-Luis no se jubilará nunca -afirmó su esposa, María Teresa Sanz.

-Me considero en la luna de miel del amor a la profesión -aclaró el aludido.

El fugaz diálogo de sobremesa se desarrolló el 24 de noviembre de 1997 en la sede de LA NUEVA ESPAÑA. Luis Fernández-Vega Diego acababa de recibir los atributos que le acreditaban como «Asturiano del mes» de octubre de 1997, con motivo de la inauguración, presidida por el Príncipe de Asturias, del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega en la falda del Naranco.

No mentía el oftalmólogo desaparecido ayer mismo. Por entonces, tenía 74 años y aún amaba la oftalmología. Años más tarde, rebasados los ochenta, continuaba atendiendo a sus pacientes. De algún modo, Luis Fernández-Vega llevaba la oftalmología impresa en los genes. De hecho, formaba parte de la tercera generación de una estirpe de especialistas que inició su andadura a finales del siglo XIX.

Nieto de Adolfo Fernández-Vega e hijo de Luis Fernández-Vega Valvidares, el ahora fallecido nació en Oviedo en 1923. Tuvo dos hermanos: Álvaro, también oftalmólogo y miembro de la saga, y Manuel, también médico pero en el campo de la otorrinolaringología.

Finalizada la carrera de Medicina en Madrid, Luis Fernández-Vega Diego se formó con los doctores Carreras, Bartolozzi y Leoz, y posteriormente con Díaz Caneja en el Hospital Marqués de Valdecilla de Santander. Transcurrió un período breve trabajando al lado de su padre en la consulta de Oviedo, y más tarde se trasladó a Londres para continuar su formación en el Moorfield Eye Hospital.

En 1951 se casó con María Teresa Sanz (y su hermano Álvaro con una hermana de Teresa). María Teresa y Luis tuvieron dos hijos: Luis -también oftalmólogo, catedrático, jefe de servicio en el Hospital Central de Asturias y director médico del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega- y Maite.

A continuación, Luis Fernández-Vega Diego se desplazó a Nueva York para completar su instrucción con el doctor Ramón Castroviejo, quien le propuso afincarse en Estados Unidos como colaborador suyo y a quien siempre consideró su gran maestro. «En la formación oftalmológica, quirúrgicamente hablando, Castroviejo fue como "mi segundo padre". Nos unió una amistad íntima oftalmológica y humana, desde la década de los 50 hasta su fallecimiento», escribió años más tarde.

«Castroviejo me propuso que me quedara allí con él, pero yo ya tenía la idea de volver para trabajar con mi padre», relataba a este periódico también en 1997, con ocasión de su nombramiento como hijo predilecto de Oviedo. También rechazó una oferta para trabajar en Perú.

Luis Fernández-Vega Diego amaba Oviedo como amaba la oftalmología. «Aquí nací, crecí y viví siempre. Nunca se me pasó por la cabeza marcharme», proclamaba. Hacía gala de ovetensismo siempre que se le presentaba la oportunidad. «Soy una persona polarizada hacia Oviedo. Estoy muy enganchado, como ahora dicen los jóvenes, a una ciudad que, como la Virgen de Covadonga, ye pequeñina y galana».

Establecido profesionalmente en Asturias, no perdió el contacto con los doctores Castroviejo y Byron Smith, quienes durante tres décadas visitaron la Clínica Fernández-Vega al menos dos veces al año. Tampoco se desvinculó de Estados Unidos, adonde solía desplazarse al menos una vez al año. Creó la Asociación de Becarios del doctor Castroviejo y, en 1965, prestó su colaboración en la creación en Madrid del actual Instituto Oftalmológico Dr. Castroviejo, un proyecto que le sirvió de inspiración para el que 22 años abanderó en la capital del Principado.

La personalidad de Luis Fernández-Vega Diego es poliédrica e incluye una faceta política. Con la llegada de la democracia, formó parte del núcleo impulsor de Alianza Popular. Grande fue durante muchos años su amistad con Manuel Fraga. Sin embargo, su trayectoria no es encasillable en unas siglas políticas. Los Fernández-Vega han sabido llevarse bien con la derecha y con la izquierda, y en ello influyó el ahora desaparecido, quien portaba como estandarte la idea de que «si hay honradez, yo desvinculo lo político».

La caza fue otra de sus aficiones. La practicó con asiduidad, también en el sur de África. De sus últimas incursiones en el continente negro comentaba que «en todos los safaris que hago me dedico, con la disculpa de la caza, a disfrutar de la naturaleza africana, que es lo que a mí me priva». Los problemas respiratorios -padecía una EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica)- le impidieron en ocasiones cazar, y entonces se refugiaba en el «blind» (una construcción cerrada hecha a base de troncos y ramas) y ponía por escrito recuerdos y reflexiones. En el Instituto Oftalmológico quiso disponer de la torre de vigía que se levanta al lado de los recintos propiamente sanitarios.

Luis Fernández-Vega Diego recibió diversas distinciones a lo largo de su vida, entre ellas la Medalla de Oro al Trabajo, la Medalla de Oro de Oviedo y la Gran Cruz Ecclesiae, que le concedió el Papa Benedicto XVI, además de la Medalla de Oro de la Asociación Española de Amigos de la Infancia (AMADE), la primera Medalla de Plata del Dr. Castroviejo, la Medalla de Asturias en su categoría de Plata y Cruz de Plata de la Orden del Mérito del Cuerpo de la Guardia Civil.

Su compromiso social quedó plasmado en la presidencia de Unicef en Asturias. Y procuró impregnar su labor oftalmológica -y la de todos sus colaboradores- de una actitud humanista que sintetizó en el acrónimo CICACOA: CIencia, CAriño, COmprensión y Ánimo. Hombre creyente, tras la mesa del despacho de su consulta tenía una inscripción que tomó prestada del maestro Castroviejo: «Pido a Dios la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar... el coraje para cambiar las que pueda... y la sabiduría para discernir ambas situaciones».

También en el ámbito de los acrónimos, Fernández-Vega transformó los de la enfermedad que le aquejaba, la EPOC, en la expresión Elección Personal de Objetivos Claros. Y dejó escritos que tres eran los que presidían su actividad cotidiana: su familia, su consulta y Ceceda. En la finca familia de su amada Ceceda, su refugio particular era un tonel en el que grabó otra inscripción: «La juventud no es una época de la vida. Es un estado de la mente». Quiso ser joven, quiso ser oftalmólogo, y sólo la muerte ha logrado jubilarlo de sus grandes pasiones.