l Idiosincrasia popular. «Si algo no se hace, ese algo se hará por sí solo algún día y de una manera que no agradará a nadie». El escocés Thomas Carlyle no se refería al PP. Acuñó la frase en el siglo XIX y los populares tienen poco más de dos décadas de historia, casi cuatro si se suma el trayecto de Alianza Popular. Esta corta experiencia explica en buena parte el nuevo choque interno del partido en Asturias. «En el PSOE son más discretos, pero, claro, llevan más de un siglo haciendo relevos», sostiene un popular celoso del «know how» socialista.

l La sucesión prometida no llega. «Soy lo que hago», de nuevo Carlyle. En el PP asturiano apenas se hizo algo por la sucesión desde que, poco antes del congreso regional de 2008, Ovidio Sánchez anunció, tras sumar tres derrotas electorales, que no repetiría al Principado. Aquel reclamo fue clave en su victoria sobre Morales, ahora en las filas de Ideas. Algunos líderes locales apoyaron a Sánchez sólo porque se iba, pero la promesa de renovación no llegó. «Hubo contactos, tan tenues que daba la impresión de que Ovidio jugaba a repetir».

l Cascos aprovecha el hueco. Asegura Trinidad Jiménez que Felipe González le recomendó: «Si ves un hueco libre en política, ocúpalo». Desde las antípodas ideológicas del sevillano, Francisco Álvarez-Cascos siguió el consejo. Primero fue su discurso al recibir la «Sardina de oro» en Avilés, ya en junio de 2009, y luego los mensajes que transmitió su entorno: «Cascos sopesa volver a la política ante el maltrato que inflige a Asturias el Gobierno de Zapatero», adelantó este diario. «La desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan», como define Carlyle la política, se disipó de golpe para cientos de afiliados.

l El casquismo. Las supuestas intenciones de Cascos resultan una provisión de fascinaciones para la «hinchada» del ex ministro, y el casquismo, siempre latente, saca la cabeza con fuerza. El frente engloba inicialmente a los próximos al ex vicepresidente, los de toda la vida (Roces, Rozada, Cherines y Alicia Castro) y a una amalgama de militantes desencantados con la dirección, principalmente porque no entran en los planes de futuro. Ahí están Marcial González, Emilio Pérez Cueva, Reinerio Álvarez Saavedra, Luis Peláez y Cristina Coto, entre otros. A Peláez le echan en cara haber sido un impulsor de URAS en la última crisis del partido y ahora abanderar a Cascos. Él asegura que peleó todo lo que pudo por sacar a Sergio Marqués de su «delirio».

l Un gen antiacuerdo. El grupo casquista crece deprisa. El resentimiento con la cúpula no es un hecho aislado, la dirección ha intervenido más de una docena de juntas locales en los últimos años, y son varios los que ven en Cascos una oportunidad para cobrarse deudas. De forma natural, el partido incorpora un gen que le dificulta, si no le incapacita, para buscar acuerdos internos, un gen que se suma a los evidentes problemas de relación ya existentes entre Cascos, por un lado, y los líderes populares de Gijón y Avilés, Pilar Fernández Pardo y Joaquín Aréstegui, respectivamente, por el otro. ¿Cómo es el nivel de desencuentro? «El cáncer del PP en Avilés». Así definió Cascos a «Corcóstegui», como llama el ex ministro al avilesino, en el congreso del partido celebrado en junio de 2008 en Valencia. Con Pilar Pardo, su martillo en Gijón, la relación ya ha pasado varias veces por el Juzgado.

l La clara demanda social. «Cascos es el mejor candidato, genera ilusión», afirman sus entusiastas. El ex ministro llega a asegurar en una entrevista que hay una «marea creciente» que hace «pressing» pidiendo su vuelta. Comienza a acuñarse -igual que hizo Marqués en su choque con Cascos, a finales de los noventa, cuando el partido se fracturó y nació URAS- la idea de que un clamor popular pide el regreso de Cascos, la «clara demanda social».

l La marca y la empresa. El ranking Brand Z selecciona cada año a las cien marcas con mejor imagen. Las consultoras que lo elaboran se cuidan mucho de aclarar que tener una buena marca no significa ser una buena empresa y viceversa. Aunque hay muchas dudas sobre las verdaderas intenciones de Cascos -algunas incluso entre sus seguidores-, la cúpula del PP asturiano reconoce que el ex ministro, al que nadie niega su valía política, sería seguramente la mejor marca electoral, pero no puede ocultar que, internamente, en la empresa popular en Madrid y Asturias ocasiona más recelo que simpatías. Vamos, que si se tratara de un trasplante de cara, dado el gen antiacuerdo, el nuevo órgano generaría rechazo. Otra cosa sería -postulaba irónicamente Bertold Brecht como solución para dirimir las diferencias entre dirigentes y súbditos- disolver el pueblo, en este caso el partido, y elegir otro, pero los tiros no van por ahí. Además, una crítica a Cascos es que carece de equipo.

l Triplete de ambigüedad. Pese a que la demanda social es clarísima para algunos, la crisis popular le debe mucho a la ambigüedad. Muy pocos, empezando por el mismo Cascos, han hablado de sus intenciones con claridad. La mayoría ha intentado repartir los huevos dialécticos en varias cestas: se elogia la figura de Cascos, pero se evita defender abiertamente su opción como candidato. Hay formas de hacerlo verdaderamente magistrales. «Cascos es un gran candidato y si viene seguro que el primer abrazo se lo da Ovidio Sánchez», aseguró Gabino de Lorenzo. En esa tesitura se movieron inicialmente líderes regionales y nacionales: nadie sabía a qué atenerse. Decían de Stalin que tenía un lenguaje poco florido, que solía contestar sólo sí o no y que sólo se podía fiar uno del no. Pues eso, los dirigentes populares, ni sí, ni no, sino todo lo contrario.

l Firmas claves. Los casquistas siguen construyendo su clara demanda social. Llevan a cabo una recogida de firmas y recaban el apoyo de los doce alcaldes del PP en Asturias y de representantes del 80 por ciento de las juntas locales, que firman un manifiesto defendiendo la candidatura del ex ministro. Ese gesto ha resultado clave en el proceso de debate abierto para designar al candidato popular.

l La revuelta de los cuarentones. «No se podía seguir perdiendo el tiempo. El reloj corría a favor del casquismo y si permanecíamos callados daba la sensación de que dejábamos hacer». Así, un grupo vinculado a los no firmantes del manifiesto -las juntas de Gijón, Avilés, Mieres, San Martín del Rey Aurelio, Aller, Lena, Navia, El Franco, Vegadeo, Tineo, Pravia, Parres y Colunga- anuncia que está buscando una alternativa a Cascos y que cuenta con el apoyo de la mitad de los afiliados del partido. La marea encuentra un dique, un dique integrado por dirigentes de mediana edad, muchos de ellos con presencia o muy ligados a la dirección regional, que frustra la aclamación que pedía el ex ministro o, mejor, sus acólitos para volver a Asturias. Por si fuera poco, llueven acusaciones hacia los casquistas por acudir a la prensa con el manifiesto «como expresión colectiva de fuerza», dilapidando la imagen de unidad con unos procedimientos que no se ajustan a los estatutos que elaboró el mismo Cascos. «Éste no es un partido asambleario». Por si fuera poco, se denuncia que muchas firmas fueron recabadas con presiones «insoportables». «A alguno fueron a buscarle hasta tres veces a la hora de comer».

l La doble revolución del día de la madre. Integrado por dirigentes que se conocen desde Nuevas Generaciones, el dique levantado el día de la madre asegura integrar juntas suficientes para ganar un congreso y, al más puro estilo vaticano, lanza una terna de nombres que optan a ser la alternativa a Cascos: Pilar Fernández Pardo, Joaquín Aréstegui y Salvador Garriga. Se insinúa también que hay un tapado de consenso pactado por Gijón y Avilés. Desde su salida a la plaza, «los cuarentones» han negociado casi a diario. Alguno aclara: «Decir no a Cascos no es lo mismo que decir sí a Ovidio». Es la llamada a Sánchez a cumplir la promesa de renovación.

l Y Madrid, ¿qué? La candidatura de Cascos no hace gracia en Génova, que viene defendiendo opciones de renovación en casi todas las territoriales y teme que el ex ministro haga frente con Aguirre y Feijóo, que fue director de Correos con Cascos de ministro, ante la dirección. Así, no debe extrañar que las referencias a la candidatura hayan sido más frías que tibias. «Son rumores», espetó Cospedal, que luego aseguró desconocer el manifiesto de apoyo al ex ministro. «Algo he leído en los periódicos», dijo Rajoy, que ha coincidido últimamente en varios actos con Cascos. Génova aceptaría la candidatura si la propone Asturias, pero Asturias no quiere incomodar a Génova. Otro enroque.

l «Todos juntos somos pocos». La dialéctica encierra estrategia. Nadie quiere ceder, nadie quiere a Cascos como candidato plenipotenciario con mando en plaza para elaborar listas electorales a su medida. Por eso, aunque Cascos ha advertido que el manual de estilo del PP dice que al candidato hay que ir a buscarlo, Sánchez y De Lorenzo consideran que debe ser el ex ministro el que pida liderar la lista, así lo transmitieron por separado, curiosamente, la misma mañana. Aréstegui se sumaría al planteamiento al día siguiente. Suena al eslogan diseñado por el PSOE para el AVE del Cantábrico. «Cascos, sí, pero no a toda costa; Cascos, sí, pero no así», afirma un dirigente. «Si viene, debe negociar, no vamos a consentir que entre cortando cabezas; ¿que echamos a casa a la gente que gana congresos?», añade otro. La exigencia parece simple, pero envía un mensaje tan claro que podría tirar por tierra cualquier opción del ex ministro. Además, la voz en off, que ha plagado las declaraciones, le recuerda que sus apoyos son menos y que muchas de las firmas del manifiesto casquista son irregulares, no son de representantes de las juntas. Hay guerra, pero no se quiere sangre, unos y otros saben que las urnas están caras y que se necesitan si quieren tener opciones. «Todos juntos somos pocos». Pese a ello, parece que la lucha será de nuevo la comadrona de la historia, en este caso de la del PP.