Cuando vivía Franco, los de mi tiempo del lado zurdo teníamos todos una lámina del «Guernica» colgada en la pared. Era a la vez icono, seña de identidad y precinto de garantía. Quizás en el subconsciente funcionara también como un escapulario, una barrera frente al mal. Los «Guernica» han ido desapareciendo de las casas, vencidos por la mugre, despistados en alguna mudanza, o, simplemente, descolgados con alevosía. Por eso ha sido un golpe traicionero, directo a la conciencia, ver a un funcionario que ayudaba a Garzón en su desahucio de la Audiencia Nacional con un «Guernica» bajo el brazo. Garzón no es de aquel tiempo, sino un ejemplar puro de los hermanos más pequeños, los que veían salir al mayor a la manifa casi desde el corralito. Llamo a estos «los que llegaron tarde a la transición», gentes que han querido sumarse a ella tardíamente, rematando el trabajo que había quedado a medias.