Nunca olvido cuando, a punto de regresar a España y mientras los exilados que querían venir a la muerte de Franco y recogían lo que les correspondía de la Seguridad Social de México, tú dijiste: «Yo de este país que me ha dado todo no me llevo nada». Atrás quedaban 34 años de cotizaciones al IMSS. Años más tarde, cuando fuiste eliminado de mala manera de la tarea que desarrollabas y enviado al exilio fuera de Asturias como senador, y hacías aquellos viajes a Madrid en el tren de lunes en la noche hasta el viernes que regresabas muy cansado, después de años de tener que vivir en el Hotel Mayorazgo en Madrid entre sesiones del Senado, un día, la Seguridad Social Española hizo un convenio con el Instituto Mexicano del Seguro Social, que permitía a españoles y mexicanos sumar los años de cotización de cada país, lo que hizo que te jubilaras a tus 81 años con 34 años de cotización en México y 22 aquí, es decir con 56 años cotizados. Aquel día cuando me lo comentabas en Madrid, razoné que el que bien actúa en la vida ésta se lo corresponde sin buscarlo. Gracias a ello, un trabajador como tú, has podido vivir tu vejez sin carencias y a tu hijo Víctor Manuel, con sus ya 54 años, ni le faltó nunca nada ni le faltará mientras viva. La decisión que me comentaste en Oviedo a la muerte de Pura sobre tu vejez y la atención al Pin me pareció muy inteligente. Con tu pensión pudiste escoger con quién casarte, mantener ese segundo matrimonio, para esa difícil etapa de la vida y sobre todo para mantener los cuidados de Víctor Manuel.

Llegaste a Asturias, a petición de Felipe González, a los 64 años, quemando todas tus naves con Pura y el Pin con su 95% de discapacidad, sin boleto de retorno, sin saber si iba a consolidarse la democracia, si iba a haber elecciones ni su resultado, si ibas a tener recursos. Recuerdo cómo cada Navidad aquel exilado, padre de Alaska, iba a buscarte a Seguros La Comercial cuando recibías tus bonos anuales, y tú le comprabas alguna joya no muy importante a Pura, tu esposa. Era su regalo de Navidad. Con esas joyas y tu cartera de seguros llegaste a Asturias. Ello te permitió dar el enganche para la casa de la familia en Argüelles. El resto tardaste años en pagarlo. Si en algún momento, o en varios, estabas apurado ahí estaba Pepe, tu hermano, tu antítesis y que acumuló una importante fortuna como empresario en México, siempre en el silencio.

Esos dos recuerdos que traigo a mi memoria me confirman la dignidad con que has vivido toda tu vida, desde que naciste en la calle San Francisco en Oviedo hasta ahora que, en el mismo Oviedo, a un lado del Campoamor, vives esta etapa. Tú que, al cumplir los 90, decías «que eras joven centenario», llegarás hoy, 17 de septiembre, a tus 97 años.

Has sido consecuente. Has sido un trabajador toda tu vida, desde que a tus 23 años tenías los estudios de abogado de la Universidad de Oviedo y te mandaban para prepararte en cursos superiores en Bélgica, hasta hoy. Viviste tu vida con intensidad. Formaste tu familia, le cumpliste al Partido Socialista Obrero Español lo que te pidió durante 80 años, desde que en 1930 ingresaste a la Agrupación de Oviedo hasta el día de hoy. Caminando con dificultad, como me lo contó Antonio Masip, el año pasado fuiste a cumplir con tu obligación a los 96 años en las elecciones Europeas, como siempre lo hiciste como ciudadano: votar.

La honestidad y la congruencia fue la mejor herencia que nos dejaste a tus hijos. Desde que en los 40, llevándonos al Colegio Madrid en Mixcoac, a Carlos y a mí nos dijiste: «Hijos, yo no les voy a dejar riqueza, les voy a dejar estudios» y nos lo cumpliste. Los tres tuvimos la oportunidad de hacer nuestras carreras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Carlos, médico, luego maestro en Ciencias, más tarde doctor en Ciencias con posgrados en el IMT, quien, cuando murió a sus 50 años, era considerado uno de los hombres que más sabía de genética en México. Jorge Belarmino, historiador y escritor brillante y yo sociólogo y un modesto luchador social, hasta que a tu regreso de nuevo a tu Asturias y a tu Oviedo natal caminábamos por sus calles en busca de un despacho en 1975 donde pudieras empezar a hacer las tareas que el partido te había asignado, o más tarde en aquella tarde inolvidable en 1979 en la Junta General del Principado cuando prometiste tu cargo como Primer Presidente del Principado de Asturias, donde Lizbeth y yo veíamos aquellas caras de los ministros, que lo habían sido del franquismo, que con cara de repugnancia tenían que asistir a la primera toma de posesión de un socialista en cualquier parte de España después de Franco. Ellos que habían ganado la guerra. Estabas allí, con la historia sobre tus espaldas, erguido, y realizando dicha protesta.

Luego hiciste tu mejor esfuerzo, con la comprensión que te había dado la guerra, el exilio y los acontecimientos mundiales. Viniste, como Pura, sin rencores, a luchar por la transición en una provincia tan especial como lo era Asturias.

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