Recostado contra el Fitu y a la falda del vigoroso Sueve, la pequeña localidad se asoma, tímida, a la costa. Tan tímidamente que parece que su ambiente es el de la escondida montaña. También duda entre su presente de poco más que núcleo rural y un posible futuro como villa con todos sus atributos. Y son muchos. Pequeñas y remozadas casitas de colores delicados; orden, limpieza y sensibilidad en la urbanización, con pláganos alineados que conducen a una minúscula y central capilla, farolas refinadas en su sencillez, soberbios palacetes indianos, casonas de estilo montañés, extensas fincas de señorío con palomar y altos muros de fábrica, sólo interrumpidos por la filigrana de fantásticas verjas de forja. Y el Arenal de Morís, y la carretera del Fitu y...

Prado se organiza en mínimos barrios que surgen como dedos desde la espina central que constituye el eje de la carretera, donde se sitúan ayuntamiento, plaza, iglesia, consultorio, farmacia, bares, hoteles y restaurantes. Son los barrios de La Cantiella, Cerracín, Bandalisque, La Rotella, La Raposera y Pumarín.

Los atractivos de esta pequeña pola no sólo están en su interior, pues el paisaje que la envuelve es formidable: una rasa que decae en los fantásticos arenales de La Espasa, El Visu, Veciella, Morís y Vega. Detrás, la nublina corona la cabeza del Sueve. La proximidad a las villas mayores, Villaviciosa, Colunga y Ribadesella, hoy puede ser una ayuda cuando antes sólo dieron sombra, hasta el punto de que Prado puede decirse que entró en el mapa costero asturiano apenas cambiamos de siglo, tras la apertura de la autovía. Atrás quedaron la incomunicación, la infame carretera mal asfaltada, el barro de los camiones, las explotaciones mineras, la sensación de aislamiento y melancolía e incluso el riesgo de desaparecer tragada por la mina. Su suerte estuvo unida durante décadas a la minería del espato-flúor, desde la Segunda Guerra Mundial, actividad que daba empleo hace cuarenta años a la mayor parte de la población activa. De ello hoy queda poco más que la tierra removida, las escombreras ocultas por la vegetación, algunas lagunas y el rojizo polvo en las caleyas.

Prado, contra toda lógica, sigue perdiendo población, sin que podamos encontrar razones objetivas para ello. Pero el hecho es que son varios los años en que no ha habido ni un solo nacimiento, lo que compromete seriamente su futuro, al que amenaza el vacío en la pirámide de población. Nuevamente nos encontramos con la desconfianza en el porvenir que hay detrás de los datos de natalidad.

No se puede certificar la muerte de un territorio, pero tampoco puede existir ocupado dinámicamente en esas condiciones. Si no hay un cambio de tendencia, el futuro se plantea muy difícil, aquí y también en otras partes. El reciente saldo migratorio positivo no alcanza a detener el declive, pero avanza una tendencia que puede abrir nuevas perspectivas para la atracción residencial de población.

Prado siempre estuvo en un eje costero marginal, comunicado por la más pintoresca carretera de la red principal del Estado, una nacional en uso como tal hasta hace bien poco. La apertura de la autovía cambió radicalmente la accesibilidad del concejo, pero no su atmósfera, su dejarse ir y su declive demográfico, que continúa hoy, por debajo del umbral de los 200 habitantes. Ganadería, explotación forestal, minería y veraneo tradicional han marcado la actividad en la segunda mitad del siglo XX. Un veraneo discreto, poco visible, diseminado en el poblamiento rural y que sólo es más numeroso en puentes y fines de semana del verano, cuando hay afluencia desde el ámbito metropolitano hacia las playas. Las dos últimas décadas han dejado algo de infraestructura turística de tipología rural, como muestra de un cierto cambio de perspectiva que no ha llegado a cuajar del todo. Poca construcción de nuevo cuño, buena parte de ella de iniciativa oficial, da muestra del escaso dinamismo.

El aumento de la actividad en el sector terciario ha permitido un ligero incremento del empleo total, aunque poco importante, ya que la tasa de actividad es baja. Esto parece anticipar un cambio de tendencia, pero necesita ser avivado con apoyos comarcales y regionales, que deben ser mucho más intensos en estas pequeñas villas. Prado cuenta con recursos suficientes para el crecimiento y diversificación de su actividad. Costa cercana de gran belleza, con playas concurridas en verano, pero de poca incidencia aún en la actividad del concejo. Montaña que se hace costa y que da al conjunto de la marina oriental un paisaje original y muy valorado. Disponibilidad de suelo para pequeñas áreas empresariales, como la de Carrales, de cuidado diseño y con fácil acceso a la autovía. Posibilidades de mejora de la comunicación con el eje interior de Arriondas a través del proyectado túnel bajo el Fitu. Carreteras de paisaje y turismo tranquilo. Y una población aún no excesivamente envejecida a pesar de los valores de natalidad, en un caserío cuidado y muy singular.

En definitiva, importantes recursos en que apoyarse para poder atraer población hacia una localidad costera que es hermosa y accesible y en la que conviene identificar, apoyar y facilitar las nuevas posibilidades que ante ella se abren, pero que hoy tienen a Prado, Colunga y Lastres como únicas villas que aún no parecen dar señales de vida entre Cabo Peñas y Cantabria. Su escasa dimensión debe ser aprovechada para establecer vínculos más directos con las tendencias generales existentes en la comarca oriental y poder atraer así actividad y población. La pertenencia al ámbito comarcal oriental y la participación en las iniciativas de desarrollo no han beneficiado a las pequeñas villas de la misma manera que a las de mayor dimensión, y aquéllas deberían ser objeto de mayor atención en los programas de desarrollo rural.