Oviedo, Eduardo GARCÍA

Cuando el 23 de octubre de 1997 el Príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, inauguró la primera fase del Instituto Oftalmológico Fernández-Vega, a don Luis -ya con 74 años- se le vino toda una vida a la memoria: el período de la Guerra Civil en la casa familiar de Ceceda, sus juegos infantiles en el Campo San Francisco de Oviedo, el Colegio Covadonga donde aprendió las primeras letras, y más tarde el Instituto Alfonso II y el Colegio Hispania; el quirófano improvisado de su padre en la pensión Etelvina, en la ovetense calle Pelayo... y la de la calle Cedaceros, en Madrid, cuando fue a estudiar Medicina; sus estancias profesionales en Londres y Nueva York, y su noviazgo con la mujer de su vida, María Teresa Sanz, que siempre ironizó con el hecho de que la oftalmología se había convertido pronto en su gran «rival» en el corazón de su marido...

La década de los cincuenta coincide con su empadronamiento, aún no definitivo en Oviedo, primero en la consulta de su padre, en la calle Santa Cruz, y enseguida en la suya propia, en la misma calle. Un año trabajando en Nueva York con el doctor Castroviejo le da alas para regresar con nuevas ideas, con iniciativas quirúrgicas novedosas y, en cierto modo, con un nuevo concepto de lo que era -y sobre todo, lo que iba a ser- la moderna oftalmología.

El resto es historia más conocida, incluido su paso por la política, en plena época de la transición, quizás influido más por lealtades personales que por ambiciones de poder. El prestigio profesional de Luis Fernández-Vega Diego pronto superó el Pajares -y hasta los Pirineos- hasta convertirse en un oftalmólogo nacional; no sólo eso, también en una imagen de marca. En esa etiqueta de Oviedo como una de las capitales de lo que se ha dado en llamar turismo sanitario tuvo mucho que ver este hombre de sonrisa eterna que cultivó las relaciones públicas con tanto afán y fortuna como lo hizo con su profesión médica.

Pero la sonrisa abierta no era causa de nada, sino efecto de todo. «La juventud no es una época de la vida, sino un estado de la mente». Es una de las citas escritas en un viejo tonel que los Fernández-Vega tienen en su casa familiar de Ceceda (Nava). «Uno es tan joven como su confianza, tan viejo como su temor; tan joven como su esperanza... tan viejo como su desesperación» (frases recogidas en el libro que su nuera, Victoria Cueto-Felgueroso, escribió sobre la saga familiar en 2009, y al que pertenecen también algunas de las fotografías de estas páginas).

A Luis Fernández-Vega le gustaba mencionar una frase del filósofo griego Heráclito que dice: «El que no es capaz de soñar, capaz realizará sus sueños».

El Instituto Oftalmológico fue uno de esos sueños, y se ha marchado con la satisfacción de verlo cumplido, corregido y aumentado. La presencia del Príncipe de Asturias en su inauguración respondía al apoyo permanente de la Familia Real a los Fernández-Vega, sustentado no sólo por el prestigio médico que atesoran, sino por un cariño que va mucho más allá del protocolo, como los Monarcas y sus hijos han demostrado en diferentes ocasiones. Y en esa cercanía real ha tenido mucho que ver el ayer fallecido.

La segunda fase del Instituto fue inaugurada por la Infanta Cristina de Borbón, que precisamente se operó en la clínica de los Vega de miopía, tal y como hiciera años antes su abuela, la condesa de Barcelona, madre del rey, a quien le unía con el matrimonio Fernández-Vega Sanz una estrecha amistad.

Y los Reyes de España presidieron igualmente la inauguración de la tercera fase del gran proyecto clínico y asistencial en abril del pasado año. La Familia Real ha recurrido a los Fernández-Vega para consultar problemas oculares, comenzando por la ya referida condesa de Barcelona. Tras ellos, cientos de rostros famosos de los más variados sectores de la vida española, desde el premio Nobel Severo Ochoa, amigo personal de Luis Fernández-Vega, a la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James; el ex presidente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato; los empresarios Fernando Masaveu o Isidoro Álvarez; la presidenta de Banesto, Ana Patria Botín; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, o la bailarina Maia Plisiétskaia, entre otros muchos. Cantantes, actores, músicos, personalidades del mundo de la cultura o del deporte... se pusieron en manos de los mejores, pero no sólo porque son los mejores.

Severo Ochoa había recibido de manos de Luis Fernández-Vega, como presidente de la institución colegial, el nombramiento de presidente honorario del Colegio de Médicos de Asturias. Era el verano de 1961, meses después de que el científico luarqués recibiera el premio Nobel. «Personalidad que remonta las fronteras y se proyecta sobre la Humanidad entera», le calificó el oftalmólogo ovetense al bioquímico luarqués.

Durante quince años fue Fernández-Vega presidente de los médicos asturianos. Nunca le faltó trabajo, pero tampoco causas por las que luchar.