Cuando Colunga despierte, el dinosaurio todavía estará allí. Deformando el cuento de Augusto Monterroso, algún vecino viene a decir que esta villa durmiente le debe honores mejores a sus símbolos. La sospecha de que el jurásico puede dar más jugo flota en este lugar pisado por dinosaurios, entorno urbano de rasa costera que adorna hoteles y restaurantes con huellas «tridáctilas» y que al decir de sus habitantes tiene puesto el despertador para levantarse a exprimir mejor éste y otros yacimientos de riqueza. El millón de visitantes del Museo Jurásico de Asturias, encaramado desde hace seis años en la rasa de San Telmo, entre Colunga y Lastres, informa sobre la vitalidad y vigencia del símbolo; los «destellos de apatía» que algún vecino percibe en la capital del concejo atemperan el optimismo. A este lado del Sueve, a mitad de camino entre la sierra y el mar, se invoca la potencialidad del sector «cultural-turístico» como faro de un futuro que tiene asegurada la campaña de publicidad desde el jurásico, pero que también está obligado a sortear alguna barrera «estructural». Y al bajar a la calle, al pasear Colunga entre bares, hoteles y sidrerías agrupadas de dos en dos y una oferta comercial básica con «un poco de todo», hay quien echa en falta infraestructuras mejor preparadas, más iniciativa empresarial singular y establecimientos más capaces: algún hotel donde pueda pasar la noche una excursión completa, un restaurante «para dar de comer a más de cincuenta personas»...

Colunga tiene tirón y en la pasada Semana Santa, según el Alcalde, Rogelio Pando, el «mejor resultado turístico del oriente», pero también, todavía, recorrido para pedirse un esfuerzo adicional. Tal vez no haya perdido su fama bien ganada de lugar «de estancia cómoda y agradable donde el visitante se encuentra a gusto», interviene José Antonio Fidalgo, cronista oficial del concejo. Pero a él y al secretario de la Asociación Colunguesa de Turismo, José Luis Cueli, también les parece que la localidad está en disposición de explotar más el poder desestacionalizador del museo más visitado de Asturias y de diversificar actividad para retener aquí a esa población que ha decaído levemente en el resumen de lo que va de siglo. Subió con timidez en 2007 y 2008, sí, pero ha vuelto a caer en 2009. En los aproximadamente 1.100 habitantes de hoy, más o menos un centenar por debajo de los del año 2000, pesa ese descenso casi tanto como el magnetismo y la proximidad de Villaviciosa, con sus 6.000 que son mil más que hace una década y que le ponen a Colunga la competencia fuerte demasiado cerca. En el retrato apresurado de Fidalgo, desde que está cerca de casi todo la villa «ha mejorado mucho en cuestión de urbanismo y servicios», pero el sector industrial se acerca «prácticamente a cero», la mayor empresa es el ayuntamiento y la sidra y las conservas han dejado la pequeña manufactura agroalimentaria colunguesa olvidada en algún rincón del pasado.

En el bar La Esquina, en este ángulo que forman la avenida de Asturias con la de la Playa, frente a la iglesia de San Cristóbal y la Plaza de España, la sobremesa de una tarde perezosa de mayo no deja mesa libre para el mus, el tute o la brisca. Es cualquier jueves y por eso los comerciantes casi acaban de levantar el mercado semanal del entorno de la plaza de abastos. La bullanga se ha trasladado de la feria al bar para definir la vitalidad de esta población que vende y se divierte a la manera que impone esta estructura demográfica muy determinada por la situación. «Somos mayores». La mejora de las comunicaciones hacen que sea tan fácil llegar como marcharse. Y la proximidad de grandes centros urbanos y comerciales ha decidido que igual aquí que en prácticamente toda la Asturias periférica se coticen bien las estrategias útiles para contener cierta huida de la población joven. «Vivimos», sigue Fidalgo, «del sector servicios, básicamente centrado en el turismo» y en un comercio de subsistencia en el que «tienes un poco de todo y al final prácticamente de nada», afirma Adolfo Iglesias, vicepresidente de la obviamente muy pujante asociación de mayores de Colunga. Vuelve al argumento la ubicación y lo cerca que está todo gracias a la Autovía del Cantábrico y lo complicado que a veces resulta mantener un negocio, afirma Cueli, en un lugar «con una población fija pequeña y decreciente» a 18 kilómetros por autopista de otra grande y ascendente. Por no hablar de lo que ha cambiado todo en Colunga, ya sin locales de ocio juvenil en «uno de los primeros sitios donde hubo salas de fiestas para la juventud», retrocede Fidalgo hasta los años treinta del siglo pasado, a los bailes en el «Pabellón Biskra», junto a la playa de La Griega. Ahora la clientela es diferente, Luisa Fernández preside una asociación cultural y deportiva -«La huella»- con una media de edad que calcula en 55 años y «la única gacetilla» que informa de las cosas de la villa la edita, cómo no, la asociación de jubilados, destaca Fidalgo. Y en el grupo folclórico Xagardúa son treinta, «hubo épocas de cincuenta» y últimamente se atisba un vacío, un salto «de los doce años a los dieciocho», apunta Andrea Vega.

El doble juego de las comunicaciones tendrá alguna culpa si se escuchan las quejas y las esperanzas rotas de algún hostelero colungués. «Me decían», recuerda José Luis Cueli, «que cuando las carreteras eran malas el paso por Colunga era obligatorio y la gente paraba aquí. Ahora solamente se detiene el que viene expresamente y ya no es como antes, ya no tiene por qué entrar el que va de viaje». Será que desde que resulta tan fácil llegar también cuesta más quedarse, aunque el secretario de la patronal turística y hostelera, empresario de turismo rural, se utiliza a sí mismo para poner el ejemplo contrario. Nacido en Colunga, se fue a Oviedo y a Gijón y ha vuelto a casa, porque ya «puedo vivir aquí teniendo los mismos servicios que en Gijón» y además, algunos días, tardar menos en llegar hasta allí desde Colunga que en atravesar la ciudad de un extremo a otro.

A la pregunta de por qué no cunde su ejemplo responde algún vecino echando en falta alguna actividad que mueva la villa al margen del comercio y la hostelería y el turismo y es José Antonio Fidalgo quien se protege contra «un problema estructural, no coyuntural. Necesitamos olvidar el pasado y buscar un futuro rentable fijando unas estructuras que den potencialidad económica a la población». El turismo ligado a la cultura, sí, pero también una industria agroalimentaria que siga las huellas muy fértiles de Villaviciosa en este terreno. Andrea Vega, colunguesa y componente del grupo de baile Xagardúa, se acuerda de que «la manzana de Colunga es, según dicen, la mejor de la zona, y no es normal que haya un solo lagar». Ni que tampoco hayan prendido, le ataja José Antonio Fidalgo, las posibilidades de la «industria conservera, tanto pesquera como hortofrutícola», en un concejo que antes de los años cincuenta llegó a ver funcionar «más de veinte industrias de este tipo» y que sigue teniendo «un buen terreno de labrantío», asegura.

La sidra El Hórreo y otras industrias olvidadas

Mirando a los lados, bares y restaurantes y sidrerías y hoteles. Suelo industrial no. Se echa en falta, concede el Alcalde, por lo menos hasta que el ayuntamiento desarrolle su proyecto de polígono de 70.000 metros cuadrados para que deje de haber «más parcelas en Caravia que en Colunga», lamenta José Luis Cueli. Pero la peor escasez, dicen aquí, tal vez sea la de «mentalidad y tradición empresarial» de explotación manufacturera vinculada al sector agrícola. No hay, o más bien se ha ido, porque sí hubo. La fábrica de sidra-champán El Hórreo -«no tiene rival, probarla para convencerse», presumía la publicidad en 1907- «es incluso dos años anterior a la de El Gaitero», informa Fidalgo, y sólo hay que poner en paralelo lo que el tiempo ha hecho con ambas: El Gaitero es referencia mundial en sidras espumosas y El Hórreo, un recuerdo perdido en el tiempo.

La fábrica perdida de sidra es únicamente un ejemplo de lo que cuesta encontrar alternativas para completar la apuesta fundamental a la que el Alcalde juega esencialmente el porvenir de la capital de su concejo: «El sector servicios, el comercio y el turismo, la hostelería y la restauración..» Porque cada vez más, asegura Rogelio Pando, en Colunga «ya se nota el turismo de invierno, el que huye de la masificación del verano y viene del Sueve y de los bosques y las sendas y los acantilados, que están preciosos en cualquier época del año. Cualquier día se ve gente en la playa de La Griega». Y yendo o viniendo del MUJA, sí, la cabeza tractora de la reciente orientación todavía incipiente de Colunga hacia el turismo cultural. Tiene el único problema de su concepción como «museo-isla», ni en Colunga ni en Lastres: «Sus resultados de visitas son muy buenos, pero se puede ir al museo sin parar aquí», objeta Cueli. Para aprovecharlo mejor, la propuesta es adaptar la estructura de la oferta turística a las características de la nueva demanda y alguna promoción que vincule el conjunto museístico a la oferta de hospedaje, formada por siete hoteles que denotan «cierto defecto de plazas» en verano. Eso y la responsabilización de un sector de la hostelería que en su inmensa mayoría, concede el secretario de la patronal turística, tiene «establecimientos más que decentes» y una parte formada «por gente que ha llegado a este negocio por herencia o tradición familiar».

Al fin y al cabo, tal vez la respuesta vuelva a estar en el jurásico, quizá convenga regresar para encontrar la certeza de que el desafío esencial es el que no fueron capaces de afrontar los dinosaurios, la adaptación al medio.