Hace tiempo que Javier Fernández, el apaciguador, hizo suyo el espíritu de la guerra fría: ninguna agresión directa, alguna amenaza latente, mucho control remoto. En la mejor tradición del socialismo asturiano, un terreno perfecto para la intriga. Es por eso que la carrera de la candidatura socialista al Principado se corre con el dorsal de la continuidad. Y ahí surge el problema: asumir la transición ensalzando al relevado Areces tiene, para el espectador, su punto de incongruencia. Si tan bueno es quien se va no hay argumentos que justifiquen el cambio cuando el que se va quiere seguir. Sustituir a Areces explicando los motivos de la patada obligaría a la inmolación -admitir que muchas cosas se hicieron fatal- y a la coherencia -diferenciarse, marcar distancias-. Ni de lo uno ni de lo otro ha dado razón la Federación Socialista Asturiana (FSA).

Nunca un socialista gozó de una circunstancia interna tan favorable: obediencia y paz. Nunca tampoco se sumergió en un panorama electoral tan adverso: como sigan lloviendo parados y crisis, las encuestas pintan mal para el PSOE. El candidato Fernández está atrapado en su laberinto. El alquimista Pérez Rubalcaba, superministro de todo, Rasputín de casi todo, cuadró con su magia de druida este círculo con una pócima de tautología imposible: «En Asturias tenemos el mejor presidente y el mejor candidato». Dos polos, en realidad, que se repelen en esta ciencia.

El PSOE asturiano vive ahora con retardo el desenlace del congreso de hace diez años, cuando se planteó a cara de perro la batalla por el control del partido entre Javier Fernández y Álvaro Álvarez, una pugna de villistas y arecistas en la que hubo vencedores y vencidos. Los vencedores se quedaron con las llaves del castillo pero dejaron en el trono a los vencidos. Ahora los vencedores, después de remolonear, quieren castillo y trono, y tienen que asumir o desalojar a los vencidos. El mérito de Javier Fernández es haber reconvertido aparentemente en javieristas a quienes antes militaban en el villismo o el arecismo. Un proceso electoral en una situación tan límite para el PSOE pondrá a prueba la solidez de estas costuras.

«Designado ya como candidato, llegaba la hora de preparar el programa electoral. En un partido como era entonces el PSOE esa tarea no es nunca labor de una persona. Tampoco gozaba yo de la confianza suficiente para poder formar mi equipo de trabajo, ni de poder interno en la Federación Socialista Asturiana», escribe Pedro de Silva en el libro «Los inicios de la comunidad autónoma de Asturias», al rememorar sus primeros pasos como número uno de la lista socialista al Principado. «Yo aceptaba desde luego esa vigilancia, con sus reglas del juego, pues, además de no estar en condiciones de dictar otras, eran las que corresponden a la tradición más añeja del Partido Socialista: el partido es una cosa, y otra cosa el Gobierno. Esa tradición ha permanecido en Asturias, vieja cuna del mejor socialismo».

Por primera vez en la democracia, un candidato socialista aspira a acabar en esta tierra con la bicefalia, a unir en una misma mano la espada del partido y la espada del Gobierno. No gozaron de esa situación, bálsamo para aliviar la discrepancia interna, ni el propio Pedro de Silva, con Jesús Sanjurjo en la secretaria de la FSA; ni Juan Luis Rodríguez-Vigil y Antonio Trevín, con Luis Martínez Noval pilotando el partido; ni Vicente Álvarez Areces, ya con el aparato bajo la batuta de Javier Fernández. Un plus de poder desconocido en la izquierda. A más de un consejero gobernante lo sometió el partido a duros interrogatorios, cuasi policiales, en la sede de la FSA.

El cascarón javierista es de desarrollo lento. Tardó en madurar el tiempo que media entre la elección de Fernández como secretario general de la FSA y su designación como candidato a la presidencia del Principado. Y tiene, por encima de cualquier otro, un escenario fetiche: los lujosos salones del hotel Ritz de Madrid. Con nueve meses de diferencia, allí Areces vio fenecer su último intento de amarrase a la mesana y allí, rendido, plegó públicamente las velas en espera de otra fragata. Por el medio se entrecruzan periodos de resistencia ahora envueltos con papel de transición modélica y algún que otro lance que escapó a la sordina, como esa mirada enrabietada en la Junta y esa negativa al saludo entre Areces y Fernández que quedó inmortalizada para la historia política regional en una foto de LA NUEVA ESPAÑA.

El 2 de febrero Areces soltó ante un grupo de empresarios, profesionales y políticos en un inmaculado salón del hotel más lujoso de la villa y corte la frase que acabó con la paciencia interna: «Si salen cosas sobre mi candidatura será porque algunos dudan». Al día siguiente, los javieristas sacaron la tijera para cortarle las alas. El 23 de noviembre, mismo decorado, idéntico auditorio, era Areces quien mostraba a Javier Fernández como sucesor. Su intervención no tuvo ni calor ni color. Fue una fría lectura de un frío currículo, un repaso biográfico sin alma que hasta la Wikipedia presenta con mayor candor.

¿En qué se va a diferenciar Javier Fernández de Vicente Álvarez Areces, que al fin y al cabo es de lo que se trata? Esa es la cuestión del millón en la izquierda asturiana. «Vaya preguntita», respondió Fernández cuando se la formularon, convirtiéndose en rehén de su propia estrategia de la pacificación. De puertas para afuera predica continuidad con matices. De puertas para adentro, hay pocos matices en la crítica a los sobrecostes, las obras innecesarias, la política de personal, los chiringuitos, las relaciones con la Universidad... Cómo abordar tanto bocado amargo desde un nuevo gobierno será su prueba: o tapa la nariz y lo engulle aun a riesgo de una úlcera o lo devuelve a los fogones, dejando en evidencia al chef.

En dos caracteres tan diferentes, Sol y Luna, parece misión imposible una transición sin sobresaltos. Uno es reflexivo, otro impulsivo. Uno serio, otro expansivo. Uno riguroso, otro ligero. A uno no le gusta hacer promesas que no pueda cumplir. Otro promete tanto que es imposible que lo pueda cumplir.

El discurso más trabado que se le conoce a Fernández fue el que le sirvió para derrotar a Álvaro Álvarez en el congreso de la FSA que le aupó al mando. Fue tras la mayor riña en el socialismo asturiano, la de la Caja, y cuando nadie apostaba por él ni un euro. Que el recuerdo más consistente provenga de la política doméstica reafirma en sus tesis a quienes sostienen que es Javier Fernández hombre que sobresale sobre todo en la cocina. La vida orgánica es su espacio, en el que se movió hasta ahora con comodidad suma.

En la candidatura javierista, lanzada con pausada estrategia, se echa en falta presencia social y un discurso cerrado sobre Asturias proclamado a los cuatro vientos. A un bloque tan monolítico y rocoso como el PSOE asturiano le gusta partir de un programa para revestir al candidato. Aquí el proceso es a la inversa: hay que vestir primero al candidato. Del programa se encarga María Luisa Carcedo, la mano derecha de Javier Fernández. Si en el principio el bastón fue Fernández Villa, en la hora decisiva lo es la médica de San Martín del Rey Aurelio, actual directora de la Agencia Estatal de Evaluación de las Políticas Públicas.

Llama la atención la necesidad de aterrizaje, de puesta de largo en sociedad, para alguien que lleva tanto tiempo al timón y en la política. Dicen quienes le conocen que será mejor presidente que candidato, frase ambigua donde las haya que lo mismo sirve para el halago que para el encubierto reproche. Lo cierto es que de ganar, a Fernández le aguarda una economía rota, con la sanidad como lastre y la soga al cuello de las desigualdades territoriales; un funcionariado de uñas, castigado con la descapitalización y el amiguismo, y envenenado por los conflictos; y un equipo instalado en cargos varios y variados, al que asumir o relevar, algunos de cuyos integrantes llevan 24 años a cobijo de la sombra de Areces. Una herencia demasiado endemoniada como para adoptar el continuismo por doctrina. Lo que está claro es que, se afronte como se afronte, el adiós al arecismo es el final de todo un ciclo. Y hasta de un régimen, según los ácidos.

De los discursos tras la proclamación, apenas sobresalen dos mensajes: «Hay que construir lo nuevo sobre lo viejo» y «ofrezco un liderazgo compartido». Dos frases marca de la casa, de acción sin estridencia, con poca chispa para ilusionar y emocionar al electorado. Javier Fernández no es un constructor de eslóganes ni de homilías publicitarias, quizá por eso le cuesta contactar con la base. Permanece encapsulado cual crisálida, ese estado quiescente quieto pudiendo tener movimiento propio previo a la metamorfosis completa. Sobre metamorfosis de hombres y de insectos fabuló Frank Kafka. Dijo el checo: «A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar». El candidato está asomando en su ovillo de seda, aún no ha desvelado hasta dónde piensa llegar.