Al parecer, en la verja del Pont des Arts, de París, hay tantos candados de enamorados que los enganchan y tiran la llave al río que el Ayuntamiento quiere retirarlos. ¿Asumirá la responsabilidad de que al cortarlos se vayan al traste las parejas que los habían cerrado? Como en broma (nunca lo es), hacemos una vida extracorpórea en las cosas, las colonizamos con símbolos, rastros, señas, confiando más en su durabilidad que en la nuestra. «Todo placer pide eternidad», sentenció el filósofo del mostacho. ¡Qué bella historia la de la pareja que, al romper años después, vuelve para liberar junta el candado, con una llave falsa (o un cerrajero, incluso), y luego lo echa al Sena! Pero el libreto del amor no es así, pide plasmar la voluntad de eternidad que brota de un instante, y luego se desentiende de la cosa, que puede seguir ahí, en su eternidad, mientras los eternos gozan ya de otra.