La clave es el cable 114042 del 2 de julio de 2007 en el que el embajador de EE UU en España, un tipo campechano llamado Eduardo Aguirre, desmenuza a sus superiores los entresijos de una cena con el ex presidente del Gobierno José María Aznar y su esposa, Ana Botella. «La falta de entusiasmo de Aznar por el sucesor que él designó, Rajoy, fue muy notable», relata el embajador en documento supuestamente confidencial. «En realidad, Aznar nunca ha dejado la política española, pero si se decidiera a recuperar su carrera, eso reabriría la batalla campal (...). Aznar parece tener dudas de que Rajoy sea el hombre adecuado para devolver el PP al poder». Como un periodista en pos de la exclusiva, el embajador Aguirre repregunta hasta dar con la noticia, que entrecomilla en su nota de impresiones: «Aznar dijo: "Si veo que España está realmente desesperada, quizá tendría que volver a la política nacional"».

Todo esto figura en «los papeles de Wikileaks», ese monumental agujero que le ha nacido al Departamento de Estado de EE UU en forma de web traviesa y perversa. En lo tocante a España, el portal ha difundido las comunicaciones de los embajadores norteamericanos en Madrid. Los textos son un tesoro por su sinceridad: no estaban destinados a divulgarse.

Ciertamente, el mundo es global. Esos documentos tan lejanos ayudan a entender lo que le ocurre al PP de Asturias. La vieja guardia popular, comandada por Aznar y la baronesa madrileña Esperanza Aguirre, no desdeña la posibilidad de retomar el poder. En paralelo a ese runrún, ahora evidenciado documentalmente, se activó la que podría bautizarse en términos de espías como «operación El Almendro»: la vuelta a casa de Francisco Álvarez-Cascos por Navidad para ser candidato a la Presidencia del Principado. Cascos sería cabeza de playa de una maniobra de desembarco más amplia.

En el entorno de Mariano Rajoy, actual presidente del PP, empieza a calar la idea de que las pretensiones de Cascos trascienden el ámbito asturiano y tienen una dimensión nacional. Si Cascos consigue la candidatura asturiana, y especialmente en las condiciones en las que lo exige -con un congreso extraordinario, mediante plebiscito entre las bases-, la vieja guardia emprendería la batalla para desbancar con las mismas armas a Rajoy, un líder poco carismático.

Se reabriría así un conflicto latente desde el congreso de los populares en Valencia, que no estalló entonces por error de cálculo o falta de decisión de Esperanza Aguirre, la lideresa en torno a la cual giran hoy las aspiraciones de Cascos y, seguramente, las de Aznar.

La pareja Aznar-Aguirre grabó esta semana un vídeo de apoyo a Cascos que exhibió durante un homenaje al ex ministro en Moratalaz. La baronesa Aguirre opina más sobre los asuntos de Asturias que sobre los madrileños. Todavía ayer, por enésima vez, insistía: «Cascos es el mejor candidato para Asturias, para el partido y para España. No están estos tiempos para perder esos talentos».

Los foros pro Cascos en internet jalean con entusiasmo el regreso de Aznar. Algunos ciberactivistas menosprecian a Rajoy. A Rajoy la vieja guardia popular, un Tea Party a la española, lo tiene conceptuado como blando, poco trabajador e insuficientemente combativo. Hasta, sabemos por Wikileaks, su mano derecha, Ana Pastor, le dedicó este halago envenenado: «Sería mejor presidente que candidato». Los caminos de Rajoy y del presidente del PP en Asturias, Ovidio Sánchez, se asemejan. A Sánchez, que también asumió el partido tras una catástrofe, sus detractores le torpedean con epítetos similares.

Destacados dirigentes nacionales del PP están tratando de convencer a Rajoy de que la «operación El Almendro» sería sólo un eslabón de la cadena que comenzaría a tejerse en caso de ceder ante el ex secretario general, o general secretario, y ex compañero de Gobierno. Cascos nunca mostró gran consideración hacia Rajoy. Le toma por indeciso, de los que van con los de la feria y vienen con los del mercado.

En Génova, la calle madrileña en la que tiene su sede el PP nacional, observan que, al lado de gente de buena fe, los más enardecidos casquistas son a la vez antimarianistas declarados. Esa actitud crítica con Rajoy no impide, en cambio, a los casquistas antimarianistas reclamar la intervención del dedazo presidencial para imponer a un candidato que rechazan los dirigentes del partido en Asturias. La cúpula popular asturiana fue elegida en un congreso en 2008 en el que el casquismo no compareció.

Los funcionarios de la Embajada norteamericana retratan a Esperanza Aguirre como «una hiperambiciosa política que se ve a sí misma como la futura presidenta del Gobierno de España». Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid por el PP, dijo al embajador de EE UU tres días después de las últimas elecciones generales perdidas por los populares: «Alguien como yo o Esperanza Aguirre podría tomar el control del partido, pero a riesgo de romperlo por la mitad. La continuidad de Rajoy es la mejor manera de minimizar el daño al PP. Rajoy dará una serie de pasos para modelar el partido a su imagen y separarlo de la influencia de Aznar».

En el espacio que media entre estos dos testimonios recogidos en «los papeles de Wikileaks» se juega la partida. Ante la perspectiva de una cómoda victoria electoral, unos en el PP quieren volver para mandar. Otros, que quienes mandaron no vuelvan. «Operación Reconquista» en marcha, con Cascos en la vanguardia. Esto no es una novela de intrigas. Es la realidad que supera a la ficción.