La crisis debería servir para cambiarnos, pero no sólo a los individuos. Vivíamos bajo la compulsión de un atroz consumismo, un atroz endeudamiento, un atroz despilfarro y un desarrollismo de nuevo cuño, en el fondo tan cutre como todos. La crisis podría descrestar toda esa mala nata, y hacernos más austeros, empezando por las administraciones públicas, que deberían mover el dinero con la cautela y cicatería que un particular aplica para mover el suyo. Por ahora, sin embargo, sólo se habla de «recortes». El «recorte» es una medida coyuntural, una mutilación transitoria, sin cambiar el formato corporal, la idea que uno tiene de uno. Pero más que hacer «recortes», lo que importa es «repensarse», cambiando el modelo, las prácticas y la cultura sobre el gasto público. Esa reflexión de fondo, y no la lamentación por la mengua de las arcas, debería ocupar ahora el tiempo del político.