La hermosa y antigua villa pesquera de Lastres es paisaje de referencia en la recia costa cantábrica. Su imagen va unida a la de nuestro mar del Norte. Cada mar necesita sus ciudades. Como sujeto geográfico, el mar es medio líquido y ciudad-puerto que lo humaniza. Lastres y el Cantábrico van así de la mano, y su paisaje, casi olvidado para los asturianos, cobra toda su fuerza cuando lo vemos enmarcado en las pantallas del cine o de la televisión y se descubre ante ojos extraños con toda su belleza.

La geografía determina. Importa. Explica. Aunque Gea es una, el hombre puso nombre a sus mares y tierras porque en cada lugar las cosas son un poco distintas. Lo suficiente como para que se diferencien entre sí. Aunque su océano es atlántico «mar de homens», esta mar es cantábrica, «dos homens de ferro». Con ello, el dicho portugués está graduando el esfuerzo de navegarlas, desde un básico mediterráneo, «um mar de freiras». Hoy no resulta correcto el aforismo, por inapropiado y simplista, pero tras sus insuficiencias esconde el aviso de la dureza de este mar pequeño y esquinado, atemperado por la corriente cálida del Golfo, de ola corta y descontrolada que más que mover bate, abierto a las coladas del Norte y a las suradas, que cuando se enlazan estallan en pavorosas galernas, favorecidas por la proximidad al mar de la desnivelada montaña. Que en Lastres casi alcanza el mar, del que sólo la separa una rasa cuarcítica, dura y plana, que deja una costa llana y acantilada, opuesta frontalmente al mar y donde los abrigos son mínimos, puesto que mar y tierra aquí no se abrazan, sino que se enfrentan.

Y en medio de tan brutal choque el hombre salió a pescar, a ganarse el sustento de su familia en un medio que muy a menudo y de manera imprevista se presentaba de manera hostil. Aunque siempre rico. Especialmente en la mar de Lastres, la villa marinera desde la que se coloniza, se humaniza, su pedazo de rico mar Cantábrico. Y es rico también por la geografía. Apenas una estrecha plataforma continental conduce, mediante un enorme cañón labrado en el cantil, a las profundidades de la llanura abisal, donde de nuevo, y a unas 35 millas de Lastres, se levanta, desde los 5.000 metros de profundidad hasta los 450, una meseta o banco al que los pescadores de Lastres llamaron Cachucho por la abundancia de la palometa roja. Esta inverosímil topografía, además de dar uno de los mayores desniveles de la Tierra, pues la diferencia de cotas entre tierra y mar en apenas unas docenas de kilómetros supera los 7.000 metros, también da una gran riqueza biológica, proporcionada por las corrientes de talud, que se mueven paralelas a la costa a distintas profundidades, y con procesos de transporte vertical que aportan nutrientes de las aguas abisales a las iluminadas, y al revés. Así que eso explica la abundancia de merluzas, besugos, sardinas, palometas, pixines, gallos, cabras y cabrachos a cuya explotación sostenible se dedicaron en los caladeros del Cantu, Resueste, La Felguera, La Estrella y El Cudiello, los que desde una minúscula ensenada, al socaire de las puntas Misiera y Penote, y abiertos a una amplia bahía que engolfa las aguas, edificaron Lastres. No lo hicieron en la playa de La Griega donde desemboca el río Libardón, sino que se acurrucaron, sotaventeados, entre las puntas, aunque tuvieran que colgar del cantil las casas. Lo importante eran las lanchas. Y así nació Lastres, en una ensenada y asomada al balcón de la rasa.

Como parte del concejo de Colunga, forma, junto a la capital, una doble cabecera de funciones urbanas y actividades turísticas, deportivas, de ocio y terciarias, ya más sobresalientes que las pesqueras. Lastres combina la actividad pesquera tradicional con un turismo en crecimiento, muy estacional, muy de paso, con esa prisa por ver que impide fijarse en lo esencial. Pero la mezcla está tardando en fraguar y el resultado es una demografía declinante, envejecida, apoyada en pocos nacimientos, algo de inmigración, el empleo temporal y, en definitiva, una base económica y demográfica limitada que ha hecho que la villa baje de los mil residentes en el nuevo siglo. No se trata de una villa individualista, aislada, sino de una población con personalidad marcada que busca el complemento a su fuerte carácter matrimoniando con la apacible Colunga, en un concejo que no ha sabido aún salir del declive y el dejarse ir.

La apertura de la autovía ha relegado a la retorcida pero hermosa carretera nacional a vía local, de paisaje, capaz para nuevos usos más tranquilos. La autovía acerca Lastres al centro de Asturias, al mundo urbano, y abre nuevas oportunidades relacionadas con el rico patrimonio edificado y paisajístico de la villa, los nuevos reclamos turísticos, la atracción residencial y las nuevas actividades que se desenclavan de un lugar concreto de trabajo. Lastres, en sus calles pindias, reúne atractivos suficientes para atraer un turismo más diverso en intereses, perspectivas e inquietudes que el de «fisgoneo», playa y veraneo.

No ha crecido jugando una función de villa en su concejo o en el entramado territorial asturiano. Su pujanza tradicional en la primera mitad del siglo XX está estrechamente unida a su puerto y a las actividades pesqueras y comerciales que tenían su base en él. Puerto que alcanzó cierta pujanza y se erigió en uno de los principales de Asturias en la coyuntura favorable del auge de la industria conservera. Pero en el modelo industrial tradicional, el de la concentración de actividades en el centro de Asturias, la especialización pesquera no fue una buena apuesta y fue sumiendo a la villa en una creciente melancolía, favorecida por las horribles comunicaciones y la emigración en busca de nuevos horizontes urbanos.

Desde 1960 la villa entra en un declinar del que se resiente todavía hoy, dejando la preeminencia y cierta capacidad de crecimiento a la capital concejil. El descenso de la actividad pesquera, en una población que aún dependía en servicios y comercio de Colunga, explica el declive demográfico y su función, cada vez más acusada de complemento de la cabecera municipal. Lastres pierde peso demográfico al no encontrar alternativas suficientemente sólidas a la pesca y no escapa a la mengua de población que afecta al concejo y que, en este caso, se remonta ya al primer tercio del siglo XX. Esta tendencia encaja mal con la localización costera del concejo, los recursos existentes, la accesibilidad mejorada, la existencia de dos villas próximas de entidad y una tradición turística de décadas, la creación de nueva oferta hotelera de calidad y, en general, con las expectativas que se atribuyen a un territorio como el que nos ocupa.

La actividad turística no ha supuesto, hasta el momento, un pilar suficientemente fuerte para variar las tendencias demográficas y de empleo, aunque parece previsible que la situación cambiará en los próximos años. Se trata de una villa de alcance municipal que, por su carácter de complemento de Colunga, su relativamente importante peso demográfico en el concejo y su potencial de futuro, debe ser tenida más en cuenta en las políticas territoriales. La ordenación del territorio cobra aquí singular importancia para dotar al casco histórico de áreas de crecimiento en el nuevo sistema económico. La disponibilidad de suelo de uso residencial en la rasa hace posible planificar un crecimiento complementario, de calidad e integrado en el original paisaje urbano llastrín. La rasa de Luces plantea además posibilidades de habilitar suelo empresarial equipado para actividades logísticas, agroalimentarias y para equipamientos y dotaciones. La existencia de establecimientos que son referencia de calidad en el sector hostelero y turístico es otro apoyo aprovechable. La opción de desarrollar las actividades deportivas en el puerto es otra vía de futuro para impulsar en los próximos años. En cualquier caso, Lastres fue un gran puerto de la liga cantábrica que comerciaba con lejanas ciudades. A lo largo de su dilatada vida marina atravesó períodos de mayor o menor dinamismo, pero nunca perdió su bien ganada conciencia marina, con ella sabrá gobernarse en el mar del futuro.