Oviedo, Javier CUERVO

María Jesús Rodríguez (Oviedo, 1959) es imprescindible en el arte asturiano. Componente del descollante grupo Abra a inicios de los ochenta, sus esculturas de cartón que evocaban los acantilados y la pizarra del Occidente han dado paso a una nueva línea que une pintura y aluminio. Ciudad Naranco y los veranos en Castropol marcaron un crecimiento en el que la rebeldía fue obligatoria. Cuando se matriculó en la Escuela de Artes Aplicadas ni siquiera soñaba con crear arte.

-¿Qué más descubrió en la escuela a finales de los setenta?

-Era una época muy vibrante en la que no me gustaba el mundo en el que vivía, muy represivo -más con las niñas- muy encorsetado, religioso e hipócrita. No estaba muy informada e iba haciendo descubrimientos: un profesor de religión nos comentó que había personas presas por su manera de pensar. Cuando murió Franco ni lo comenté. Lo veía en televisión y empezaba a hacerme mi propia opinión. Muchos años, muchos pasos, muchas rebeldías. Del feminismo me enteré más tarde, cerca de los 80.

-¿Qué cambio experimentó en tercero de Artes Aplicadas?

-Había hecho dos años de Delineación porque era lo más técnico y los profesores lo recomendaban, pero lo abandoné porque no me interesó. Tenía los estudios medio abandonados cuando empecé a tratar a Hugo O'Donell. En la escuela hubo una huelga y un encierro porque querían devaluar la titulación y que se pudiera ser delineante con un curso de FP de seis meses. Entre algunas jornadas del encierro y algunas botellas de sidra en los bares de la zona, empecé a salir con Hugo. Era seis años mayor que yo y tenía otros intereses, los del arte. Dejé Delineación y, para independizarme económicamente, trabajé de cocinera en una guardería autogestionaria cerca de Los Monumentos. Empecé a tener la información para ser artista, algo que ni se me había ocurrido. Me matriculé en decoración, en la parte artística.

-¿Cuál era la conversación artística?

-Me daban clases Sanjurjo o Fernando Alba. El modelado con Alba era otra cosa. Reyes Díaz impartía dibujo publicitario. Trabajábamos el grabado. Yo era de pocos libros y los de arte eran carísimos y escasos. Reyes me pasó uno de Matisse y copié el texto para poder devolvérselo. Empecé a ir a exposiciones.

-¿Cuándo se formó el grupo Abra?

-Poco después de la huelga nos juntamos en la escuela Vicente Pastor, Emiliano Alonso, Hugo, Manolo Méndez y yo y empezamos a hablar de crear y exponer. Nos reuníamos en el pequeño taller de Hugo en la Argañosa, en la escuela, en bares del Oviedo antiguo como el «Sevilla», el «Garal», «Las Mestas», «Casa María», «Cecchini»? Hugo conoció a Ángel Nava, a Astur Paredes; Astur trajo a Pedro Pablo Alonso.

-¿Qué quería hacer usted?

-Yo escuchaba mucho. Ellos lo tenían tan claro y eran tan seguros...

-Hombres jóvenes.

-Yo era más joven y no me sentía capacitada. La primera idea me vino después de una reunión, en la cama, en una duermevela. Tuve una imagen abstracta, un pequeño volumen, y pensé «esto es mío, sí puedo hacer algo». Pensé en cómo hacerlo sin saber que ya existía una técnica para ello: el frottage. Gané seguridad. Lo ves, lo haces, pruebas, te equivocas? El taller es fundamental. Quería dedicarme a la creación artística pero de forma ingenua: no había espacios para exponer ni pensaba que iba a vivir de eso. No podía imaginar siquiera porque la gente que conocía en ello trabajaban de otra cosa. Me sorprenden los que empiezan porque se quejan enseguida de que no venden. De donde yo vengo hacíamos esto porque queríamos y el arte era una cosa y el mercado, otra. Siempre imaginábamos exponer en espacios públicos.

-Lo hicieron pronto y en el Museo de Bellas Artes.

-Fue impresionante. Éramos muy inquietos. Teníamos ambición para todo. Hacíamos cuadros de dos por dos metros sin taller casi donde ejecutarlos y sin pensar que nadie se lo fuera a quedar.

-¿Qué ideas había detrás del grupo Abra?

-Discusiones sobre la obra porque aunque creábamos de forma independiente tenía que ser abstracción, vanguardia, renovación, había que cambiar el tipo de enseñanza y crear espacios nuevos para llegar a la gente. Expusimos por toda Asturias en lugares que no existían para el arte antes de que llegáramos. En la Fundación José Barreiro de La Felguera colocamos los paneles y la iluminación; en Boal, acondicionamos un desván que nos dejó la Caja de Ahorros; en Luanco expusimos en la Casa del Mar. En 1982 dejé la guardería y Hugo y yo nos dedicamos a la artesanía de juguetes, que vendíamos en El Fontán.

-¿Cuándo empezó a vender?

-En la primera exposición en Edurne, una galería privada en Madrid. Fue un cambio radical después de 9 años de trabajo pensado para exponer y de vivir de poner copas en la terraza del Paraguas, de ir a la vendimia o de encargos más o menos artísticos, pero no de la obra que hacíamos. Madrid nos abrió otro mercado y vender obra fue parte importante de los ingresos.

-¿De dónde salieron las referencias de su mundo artístico?

-La playa de Penarronda era el jardín de casa en unos veranos de poca gente, mucho sol y absoluta libertad. Sin coches ni peligro, podíamos investigar todo. Recuerdo estar en romerías de pueblo, familiares, hasta las 3 de la mañana con sólo 9 años. La pesca era muy importante y eso hacía que investigara en la playa, en las dunas, en los charquinos y en los pedreros. Íbamos a quisquillas, a pulpos y a percebes. Iba con mi padre a las puestas de pesca, sobre todo los días grises. Él me dejaba arriba del acantilado y pedía que vigilara la fuerza de las olas. Son los buenos recuerdos que tengo de mi padre. También me encargaba que buscara cebo, que cogiera pulga. Íbamos a la playa de noche, cuando había algas, enterrábamos un cubo, hacíamos una muralla detrás con arena que las pulgas no pudieran saltar y poníamos una linterna dentro del caldero. Luego meneábamos las algas, las pulgas iban a la luz y caían al cubo por cientos. Las más gordas, para el anzuelo. Las demás, las mezclábamos con arena y agua, las machacábamos y eso lo usábamos para macizar. En aquellas tareas observaba mucho y esa atención está en mi obra. Mi escultura en cartón son los acantilados del Occidente. Empecé esa línea en 1982. Pensando en cómo resolver la imagen que tenía di con el cartón, un material muy dúctil y ligero. Le ponía 15 capas de pintura a pistola que lo compactaba. No me atraían materiales clásicos como hierro o madera.

-Muy probados en cuanto a su conservación.

-Sí. Mis cartones se conservan bien. El arte contemporáneo del siglo XX probó muchos materiales y, a veces, tiene problemas de conservación. Hay Tàpies con problemas porque usó polvo de mármol y aglutinantes que se desprenden. Ahora dibujo y grabo pozas y algas y fósiles que ya me llamaban la atención de niña por lo que el mar y la piedra habían hecho con ellos a los largo de los siglos. Empecé esto en 2003. Un par de años antes, en un taller de Gijón del naval, había visto cómo construían en aluminio la cabina de un barco de pesca y me gustaron la ductilidad y las texturas del material. A la vez, cada cierto tiempo dibujo plantas del natural porque es muy guapo y relaja. Cuando estaba desintoxicando con los dibujos se me ocurrió unir las dos cosas, el dibujo y el aluminio. Empecé copiando de los tiestos de mi ventana y a probar nuevos instrumentos en el taller. Me interesan mucho las malas hierbas porque son muy bellas y porque sólo crecen donde nosotros estamos.

-Vive del arte, depende del mercado y de sus crisis. ¿Ha hecho lo que quería?

-Definitivamente, sí. Eres cigarra y hormiga: haces una vida sin grandes gastos, aunque puedas tener grandes ingresos, por si toca una gran crisis. Esta vida no me ha impedido nada porque es lo que quería. Tengo una vida mejor de lo que podría haber soñado.