Páramo (Teverga),Marta PÉREZ

En Páramo (Teverga), el último pueblo camino del puerto de Ventana, la nueva televisión digital falla en situaciones meteorológicas adversas. «Empieza toda la pantalla a bailar», explican los vecinos, «y cuesta enterarse de lo que están contando». Estos días lo que más preocupa a los quince habitantes de esta localidad es la predicción del tiempo. A 900 metros de altitud y con la última nieve caída a la puerta de casa, los de Páramo saben que cuando anuncian nieve en Asturias, a ellos les toca seguro. Ayer la pantalla de la tele bailaba bastante. Es el primer síntoma de que el temporal está encima. Pero en Páramo -el topónimo significa lugar frío y desamparado- están bien preparados para lo que venga.

«Está muy frío, hay que andar para casa», saluda Ricardo Pérez Gayo, de 61 años. No tiene termómetro en casa para medir la temperatura porque hoy día no hace falta «con lo preparados que vienen los coches». El suyo llegó a marcar tres grados bajo cero el lunes a media tarde. A Ricardo Pérez su esposa lo ha dejado estos días «de amo y de criado» en su casa de Páramo. Mientras ella echa una mano a los hijos que viven en la capital, el marido alimenta a «dos puercos de unas doce arrobas» -138 kilos- que compró en junio en Quirós. Les dará muerte en unos días y los derivados de la matanza servirán para pasar la invernada. Pérez, que dice que no es hombre de bar ni de partida, se entretiene con las labores del campo. «Aquí se vive muy bien. Hay mucha tranquilidad y buena vecindad. Trabajas un poco, hablas con alguno y va pasando el día», comenta. Además, Ricardo no está solo. Le acompaña su perro «Yako», que con seis años «está en lo mejor de la vida» y «es el más listo del mundo». Pérez Gayo explica, además, que los inviernos de ahora no son como los de antes, y que el pueblo rara vez queda aislado. «Hay que decir que las máquinas suben en seguida, limpian y echan sal. Como mucho podemos quedar aislados una hora», relata.

De los inviernos de antes sabe mucho el matrimonio formado por Blanca Díaz y Fernando Boto. «Me acuerdo de que todos los del pueblo tenían que bajar al desfiladero a quitar a mano la nieve que se acumulaba. Era mucho lo que nevaba», comenta el hombre. «Ahora es diferente, hay más medios», añade la mujer. Sin embargo, a pesar de los avances, los que no se pueden descuidar son los preparativos del invierno. En septiembre ya empezó el matrimonio a preparar la leña para pasar la invernada. La imagen de un montón de leña muy bien preparada en la antojana, bajo la escalera de acceso principal a la casa, es una imagen común en Páramo. «Claro, tienes que empezar a ir a por leña en septiembre, no te vas a meter al monte ahora con la nieve», explica Fernando Boto. El matrimonio, además de vacas y yeguas, tiene negocios de turismo rural en Páramo. A pesar de la crisis, no les faltan clientes para este puente. «Lo tenemos todo lleno», confirma Blanca. Los turistas que más frecuentan Páramo son madrileños y gallegos. Lo que más les gusta es «el tejo más guapo del mundo» -como lo llama Fernando- y que está situado al lado de la iglesia de la localidad. Por lo que se cuenta en Páramo, el negocio del turismo rural va mejor que el del ganado en la alta montaña. Ricardo Pérez, que como sus vecinos también tiene yeguas, dice que es un atraso. «No las pagan nada», confiesa. Pero la mayoría de los vecinos están jubilados, de la mina o de la rama agraria. Sólo viven dos niños en el pueblo, que van a la escuela a la capital del concejo, San Martín de Teverga.

Ángeles Noriega, fregona en mano, no da abasto a limpiar la entrada de su casa. En invierno, con los caminos mojados y embarrados, se pone todo perdido. No teme al invierno, afirma mientras enseña las provisiones de leña de madera de haya que le han dejado sus hermanos. Ella vive en Páramo con sus padres. En su casa también están preparando todo para ponerse con la matanza la semana que viene.

A pesar de la tranquilidad, Páramo es todo bullicio comparado con el pueblo más cercano, La Focella. A sólo tres kilómetros, pero más alta, esta aldea de postal se queda vacía en cuanto asoma la nieve. Un gato recibe al viajero miagando de hambre y al tocar la campana de la ermita nadie sale al encuentro.