En esto de las autovías uno también puede encontrarse con la irresoluble pregunta de ¿qué fue antes: el huevo o la gallina? ¿A quién hay que apuntarle el tanto de cada kilómetro? ¿A quien lo licita? ¿Al ministro que lo adjudica? ¿Al que lo inaugura? Sólo lo sabe Fernando Lastra, portavoz del PSOE en la Junta, que ayer en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA sentenciaba sin empacho alguno dónde estaba la verdad viaria: todo se lo debemos a Josep Borrell. Cualquier tramo completo, subtramo, curva, ramal, ronda, arcén o alcantarilla que se inaugure en España de aquí a la eternidad ha de apuntarse en el haber de aquel ministro superlisto de carreteras que se salió de la vía cuando intentó liderar el PSOE. Todo es obra de Borrell, que lo dejó todo programado y planificado (atado y bien atado) en 1996. Ahí está la semillita, el «big-bang» de las carreteras españolas. Pero lo que no estaba en el deseo del Ministro era la autovía del Occidente, pues el día en que inauguró la ronda de Oviedo le llevaron después en helicóptero a ver la carretera de las mil curvas de Luarca y desde el aire, como sólo los dioses observan a los hombres, preguntó a sus compañeros de aeronave si realmente tenían la intención de construir una autovía por allí. «¡Pero si por aquí no pasa nadie!», comentó con aquella doble altura de miras que le daba ir en helicóptero y ser el demiurgo del asfalto español. Luego aquella carretera se mejoró mucho, pero no se desdobló hasta que, al fin, comenzaron las obras de la autovía por el Occidente, hoy en coma. Una autovía que, a juzgar por lo escuchado en aquel vuelo, no entraba en el plan del Creador. Pero, entonces, ¿a quién apuntarle el tanto? Lastra dirá.