La vida de tan ilustre oftalmólogo se ha extinguido después de más de un siglo de contribución decisiva a la modernización de la ciencia oftalmológica, y su nombre permanecerá vinculado al Instituto Oftalmológico Fernández-Vega, a cuyo frente impulsó sin descanso la investigación científica y el buen sentido de la docencia. Se va un completo renovador cuyo prestigio profesional y categoría humana han sido reconocidos internacionalmente. Cuando las personas son sobresalientes, despiertan en los que las rodean distintos sentimientos, y yo he tenido la suerte de conocerlo de un modo entrañable, como médico y amigo. Y me pregunto: ¿por qué se tienen que morir las personas que queremos? Después de una vida tan intensa en lo personal, y tan fértil en lo profesional, el asombro que provoca la muerte queda aliviado por la seguridad de que el finado seguirá vivo a través de su ejemplo y de su obra. Fue toda una vida dedicada a la ciencia, y es un auténtico referente del siglo para las generaciones que le siguen, su hijo, mi querido y admirado catedrático Luis, sus sobrinos, hijos e hijas de su hermano Álvaro, y toda la familia que está contribuyendo al prestigio del Instituto.

La medicina está, pues, de luto. Para nuestro llorado Luis la ciencia fue, sobre todo, una actividad creativa. Ha vivido por y para el desarrollo de la investigación y el tratamiento de sus enfermos. Siempre la comunidad científica española e internacional contó con su apoyo. Ha sido consejo y guía para muchos grupos de especialistas. Persona de una profunda humanidad y gran sencillez, su nombre ha de inscribirse en la medicina con letras de oro.