Consuela lo que la filtración de Wikileaks revela sobre los líderes mundiales. No son los superhombres que su imagen proyecta, sino hombrecillos como uno de nosotros. A fin de cuentas, la materia prima es la misma, y el poder sólo amplifica bueno y malo. Tranquiliza también la presencia en la élite global de varios desequilibrados o paranoicos, pues da una sensación cercana a la de la calle, o nuestro entorno. La cuota de dementes, en sentido amplio, es baja, y desmiente la idea de que para escalar el Himalaya del poder, y quedar, de puro gozo, enganchado allí arriba con ansia de eternidad, había que sufrir algún desarreglo, como una hipertrofia brutal del ego acompañada de síndrome mesiánico. Todo es muy normal, y el perfil que se obtiene de la comunidad internacional se asemeja más al de una comunidad de vecinos, con sus rencillas, dimes y diretes, que al de la cima del Olimpo.