Es difícil hacerlo peor. El Partido Popular ha vuelto a demostrar, como ya lo había hecho en 1998 con ocasión del «caso Marqués», que en Asturias no sabe navegar con viento a favor. Con un Gobierno regional socialista agotado hasta tal punto que la dirección del PSOE decidió proceder al cambio de candidato (Javier Fernández en lugar de Vicente Álvarez Areces), una situación económica que acogota al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero en Madrid y, por lo tanto, con los sondeos electorales claramente a favor, a los populares asturianos -con la ayuda inestimable de la dirección nacional del partido- no se les ocurre nada mejor que abrir una nueva crisis interna que ha acabado, una vez más, con el partido dividido, más roto, si cabe, que hace una docena de años.

Buscar culpables del triste espectáculo dado por el PP es muy fácil. Por un lado, no hay nadie que se salve dentro de la cúpula de la organización, aquí y en Madrid. Por otro, el gran protagonista de toda esta historia, el que fuera todopoderoso secretario general del partido Francisco Álvarez-Cascos, ha cometido tantos errores de cálculo y de estrategia que hasta él mismo ha reconocido que sabía que el camino elegido no le llevaba a ninguna parte. Bueno, sí, al precipicio.

Dijo Álvarez-Cascos el pasado domingo, en Oviedo, que a Mariano Rajoy y al PP «Asturias les importa un comino». Y por lo visto en estos últimos meses, el que fuera mano derecha de José María Aznar tiene mucha razón. Pero se ha quedado corto: Asturias les importa un comino también a él y a todo el sector que lidera. Unos y otros han interpretado un papel lamentable en un proceso de elección de candidato al Principado impropio de la segunda fuerza política asturiana y española, con opciones reales, según las encuestas, de volver a la Moncloa. Cascos presume de ir siempre con la verdad por delante. ¿Lo ha hecho en esta ocasión? No. Su ambigüedad, su cabezonería, su negativa a anunciar sin tapujos que quería encabezar la lista del PP al Principado fue la razón esgrimida por sus adversarios (o quizá sea más apropiado decir ya, sin ambages, sus enemigos) para ir minando sus opciones y acabar dándole calabazas. Ir con la verdad por delante hubiera implicado también dar a conocer en tiempo y forma, uno a uno, sus planes para Asturias, como el congreso extraordinario que propuso a la dirección nacional del partido, oferta que, sin embargo, permaneció bajo secreto de sumario (¿o sería más correcto hablar de ocultación?) hasta semanas después de haberla realizado.

Si Álvarez-Cascos se pasó de frenada en varias ocasiones en todo este sainete protagonizado por los populares del Principado, qué decir del alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, el auténtico líder del partido en Asturias, el que mueve todos los hilos con la influencia que le otorgan los votos en la capital del Principado, no tanto los resultados que obtuvo cuando encabezó la lista en las elecciones generales. De Lorenzo pasó de la noche a la mañana de considerar a Cascos un «galáctico» de la política a darlo por acabado llamándole «sexagenario». Fue en ese momento, se supone que cuando el alcalde ovetense se enteró de los planes del ex vicepresidente de acabar con el poder establecido en el PP de Asturias, cuando se puso fin al armisticio y se abrió el período de hostilidades entre ambos sectores: el de Cascos, y el representado por De Lorenzo con la ayuda de los dirigentes de Gijón, Pilar Fernández Pardo, y Avilés, Joaquín Aréstegui, y, más en un segundo plano, el presidente regional del partido, Ovidio Sánchez. Estos últimos, con una interpretación muy sui géneris de los estatutos del PP (cuyos órganos de dirección no se reúnen desde hace meses) propusieron en el transcurso de una comida con varios alcaldes y presidentes de junta locales a Isabel Pérez Espinosa (política de la máxima confianza de De Lorenzo aunque fue Sánchez quien planteó su nombre formalmente) como candidata a ser el cartel electoral del partido en mayo de 2011. Esta designación daba al traste con cualquier posible negociación entre los dos sectores enfrentados. No había ya vuelta atrás y así lo consideraron unos y otros, que en una guerra de despropósitos fueron desde entonces despellejándose mutuamente sin tener para nada en cuenta los intereses del partido en la región; sólo los suyos propios.

Lo lógico ante tanto dislate hubiera sido que la dirección nacional del partido hubiera tomado cartas en el asunto. Pero está visto que lo racional no tiene cabida en situación tan desastrosa como la vivida por los populares asturianos. Desde el comienzo de la polémica, la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, dejó patente su animadversión al que fuera hace años su antecesor en el cargo. Escuchando a la mano derecha de Rajoy un día sí y otro también, cualquier observador objetivo sólo podía llegar a una conclusión: que Cospedal haría todo lo posible por apartar a Cascos de la lista electoral asturiana. Mientras tanto, el líder de los populares lo único que hacía era esperar; no se sabe a qué, pero esperaba. El ambiente era irrespirable y desde un lado y otro no entendían la postura del presidente nacional del partido. Y al final pasó lo único que podía pasar. Apostase por quien apostase Rajoy, la crisis siempre iba a ir a más, como así fue. No se habla de la ganadora, Isabel Pérez Espinosa, sino que el protagonismo lo ha adquirido, al menos momentáneamente, Francisco Álvarez-Cascos.

Quizá lo que no se esperaba Rajoy era que quien fuera el número dos del PP con Fraga y Aznar, el político que preparó al partido para ganar las elecciones generales en los años noventa respondiese a su apuesta por Pérez Espinosa con una decisión tan drástica como la de abandonar la organización. Pero tal como ha actuado Cascos en los últimos meses el que pidiera darse de baja en el PP no era algo descabellado. El ex vicepresidente y ex ministro de Fomento siempre fue un político impulsivo, ahora y cuando ostentaba parcelas de poder muy importantes. Cuando saltó la crisis con Marqués, no se lo pensó dos veces antes de, a instancias de Gabino de Lorenzo e Isidro Fernández Rozada, arremeter contra el entonces presidente del Gobierno asturiano, sin valorar las consecuencias que podría tener un lío interno de estas características en una región tradicionalmente votante de izquierda. Tampoco se lo pensó mucho cuando en uno de los últimos consejos de ministros del primer mandato de Aznar llegó a presentar su dimisión como vicepresidente, en desacuerdo con la intención de una parte del Ejecutivo de no renovar las emisoras al empresario asturiano Blas Herrero.

Ésa es la forma de actuar de Francisco Álvarez-Cascos. Un nuevo acto impulsivo le puede llevar a seguir perseverando en su intención de regresar a la política activa. O no.