Le conocí, mediados los 90, en una muy agradable cena con mi familia y otros amigos tras la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» en el Campoamor. Me dijo que era masón y que le ilusionaba su condición y actividad como tal, lo que me animó a exponerle mi opinión de que la masonería probablemente estaba en la base de la actual relajación de los «valores» en Occidente. Cierto es que mi planteamiento fue amable, nada agresivo, pero su contestación me resultó de mucho interés; no me dijo ni que sí ni que no, sino que me habló de las posiciones de distintas obediencias masónicas, para concluir afirmando que él y los de su obediencia, según él, los mayoritarios, compartían mi preocupación. Desde entonces he profundizado mucho en la cuestión, contrastando con Manuel los resultados de mis investigaciones y reflexiones, y algo publicaré en mi próximo libro, hacia el mes de enero.

Pero aquella noche se inició una gran amistad de la que siempre me sentí muy orgulloso. Porque Manuel reunía dos características de la máxima importancia para mí. Una primera, que era un hombre bueno en el más noble y amplio sentido de la palabra. Otra, que era una persona de gran inteligencia, con la que siempre se aprendía al hablar, y yo hablé mucho con él, en Oviedo, en Madrid, en mi casa, en París, en su residencia de Calvi en Córcega?

Su vida fue admirable, partiendo de la difícil situación del muchacho perteneciente a una familia exiliada en Francia, que se une a la Resistencia contra los nazis, que luego se incorpora al Ejército francés que entra en Alemania, que consigue graduarse como ingeniero, comenzando una actividad empresarial de una impresionante brillantez y éxito, vida empresarial que durante décadas compatibilizaba con su acción masónica, social e incluso política, también muy relevante.

Era sensible y entrañable y por eso en los últimos años sufrió intensamente al fallecerle sucesivamente su mujer y su única hija; algo se le rompió por dentro, aunque seguía contando con su nieta, y con Patricia, su ahijada, cuyas atenciones agradecía muy vivamente, como me dijo hace muy pocos días por teléfono. Por eso era también muy amigo de sus amigos, en Asturias, de Paco Rodríguez, de Antonio Massip, de Javier Neira?

No nos debíamos nada el uno al otro ni teníamos vinculación alguna distinta de la pura amistad. Pero tras tanto conversar habíamos llegado a la conclusión de que podríamos acometer juntos algún proyecto para ayudar a la mejora de nuestra sociedad. En el último año yo siempre se lo recordaba para animarle en su lucha contra la enfermedad.

Pero murió y me deja, nos deja, a Nieves y a mí, un gran vacío. Que Dios -el Dios católico en quien me aseguraba creer y al que le rendía culto en la Iglesia de su pueblo matriz en Francia- le de la Paz.