. A continuación empieza a resurgir el viejo Oviedo de siempre, es decir, las familias tradicionales, por no decir la oligarquía. Entonces, con esas familias, desaparece durante una etapa el dominio fascistizante de la posguerra, pero no llega a consolidarse este cambio porque entonces, en 1950, nombran a un gobernador extraño y desconocido, que era un chico de 28 años, falangista, Francisco Labadíe Otermín.

-¿Qué representa Labadíe?

-Fue una especie de convulsión en la vida social ovetense y asturiana. Fue un magnífico gobernador, un hombre de ideas y de una gran cordialidad. Fue quien realmente promovió el turismo hacia Asturias e hizo una gran labor en general. Se movía mucho, pero no gozaba de la aquiescencia local. Pronunció un discurso muy en tono gironiano, populista, en un teatro de Sama, y fue fulminantemente destituido; fue en 1957 y le nombraron director general de Artesanía, en Madrid.

-Llega entonces Marco Peña.

-En aquel momento asume el control de Asturias, el cacicazgo de Asturias, el general Camilo Alonso Vega, más conocido por «el marido de Ramona», su esposa, que era la que mandaba. Hay un cambio total de signo y recuperan el poder las viejas familias, que vuelven con el nuevo gobernador, Marcos Peña Royo, fiel servidor que entra en el juego de las grandes familias.

-¿Y los alcaldes?

-A todo esto es curioso que entre los alcaldes de Oviedo difícilmente hubo uno falangista, porque mantuvieron siempre una cierta tradición que estuvo en manos de esas mismas familias. En la posguerra fue alcalde Manuel García-Conde (1940-1951), que presumía mucho porque decía «he sido el alcalde que mejor viste el chaqué de España». Era todavía la época de los uniformes. Hay un intento de falangistizar un poco con Ignacio Alonso de Nora, que sustituye a García-Conde, y al que sustituyen Fernando Beltrán (1955) y Valentín Masip (1957), que es la culminación de la burguesía. Es interesante subrayar que Fernando Beltrán fue también un intento por sustraerse al poder de la burguesía ovetense y tuvo la gallardía de afrontar nada más y nada menos que la lucha contra lo que llamaban los «clarisos». Hubo una batalla muy característica de la ciudad entre los viejos ovetenses que querían conservar el convento de Santa Clara y LA NUEVA ESPAÑA, que pretendía la modernización de Oviedo. Beltrán mandó derribar parte de Santa Clara, y para ampliar la calle Uría derribó los chalés de los Tartiere y los Solís, que estaban en la esquina con Conde Toreno. Y con Masip vuelve la oligarquía.

-¿Qué caracteriza a la burguesía ovetense?

-Esta burguesía ovetense, curiosamente, fue liberal siempre. Oviedo fue una ciudad liberal, universitaria, abierta; si se quiere, una democracia señorial. Pero de repente llegan unos ciudadanos foráneos, brillantes profesionales, funcionarios (no digo nombres porque todos los ovetenses los saben), y les pareció que a Oviedo le faltaba un punto de elitismo. Existía un club, el Automóvil Club, que era el equivalente al Club de Regatas de Gijón. Sus ventanales daban a la calle Uría, al lado de la casa del Río. Pero no era un club selectivo y entonces aquellos profesionales crearon el Club de Tenis, que significó una conmoción porque fue la ruptura total de dos Oviedos: el más bien tradicional y el Oviedo que llegaba. En el Club de Tenis incluso negaron la entrada a gentes muy estimables de Oviedo.

-¿Qué sucede con la Falange?

-Había desaparecido, prácticamente. Los jefes de Falange eran los gobernadores y había subjefes. Lo fueron Julio Somoano Berdasco, santo varón, y hermano de Rafael Somoano, el canónigo, que acaba de fallecer. Y otro fue Gutiérrez Tapia, subjefe de Peña Royo. Al gobernador Peña Royo le sustituyó otra persona en la misma línea, bajo un aspecto formal más falangista, pero que no era cierto porque estaba también al servicio de la oligarquía. Era Mateu de Ros.

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