Como se venía temiendo, y ante la pasividad general de administración y empresas asturianas, la guerra de la sidra se recrudece y, una vez más, los vascos nos toman la delantera. De repente, como si esto fuera sorprendente, el asturiano medio se duele en su honrilla y echa las manos a la cabeza y la llingua a pacer. Evidentemente que hay una cuestión de honor herido, un honor herido, además, por quienes no tienen una cultura sidrera tan fuerte y arraigada, producen muy poca sidra y, en general, es de peor calidad.

Pero aquí no vamos a hablar de la honrilla ni de las bondades de nuestra sidra, sino de algo mucho más pedestre. ¿Nadie se ha parado a pensar lo que significa económicamente la aparición de un sector productivo en un medio como «The New York Times»? Se trata de millones de euros. De millones, sí, de millones. Porque la sidra, la vasca en este caso, funciona como escaparate de toda una estructura económica y, al final, de un país.

Los empresarios vascos, muy apoyados por la Administración, están consiguiendo una imagen de calidad y diferencialidad. Poco importa que sus vetustos llagares procedan de Villaviciosa o que sus viejos y carcomidos toneles procedan de Nava, desde donde partieron por la ignorancia de los llagareros y por la desidia de los gobernantes, que permitieron tal expolio patrimonial.

En una economía globalizada donde todo se uniformiza, sólo es posible sobrevivir si encontramos nuestra ventaja competitiva, la cual, en el caso de productos asociados al territorio, es la diferencialidad. Actualmente, un americano medio sabe que el País Vasco produce sidra, en un área europea en la que él veía cultura vinícola exclusivamente. Además, es el producto elaborado por un pueblo con fuertes raíces, una lengua ancestral y unas costumbres peculiares. Ésa es la ventaja para competir, la misma que tendría Asturias si su empresariado fuera menos ignorante y sus gobernantes menos cavernícolas.

En la actualidad, en los mercados de calidad ya no se venden productos, sino imágenes. Hay un método de valoración para estas situaciones que, aun sin entrar en profundidades, nos habla de esto: el método de los precios hedónicos. Su base se encuentra en que cuando pagamos por una mercancía o por un servicio estamos satisfaciendo un complejo conjunto de necesidades. La sidra no sólo se compra para quitar la sed, que para eso mejor es el agua, sino para compartir, para sentirse identificado, para cantar en torno a unas botellas. Algunas destilerías pequeñas de Escocia suelen tener el mismo whisky con dos etiquetas diferentes, una en inglés y otra en gaélico escocés. Después de comprobar la reacción de los visitantes, ante la enorme demanda de las etiquetadas en escocés, conforme a los principios del mercado, subieron el precio de estas botellas. El whisky es el mismo, pero el producto, no. Hay un valor añadido: en esa botella y con esa lengua, el visitante está comprando la niebla, las leyendas, los castillos y las gaitas de Escocia.

Somiedo ha conseguido colar sus productos en circuitos de calidad porque supo vender una imagen. Cada vez que alguien compra miel o embutidos somedanos cree estar salvando el último baluarte del oso pardo. En el precio de un chorizo de jabalí somedano, bastante por encima de la media, van los teitos, los lagos y, sobre todo, el oso. Saber esto es lo que hace que el empresariado vasco, emprendedor y que arriesga dinero en operaciones de «lobby» de largo alcance sea tan diferente del nuestro. Y eso es lo que hace que su Gobierno se convierta en vehículo de ese trabajo, incardinándolo en su política económica general, la cual descansa, en muchos casos, sobre su gran ventaja competitiva, la diferencialidad. Mientras tanto, nuestros gobiernos, presos de una incomprensible asturfobia, no sólo no apoyan, sino que, en ocasiones, obstaculizan, como sucedió hace unos meses con una empresa vinícola de Cangas del Narcea.

Una empresa asturiana acaba de sacar al mercado botellas de sidra gasificada, un producto muy orientado a la exportación. Pues bien, la etiqueta pone que se trata de «spanish cider», porque lo de «asturian cider» les debió parecer muy localista. Pues resulta que esa denominación va a potenciar el mercado general de la sidra española y resulta en paralelo que la sidra española reconocida mundialmente va a ser la vasca. Ahí está una empresa asturiana reforzando el complejo comercial agroalimentario vasco. Estaría sucediendo como con aquella película «Vicky Cristina Barcelona», de tanto orgullo para los ovetenses y para su Alcalde: ya se han dado casos de turistas preguntando por Oviedo en las oficinas turísticas de Cataluña. De nuevo presupuestos públicos asturianos para potenciar, en este caso turísticamente, a otra comunidad, también otra comunidad que vende muy bien su diferencialidad.

Cuando hablamos de productos que compiten en el mercado, lo de la honrilla está bien para la gente de la calle. Pero los empresarios, que están para ganar dinero y generar riqueza, protegen su honor sabiendo competir, arriesgando e innovando. Y los gobernantes, que están para contribuir al bienestar de la ciudadanía, protegen el suyo facilitando el desarrollo de las ventajas competitivas del país. La honrilla de los sidreros ya la salvamos nosotros mismos tomando sidra en el chigre.