Silvina Ribotta es profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III y miembro del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas. Ayer ofreció una conferencia sobre acoso escolar dentro de las Jornadas sobre Juventud y Seguridad que organizan la FEMP y el Ministerio del Interior en el Antiguo Instituto Jovellanos de Gijón.

-¿Un problema educativo?

-El acoso escolar es un síntoma de que la convivencia democrática está fallando. La causa más relevante de la violencia es la no aceptación del otro: no acepto cómo te peinas, no acepto que seas gordo, que seas negro... El que excluye se cree por encima.

-¿Consecuencias?

-Impactos psicológicos que no se borrarán en toda la vida y, en los casos más extremos, el suicidio de los acosados. Ya ha habido casos en España de niños que se han suicidado.

-¿Cómo explica que haya críos que ejerzan esa violencia?

-Lo que deberíamos preguntarnos es cómo no es más común, porque vivimos en escenarios sociales muy violentos. Un adolescente o un niño ve cómo los adultos resuelven sus disputas, que haya niños tan violentos no es más que el reflejo de lo que les mostramos. No sólo por la violencia directa que ven, sino también por la violencia institucional, en un mundo con una dinámica neoliberal y competitiva en el que se educa a un niño para que triunfe, aunque eso signifique aplastar a otro. Olvidamos que lo que importa no es que un niño sea un éxito, sino que sea feliz.

-¿Cree que es posible un mundo sin conflictos?

-El conflicto siempre va a surgir, pero lo importante es plantear vías de resolución que sean pacíficas. Para eso hay que reconocer que existe un conflicto y dialogar. No vale decir «aquí no ha pasado nada», algo que también hacemos como Estado: Hemos vivido cuarenta años bajo una dictadura, hemos matado, violado derechos, humillado a personas y creemos que hacer democracia es olvidar el pasado; pero no se puede olvidar sin justicia, que comienza con la verdad y con el diálogo. Lo mismo pasa con las relaciones personales. No sirve decir: «Olvida que te he golpeado». Hubo un hecho violento, hay que hablarlo, ver las causas y alternativas.

-¿Qué hacer cuando se detecta un caso de acoso escolar?

-Lo primero es no esperar a que ocurra. Debería ser obligatorio que todos los colegios tuvieran programas de mediación y de resolución de conflictos, para que fuera la comunidad de ese centro la que resolviera el problema, no alguien de fuera. La asignatura de Educación para la Ciudadanía tendría que ser obligatoria, para incorporar las técnicas de resolución de conflictos de manera pacífica. En segundo lugar, estar atentos a todos los indicadores de violencia. El acoso no es sólo que alguien golpee a otro. Los maestros, educadores y padres deben ser muy sensibles a las pistas que indiquen esa violencia y no ignorarlas. Y tener en cuenta que, si estamos hablando de acoso escolar, el acosador es un niño. Por eso no lo podemos observar en la dinámica culpable-inocente. Todos son víctimas.

-¿Dónde se dan más casos?

-Niños que sufren violencia en casa pueden reproducirla. Y niños que tienen una situación de exclusión social grande son los más propensos a ejercer violencia como forma de reivindicación o también a sufrirla. La mayoría de las víctimas de acoso escolar pertenecen a grupos excluidos, como inmigrantes o discapacitados o hacen actividades extrañas en los términos en que hemos configurado la estrategia género-sexo; niñas que juegan al fútbol o niños a los que les gusta la poesía.

-Muchos casos se graban con móviles y acaban en internet.

-También los adultos hacemos eso continuamente: Hemos visto cómo ahorcaban a Saddam Hussein y no nos parece extraño. Claro que es obsceno lo que hacen, pero resulta muy lógico si los adultos les mostramos cómo hacerlo. Y cuando pensamos cuántos niños se han bajado esas imágenes, también tendríamos que pensar cuántos adultos se transmiten actos de violencia. ¿Por qué los niños tienen que ser diferentes a los adultos si los estamos educando en esos valores?