En la vida social la mención a «lo erótico» desata sonrisas, codazos y cuchicheos, y el que habla de ello emplea siempre una actitud jocosa, que invita a la complicidad (como para la amenaza se usa una mueca a tono). Aunque son pautas de conducta sobre las que la etología humana no ha profundizado mucho, quizá se trate de reacciones de descarga para liberar una tensión producida por el pudor, un resorte de bloqueo o inhibición que afecta sobre todo al hombre, aunque éste haya logrado endosarlo a la mujer. La acuñación universal de ese código de gestos y actitudes garantiza su éxito: a una mención hilarante o cómplice al tema, el público siempre responde con la risa. En cuanto a la naturaleza del pudor masculino, del que viene el ji-ji-ji-ja-ja-ja sobre el erotismo, vendría a ser una especie de burka virtual, que el hombre se enfunda para protegerse, como sexo débil que ante el sexo es.