Una monja de Colunga va camino de los altares. El proceso de canonización se abrió en la iglesia de Santiago de Granada el 27 de enero de 2008 y, al cabo de cinco meses, concretamente el 27 de junio de 2008, la hermana Carmen María Palop viajaba a Roma para entregar en el Vaticano dos cajas con la documentación recogida sobre la hermana Stella Iglesias Hidalgo que, devotísima de la Virgen desde su niñez, vivió su vida ayudando siempre a los demás y, muy especialmente, a las chicas del servicio doméstico.

Sé de la existencia de esta singular mujer por Isolina Cueli.

Hablando de mi pueblo, Carrandi, Isolina me contó que, hace algún tiempo, había estado en un lugar del monte (el Sueve), buscando a los parientes de una monja a la que mucha gente invoca ya más como santa que como sierva de Dios.

Me quedé intrigadísimo:

«¿Que van a canonizar a una monja de mi pueblo y yo ni me he enterado?».

Le dije: «Si me hablaras de un cura, del padre Oblado Ramonín Pardo...»

La propia Isolina Cueli me pasó a los pocos días la columna que ella publicó sobre la familia de Stella y vi que el lugar donde vino al mundo está muy pegado a Carrandi, pero no es de Carrandi sino de La Riera.

De todos modos, aunque nada sabía de ella, me caía tan cerca que me dispuse a buscar datos biográficos de la monja para averiguar posteriormente en qué trámites se encuentra el expediente eclesiástico que primero la proclame beata y más tarde santa.

Ante todo, Stella es el nombre adoptado al ingresar en la Congregación de Religiosas de María Inmaculada en Oviedo (antes se les decía «Las Domésticas» o «Las del Servicio Doméstico»).

Su nombre, en el Registro, es el de María Aurelia Iglesias Hidalgo, nacida en Barradiello, de La Riera, Colunga, el 12 de abril de 1899, y bautizada al día siguiente en la parroquia de Santa María de Bierces por el cura Ángel Lara Rodríguez y con Manuel Alonso y María Dolores Corripio de padrinos.

Su padre, Nicolás Iglesias, era natural de Oviedo, del año 1864. Se sabe poco de él porque, recién nacido, fue confiado al hospicio por el procedimiento del «torno» (depositabas al bebé, girabas el torno y una monja lo recogía en el interior). Siempre he oído contar que a los niños que se dejaban sin apellidos, el hospicio les imponía el de Iglesias. En el caso de Nicolás, encaja esta teoría. (Curiosamente, el edificio de aquel Hospicio Provincial con torno abierto hasta los años sesenta fue restaurado y se ha convertido en el actual hotel Reconquista, que año tras año alberga a los galardonados con los premios «Príncipe de Asturias»).

¿Cómo llegó Nicolás a Colunga? Se ignora. Lo que sí consta es que, con 25 años, el 2 de octubre de 1889 contrajo matrimonio en La Riera con Genara Hidalgo Valle, que era un año más joven.

Ella, natural de La Riera, había nacido el 1 de noviembre de 1865.

Aunque el hombre moriría muy joven, con sólo 43 años, a causa de un enfermedad del pulmón, Nicolás Iglesias dejó a su mujer viuda... ¡con doce hijos! La típica familia numerosa de los pueblos en que los chicos mayores cuidan de los pequeños.

María Aurelia, ya de monja, recordaba haber cuidado de su hermano Vicente «que era muy pequeñito» y al que, naturalmente, llevaba a las tierras de cultivo y, a veces, hasta subían al monte. Y bajaban solos, claro es.

Ella era la sexta de los doce hermanos. En cuanto pudieron, los mayores buscaron fortuna en tierras de América. Unos tras otros emigraron a Buenos Aires, Carmen, Germán, Severino, Argimiro, Vicente, Rosario y Servanda.

Quien se quedó para siempre en casa, pegada a su madre, fue otra que era sordomuda y a la que, con el mayor cariño, llamaban «La Tata».

En cuanto pudo, María Aurelia también buscó trabajo fuera de Barradiello. Se fue a Oviedo para servir -de niñera- a otra familia también numerosa.

En un momento crucial de su vida, María Aurelia se encontró con que un hombre, su novio, le proponía casarse mientras que sus hermanos de Buenos Aires la reclamaban, enviándole incluso dinero para el viaje.

La madre, Genara, teme que se vaya, teme «perder a otra hija más» y prefiere que se case y se quede en Asturias. Es su hermano Servando el que le transmite el deseo de la madre y el que, sobre la marcha, la impulsa a decidir.

La respuesta de María Aurelia sorprendería a toda la familia: «Dile a madre que ni me caso ni me embarco, que me voy de religiosa... Que lo que quiero es profesar de monja en la Congregación de María Inmaculada», una orden fundada en 1876 por Vicenta María López y Vicuña (Cascante/Navarra, 1847; Madrid, 1896), canonizada por Pablo VI el 25 de mayo de 1975. ¿Objetivo? Aparte la devoción a la Virgen María (que María Aurelia había heredado de su piadosa madre en La Riera), prestaban acogida a las chicas de los pueblos que acudían a las ciudades para trabajar de sirvientes o de niñeras. El ideal de las monjas era... «que las chicas vivan bien y que no caigan en la mala vida».

A Genara Hidalgo, anclada en La Riera, le gustó la idea de una hija monja.

El que lo encajó fatal fue el novio plantado. De rabia, hasta amenazó con ir a Oviedo y «quemar el convento» de su novia María Aurelia.

Con un ajuar mínimo que le regaló una vecina de La Riera, Quintina de la Isla, la colegiala María Aurelia Iglesias Hidalgo ingresó en la Congregación en la Casa de Oviedo (calle San Vicente, 2) el 19 de marzo de 1924, festividad de San José. Tomó la toquilla en una misa cantada, celebrada a las seis y media de la mañana, en la que pronunció una plática el jesuita Padre L. de Santa Ana. Con el nombre de Stella (en memoria de una hermana de Quintina), la chica de Barradiello se comprometía a ser «testigo de bondad y de amor para las jóvenes más necesitadas». El 10 de octubre de ese año hizo los votos.

En 1926, para el noviciado, la enviaron a Madrid, no sé si a la Casa Madre en la calle Fuencarral, 97. El 14 de junio de 1927 fue destinada Córdoba, en donde haría los votos perpetuos el 10 de octubre.

El 4 de junio de 1935 fue destinada a la casa de Granada. El 4 de agosto de 1950 pasó a Almería, de donde retornaría el 12 de agosto de 1953 para quedarse en Granada hasta su muerte el 24 de noviembre de 1982... a los 83 años y ¡58 de vida religiosa!

Cuentan que la hermana Stella jamás perdió la sonrisa. Uno de sus lemas: «Dios me dará fuerzas para aguantar lo que Él quiera, cuando quiera y hasta que Él lo quiera...»

Era tan querida la hermana Stella en Granada que, tras su muerte, quienes la habían tratado la invocaban en busca de gracias, favores y ayudas. Precisamente esta «devoción popular» fue la que movió a la Congregación de Religiosas de María Inmaculada a pedir a la madre general que se promoviera el proceso de canonización de la hermana Stella Iglesias Hidalgo.

Y así se hizo. El 27 de enero de 2008, bajo la presidencia del arzobispo de Granada Javier Martínez, se abría la causa en acto eclesial celebrado en la iglesia de Santiago en el que intervino también la hermana María Dolores Sueiras.

Nadie lo duda: la vida de Stella fue «un signo, un faro de luz y esperanza».

Ciertamente, no sufrió un martirio cruento, pero fue «una mártir de la vida diaria».

El proceso diocesano de canonización de Stella Iglesias Hidalgo se llevó a cabo en pocos meses. El 27 de junio de 2008 fue clausurado por el mismo arzobispo, el sacerdote delegado para la causa fray Javier Carnerero Peñalver, el promotor de justicia Carlos del Río, la madre general de la Congregación, María Dolores Sueiras, y la notaria Rocío González. Se firmaron las actas y se sellaron tres cajas de documentación. Una se ha quedado en el archivo diocesano. Y las otras dos fueron llevadas al Vaticano para su estudio en la Congregación para las Causas de los Santos, actualmente a cargo del cardenal José Saraiva Martins, claretiano nacido en Gagos de Jarmelo (Portugal) en 1932.

Dicen que Stella Iglesias Hidalgo era una mujer frágil, de baja estatura física, algo cheposita, pero nada fea. Eso sí, con un corazón inmenso y con una fortaleza asombrosa en el cumplimiento de su tarea: la práctica de la «caridad silenciosa».

Tanto de joven como en su madurez y en su vejez, la hermana Stella vivió siempre presta a servir a los demás. Era toda caridad y derrochaba amor con cuantos la trataban, muy especialmente con las jóvenes que dejaban sus familias en busca de trabajo.