La frontera más misteriosa es la que separa lo vivo de lo inerte. ¿Tiene vida la Bolsa de Comercio? Acucia la sospecha de que todo lo que proviene del hombre tiene vida, y la Bolsa, a fin de cuentas, es un producto humano. ¿Sublimación o excremento? Ésa ya es cuestión moral. La Bolsa respira, se mueve, depreda, ingiere, deglute, forma un bolo, excreta. La respiración de la Bolsa es ahora agitada, sincopada incluso, refleja las arritmias del corazón global, al borde del infarto. Un ser gigantesco, extracorpóreo, cuyos latidos se meten en los cuerpos, tengan o no cartera de valores, los mueve y convulsiona, a veces los deja en la cuneta, los liquida. Aunque uno diga «a mí me da igual la Bolsa», un buen (mal) día te echa al paro, o te agujerea el plan de pensiones. Un pequeño y caprichoso dios, del que habría que deshacerse, pero se ha hecho ya demasiado poderoso. Fingirse ateo no sirve.