Madrid, J. MORÁN

Ladislao de Arriba, Ladis (Gijón, 1924), narra en esta entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA su trabajo al cargo de la secretaría de dirección del diario «Pueblo», coincidiendo con la muerte de Franco y la transición.

l Playas de Castellón. «A José Luis Balbín yo le conocía de su paso en prácticas por LA NUEVA ESPAÑA, pero luego, hablando con su padre, Rafael Balbín García-Valdés (pariente de los marqueses del Real Transporte y de Víctor García de la Concha), comentamos que mi abuela paterna se apellidaba Estrada Balbín y resultó que el punto de conexión de las dos familias era un violonchelista que se llamaba Correa Balbín, de Selorio, Villaviciosa, pueblo de mi abuela. Cada vez que había algo en Madrid que yo pudiera hacer, José Luis me lo ofrecía. Él estaba muy bien relacionado porque había estado en los colegios mayores, el Covarrubias, por ejemplo, con la gente que luego iba a hacer la transición. Hace poco todavía me presentó a Solbes, pero "no como ex vicepresidente, sino como compañero colegial". José Luis tenía un amigo que estaba en el gabinete de Rodolfo Martín Villa, que, menos reina madre, ha sido de todo en este país. Se había subido al coche oficial siendo jefe del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios) y nunca volvió a bajar. Martín Villa era ministro de Sindicatos y un día se le presentó un grupo de empresarios de Castellón que estaban hasta las narices de la navaja y la baldosa y el azulejo, y querían darle a su región un impulso turístico. El ministro les dijo que lo primero que tenían que hacer era una guía turística y aquel encargo acabó en mí. Me metí en la Biblioteca Nacional e hice una guía, que conservo, y me dieron tres mil pesetas. Lo primero que hice con ese dinero fue viajar a Castellón a ver si había puesto las playas en su sitio o las había colocado en el Maestrazgo. Pero parece que estaba todo muy en su sitio en la guía».

l Refugio en el gabinete. «Balbín, que era también técnico de la Administración por oposición, cogió después el gabinete de prensa de Obras Públicas, con el ministro Valdés, al final del franquismo. Yo trabajaba por las mañanas en el Banco de España, en la central de Cibeles, pero sin vocación alguna. Estaba en la caja de valores y entonces no había nada de tecnología y, por ejemplo, los valores eran como su propio nombre indica: una lámina que había que cortar, como si fuera el cupón. Balbín me llevó al gabinete de Obras Públicas y allí me encontré con Juan Antonio Cabezas, que era una persona maravillosa, encantadora. Cabezas había estado condenado a muerte tras la guerra y le conmutaron la pena por trabajo, como director de una revista del Ministerio de Justicia sobre prisiones. Era un periodista consagrado, estaba en "ABC" y había escrito el libro famoso sobre Clarín. En aquel gabinete sucedía algo muy curioso. Jorge Vigón, el asturiano, había sido ministro de Obras Públicas y en su época, aconsejado por una persona conocida a la que no le negaba nada, había hecho de su gabinete un refugio de progresistas o izquierdosos: Ángel González, Hortelano, Cabezas? Los heredaron los sucesivos ministros y allí estaban todos. A los del gabinete no nos podían ver los ingenieros y los funcionarios del Ministerio porque el subsecretario que tenía Valdés le había dicho a Balbín que tenía las manos libres y entonces pusimos radios, televisores y demás aparatos de información».

l Romero descabalgado. «Todavía vivía Franco y llegó el momento en que descabalgan a Emilio Romero de la dirección de "Pueblo", el periódico que dependía de Sindicatos. El nuevo director iba a ser Luis Ángel de la Viuda y Balbín, que había sido compañero suyo en la Escuela de Periodismo (y de Manuel Martín Ferrand, y su esposa, Rosalía, con los que luego trabajé), le preguntó si necesitaba a alguien a media jornada. Yo trabajaba hasta las dos y media en el Banco de España y Luis Ángel, que decía que era de más postín tener secretario que secretaria, me llevó de encargado de su secretaría en "Pueblo", que era periódico vespertino. Tuve tres directores, tres verdaderos señores, que me enseñaron cantidad de cosas y aprendí a fondo con ellos: Luis Ángel (que es el único que vive y le veo de vez en cuando), José Ramón Alonso y Juan Figueroa. Con Luis Ángel, que fue después director de Radio Nacional y también tuvo cargos en TVE, simpaticé y nos caíamos muy bien. El vivía en la calle de San Martín de Porres, en Puerta de Hierro, al lado de Adolfo Suárez, y tenía mucha relación con él, que era entonces secretario general del Movimiento. El discurso con el que Suárez se despidió del Movimiento cuando aquello se acabó se lo fui a llevar a las dos de la mañana del día en que iba a pronunciarlo. El texto lo hizo uno de los editorialistas de "Pueblo" y las últimas correcciones me tocaron a mí».

l Cierre de bares. «Llegó la enfermedad final de Franco y hubo que cubrir aquello en El Pardo y en el Hospital de la Paz. Juan Ramón Pérez Las Clotas estaba en la agencia Pyresa y allí había entrado de meritorio mi hijo Lalo, que también estaba en Radio Nacional. Por algún motivo extraño habían castigado a Pedro Rodríguez, el mejor entrevistador en el periodismo de aquella época, y entonces Lalo pasó a hacer las entrevistas para "Arriba" y Pyresa. Con lo de Franco, a mi hijo le tocó hacer guardia en la Paz y dormía en una silla. Por ahí lo teníamos cubierto. Y antes, cuando el enfermo estaba todavía en El Pardo, aquello se había llenado de corresponsales nacionales y extranjeros en un invierno que fue durísimo. Había sucedido que Camilo Alonso Vega, ministro de la Gobernación, mandó cerrar los bares y los chiringuitos de la zona, tal vez porque se tomaban más copas de la cuenta y se cantaba, y todo eso. Entonces los periodistas pasaron a formar una caravana de coches en las cunetas. "Pueblo" tenía su destacamento allí, a pie de El Pardo y de noche les llevábamos una cesta, como si fuéramos de gira campestre, con bocadillos, tortilla, bebidas? Según la cosa se iba poniendo peor, en el periódico se confeccionó durante diez días una primera página con la muerte de Franco, pero se tiraba el plomo al día siguiente porque no había muerto».

l Diez portadas. «Así que teníamos cubierto El Pardo y La Paz, pero la confirmación fetén la teníamos nosotros porque alguien del equipo médico estaba en relación (seguramente por ser del PC) con Santiago Carrillo, que estaba en París. Entonces el plan era que cuando Carrillo recibiera la noticia nosotros nos enterábamos por Feliciano Fidalgo, corresponsal, no de "Pueblo", sino de otro periódico, y muy amigo de Luis Ángel de Viuda. Y llegó la noticia. Voy al periódico y me encuentro a Luis Ángel con una maquinilla de afeitar en el "paternóster", que era un ascensor abierto y continuo, de los que no paran, y tenías que cogerlo y tirarte en marcha. Luis Ángel no paraba de subir y bajar. Nosotros estábamos en la sexta planta; en la quinta, los editorialistas y documentación, y en la séptima el padre de Juan Luis Cebrián, Vicente, jefe de prensa de Sindicatos. Todos en el periódico estaban nerviosísimos. Luis Ángel me dice: "Toca zafarrancho de combate y todos los subdirectores a la mesa redonda de la secretaría", y yo le comentó: "Esta gente está enloquecida; llevan diez días hasta las tantas de la mañana tomando café sin parar y hoy más; esto va a ser una casa de locos». Entonces bajé a la cafetería. Como Emilio Romero era un snob, en "Pueblo" había cafetería y whiskería: una para la tropa y la otra como sala de banderas, para los jefes y las visitas. Bajé a la cafetería y las cinco en punto de la mañana, cuando comenzó la reunión, encontraron en la mesa redonda ocho o diez platos con un par de huevos fritos, patatas, etcétera, y una botella de vino. Mejor aquello que seguir tomando cafés, y logré rehabilitar un poco a aquella gente desmadejada».

l Visitas a la Trinidad. «Estando en "Pueblo" también volví a encontrarme con Alejando Fernández Sordo, que era entonces ministro de Sindicatos. Hacíamos un suplemento los sábados con fotografías y Luis Ángel de la Viuda me decía: "Vete a ver a tu paisano y amigo con el suplemento". A veces salía una "starlette" con escote. Yo iba al Palacio de la Trinidad, de Sindicatos, y él, con un rotulador negro, pintaba encima para que los de fotograbado no dejaran salir la pechuga».

Mañana, última entrega: Ladislao de Arriba