Siempre he tenido simpatía por los neandertales, tal vez la otra cara de mi antipatía hacia el concepto de humanidad, tan gremial, que justifica todo exceso del hombre hacia la naturaleza en estado primario. Por eso en su día me creí a pies juntillas la hipótesis de la película «En busca del fuego», que ahora la ciencia confirma al identificar genes de neandertal en nuestro código. Se supone que un neandertal, al ir más retrasado en la evolución, estaba más cerca de la animalidad y se llevaría mejor con la naturaleza. Ese rastro de memoria prehistórica debería servir para desandar un poco el camino, aunque sólo sea lo justo para recuperar algún resto de sentidos ya perdidos e incluso de una cierta ética animal, que en sus últimos escritos sospechaba un humano tan poco sospechoso de no serlo como Elias Canetti. Mientras haya un poco de neandertal en el código, hay esperanza, qué carajo.