Lo que yo llamo grandes partidos políticos son los que se sujetan a los principios más que a sus consecuencias, a las ideas y no a los hombres. Los pequeños partidos, por el contrario, se irritan por la menor cosa y su lenguaje es violento. Los grandes partidos cambian a la sociedad; los pequeños la agitan». Lo escribió Alexis de Tocqueville en su obra «La democracia en América». Hace casi dos siglos y aquellas frases encajan como un guante en turbulentos procesos preelectorales como el que vive el PP asturiano. Más allá de debates personalistas, los ciudadanos esperan una buena gestión de sus impuestos, ideas brillantes, ilusión y respeto. En definitiva, talento aplicado a la política, que no es otra cosa que la vida diaria en la «polis». Nos afecta a todos y especialmente a esas personas que deciden libremente dedicarse al servicio público, supuestamente de manera vocacional.

Esos ciudadanos que aspiran a cargos deben tomarse muy en serio las exigencias de la gente y, de paso, analizar con lupa los estudios sociológicos que asignan a Belén Esteban varios escaños en el Congreso en caso de que la «princesa del pueblo» decidiese presentarse a las elecciones. En momentos como el actual, cuando el Estado del bienestar se resquebraja, resulta inevitable preguntarse cómo es posible que los partidos sigan jugando al despiste con debates estériles; que, por ejemplo, prefieran quedarse en la superficie, sin explicar aún lo que cada uno quiere y propone para Asturias. Casi nadie habla de eso. Será que no interesa o que aún no es el momento.

Esa masa, tan sencilla de llevar, falta de líderes y de expectativas, puede cansarse y dejar de ser dócil un día. La prueba de que a los españoles les interesa la política es que el Registro de Partidos del Ministerio del Interior tiene 3.414 inscritos, y sólo en lo que va de año ha legalizado un centenar de nuevas formaciones. El debate sigue vivo en la sociedad; los que aspiran a gobernar no pueden permitirse el lujo de despreciarlo.